CRISTO,
VERDADERA SABIDURÍA
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(“Meditar en ella es prudencia consumada...’)
Las
lecturas de este domingo nos orientan a las postrimerías
del año litúrgico, y nos introducen en lo que será
nuestra misma vida después de la muerte.
La
primera lectura, que ha sido proclamada del libro de la
Sabiduría, impulsa al oyente a buscar la sabiduría que
ilumina la vida y que nunca se apaga. Aquella sabiduría
que viene de Dios y que en el fondo es el mismo Dios.
Ella se deja encontrar por los que la buscan, y con su
presencia en nuestras vidas ayuda a leer el pasado,
mirar el presente y contemplar el futuro, es decir, la
vida para siempre, la vida eterna.
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(El presente es el momento oportuno...)
La
sabiduría para nosotros es Cristo, luz que ilumina
nuestro interior y orienta hacia la plenitud de la vida.
Pensar
en su propuesta de vida y acogerla es para todos camino
cierto y seguro. Él lo ha hecho primero y lo ofrece a
todo el mundo.
Jesús
nos invita a vivir el presente con mirada de futuro, a
corto y a largo plazo. La vida del hombre es una y única,
aquí y ahora, donde se prepara lo que será nuestra
vida para siempre.
Creer
que el Señor vendrá a encontrarnos es del todo cierto,
tener esta certeza motiva la esperanza y espolea nuestra
caridad.
El
mensaje que se puede extraer de la parábola de las diez
doncellas nos anima a estar en vela, es decir, a llevar
a la práctica las buenas obras que se desprenden de la
vida cristiana: las obras de misericordia que tan a
menudo no retenemos en la memoria, pero que sí miramos
de llevar a cabo lo mejor que sabemos, tanto en la vida
comunitaria como en la vida personal.
La
caridad hacia el prójimo es el verdadero termómetro de
amor a Dios tal como lo hemos rezado en el salmo: “Mi
alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío... Tu
gracia vale más que la vida”.
Si
esto es así, querrá decir que toda nuestra vida está
ya de alguna manera en el Señor.
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(Estaremos con Él para siempre...)
San
Pablo nos lo ha dicho muy claro, estaremos siempre con
el Señor: ésta es la suerte de los que han vivido
deseando y llevando a cabo la vida según Cristo. El
cristiano no puede ignorar y menos esconderse de
reflexionar serenamente sobre lo que será su vida y la
vida de los difuntos después de la muerte; dejar de
anunciarlo llevaría a una verdadera mutilación del
mensaje evangélico y de su plenitud. Sería como dar
por terminado antes de tiempo el proyecto de vida que
cada uno ha escogido como respuesta a la llamada del Señor.
La
responsabilidad que todos tenemos de contemplar hoy en día
los “vacíos” que hay en relación a la vida futura
es de grave importancia.
No
se comprende, incluso, la muerte voluntaria del Señor
en favor de los hombres si no se ayuda a hacer
experiencia de muerte y resurrección, es decir, que es
totalmente necesario anunciar que una vida entregada
para siempre, como respuesta al amor de Dios, a favor de
los demás, es “ganar” la vida para siempre, tal
como dice el Señor en el Evangelio.
La
vida cristiana tiene futuro y éste es para siempre.
Nuestra carrera, en la caridad, acaba en plenitud de
vida y por lo tanto, deseamos hacerla junto a todos los
que buscan a Dios con corazón sincero y con todo aquel
que, a tientas, busca la felicidad para siempre.
Todo
lo que somos y vivimos, tiene que llevar en último término
a estar para siempre con el Señor.
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(La Eucaristía, anticipación del banquete...)
La
Eucaristía que estamos celebrando es anuncio y
pregustación de lo que será definitivo: sentarse con
Cristo, y con todos los que en él han creído y vivido,
en el Reino de los cielos.
La
Eucaristía refuerza nuestra caridad para compartir
ahora, en este mundo, nuestros esfuerzos evangelizadores
como Iglesia y como cristianos, y ser así, en medio del
mundo, luz y sal de Cristo, que da sabor al trabajo de
los hombres e ilumina el camino que lleva a la Vida.
Acogemos,
pues, con el corazón agradecido, todo lo que el Señor
hace a nuestro favor. El
nos
promete la vida sin fin, la vida para siempre, la vida
con Él.
FELIP-JULI
RODRÍGUEZ
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