INTRODUCCIÓN

EL
BANQUETE DEL SEÑOR
Miguel Payá - Página
franciscanos
Capítulo I
EL ANFITRIÓN
En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo
3. LA EUCARISTÍA, BANQUETE DEL SEÑOR JESÚS
b) Una nueva alianza
Para explicarlo, Jesús recurre a otro gran
componente de la religión judía: la alianza. Después de la
liberación de Egipto, el pueblo de Israel compareció ante el
Dios liberador en el Sinaí y éste, a través de Moisés, le
propuso un pacto de amistad y de unión mutua que les
comprometía a los dos: «Si me obedecéis y guardáis mi
alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre
todos los pueblos, porque toda la tierra es mía; seréis un
reino de sacerdotes, una nación santa» (Ex 19,5-6). El
pueblo aceptó el compromiso y el pacto fue sellado con un
ritual solemne. Moisés construyó un altar, mandó inmolar
unos novillos «como sacrificio de comunión en honor del
Señor» (Ex 24,5) y después tomó la mitad de la sangre y la
derramó sobre el altar; con la otra mitad de la sangre roció
al pueblo diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que el
Señor ha hecho con vosotros, según las cláusulas ya dichas»
(Ex 24,8). Jesús alude a este ritual cuando, al ofrecer a
sus discípulos un cáliz con vino, les dice: «Este cáliz es
la nueva alianza sellada con mi sangre» (1 Cor 11,25).
c) Un nuevo sacrificio
Jesús instituye, pues, un nuevo pacto con
Dios, una nueva relación con él que dará lugar a un nuevo
pueblo de Dios. Pero, ¿cuál es el sacrificio que hace
posible y sella este nuevo pacto? Su propio sacrificio, es
decir, su muerte en la cruz, que tendrá lugar al día
siguiente: «Este es mi cuerpo entregado por vosotros... Esta
es mi sangre derramada por vosotros» (Lc 22,19-20). La
muerte de Jesús es el nuevo y definitivo acontecimiento
salvador que reconcilia a la humanidad con Dios y, para que
esta reconciliación pueda llegar a los hombres de todos los
tiempos, Jesús instituye este memorial sacrificial que
perpetúa el sacrificio de la cruz. Por eso el sacrificio de
Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son un único
sacrificio: cada vez que celebramos la Eucaristía, el
sacrificio redentor de Cristo se actualiza para nosotros.
Afirma san Pablo: «Siempre que coméis de este pan y bebéis
de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que él
venga» (1 Cor 11,26). Y nosotros, en cada Eucaristía,
después de la consagración, proclamamos: «Anunciamos tu
muerte». «De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres
de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por
todas para la humanidad de todos los tiempos» (Juan Pablo II, Ecclesia
de Eucaristía, 12).
