INTRODUCCIÓN

EL
BANQUETE DEL SEÑOR
Miguel Payá - Página
franciscanos
Capítulo I
EL ANFITRIÓN
En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo
3. LA EUCARISTÍA, BANQUETE DEL SEÑOR JESÚS
d) Una nueva vida
Pero el sacrificio eucarístico no sólo hace
presente la pasión y muerte de Cristo, sino también su
resurrección, con la que el Padre coronó su sacrificio. Es
lo que recuerda también la aclamación del pueblo después de
la consagración: «Proclamamos tu resurrección». La Pascua de
Cristo incluye, tanto su entrega hasta la muerte por
nosotros, como su resurrección que inaugura la nueva
creación. Y la Eucaristía, además de hacernos participar en
su muerte, nos hace participar también en su resurrección,
como lo prometió el mismo Jesús: «El que come mi carne y
bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el
último día» (Jn 6,54). Como afirma Juan Pablo II, «quien se
alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el
más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la
tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al
hombre en su totalidad... Esta garantía de resurrección
futura proviene de que la carne del Hijo del hombre,
entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso
del resucitado» (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía,
18). En efecto, aunque Jesús instituyó la Eucaristía antes
de morir y resucitar, lo hizo para que nosotros la
celebrásemos después de estos hechos, cuando él es ya el
Señor viviente y glorioso. Por eso «la Eucaristía es tensión
hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo;
es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y prenda de
la gloria futura» (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía,
18).
En resumen, el memorial eucarístico nos hace
participar en la Pascua de Cristo por su capacidad de unir
los tres tiempos: recuerda un acontecimiento que ocurrió una
vez por todas, la muerte y resurrección de Jesús; nos
comunica sus frutos en el presente a través de la
celebración («anunciamos, proclamamos»); y nos encamina y
prepara para el futuro, para la Pascua eterna («hasta que él
vuelva», «Ven, Señor Jesús»). Una bella antífona del día del
Corpus lo expresa así: «¡Oh sagrado banquete en que Cristo
es nuestro alimento! Se recuerda la memoria de su pasión, el
alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria
futura».
