LO
QUE NO GUSTA ESCUCHAR
Estamos
en tiempo preelectoral y los partidos políticos ya han
sacado sus arma para defenderse y atacar. El gobierno,
presidente y ministros, ha elegido, como un arma de
ataque, el ir contra la Iglesia, contra los Obispos,
contra todas aquellas asociaciones cristianas que
defienden posturas diferentes a las que ellos llevan en
sus programas, sobre todo en lo referente al derecho a
la vida y a la familia.
Intentan
convencer a la gente que la Iglesia no está al día,
que no se moderniza, que no acepta costumbres,
situaciones e ideas de la sociedad actual; que vamos
contra las leyes que se votan en el Parlamento.
Según
ellos, la Iglesia debería aceptar el aborto, la
eutanasia activa, las relaciones sexuales
extramatrimoniales, la manipulación genética, , las
relaciones homosexuales, la familia entendida como
uniones de personas de cualquier sexo, el Estado como
único educador de los niños y jóvenes... Se está
quedando atrás.
La
Iglesia debe ser fiel a Jesucristo y al Evangelio y esa
fidelidad vivirla en estos tiempos, con las dificultades
que tienen. No podemos cambiar el Evangelio.
A
muchos que se dicen dirigentes de la política y de la
cultura de nuestro tiempo, no les gusta el mensaje del
Evangelio y si alguien se siente interpelado por él, lo
mejor, piensan, es un buen ataque.
En
esta sociedad de la globalización y de las
nacionalidades, que su primer objetivo es el beneficio a
costa de lo que sea, no les gusta escuchar que los
primeros, la primera preocupación, deben ser los
pobres.
En
esta sociedad del culto al cuerpo, de los gimnasios y de
las operaciones de estética, no gusta escuchar que los
primeros son los que sufren, los enfermos, los
discapacitados.
En
esta sociedad de la comodidad y del hedonismo, del
botellón y las fiestas de fin de semana, no gusta
escuchar que, para Dios, los primeros son los que
lloran.
En
un mundo de desigualdades entre países, culturas y
personas, no gusta escuchar que los preferidos de Dios
son los que luchan por la justicia.
En
un mundo de grandes potencias, que tienen grandes
arsenales de armas y que montan terribles guerras, no
gusta escuchar que Dios está por los que trabajan por
la paz.
En
unos estados de derecho que fabrican leyes, no siempre
justas, y se llenan la boca de la palabra
"justicia", no gusta escuchar que Dios, el
verdaderamente justo, prefiere la misericordia.
En
fin, en un mundo de mentiras y apariencias, de fachadas
y sepulcros blanqueados, Dios prefiere a los limpios de
corazón.
Por
eso quien defiende el espíritu de las bienaventuranzas,
será ridiculizado, tratado de antiguo, perseguido. Pero
ellos serán los herederos del Reino de Dios.
La
Iglesia, los cristianos, no debemos cambiar el Evangelio
para adaptarnos a las nuevas modas, ideologías y
costumbres, pues sólo viviendo desde el Evangelio
podremos crecer como personas, según nuestro modelo,
que es Cristo, y vivir ya en este mundo según las
categorías del Reino de Dios.