SAL Y
LUZ
Continuamos hoy la
proclamación del sermón de la montaña, que ciertamente
no nos ofrece un programa pasivo.
Por si las
bienaventuranzas del domingo pasado alguien las hubiera
interpretado como una invitación a la pereza resignada,
Jesús nos enseña, con las tres comparaciones de la sal,
de la luz y de la ciudad, a actitudes dinámicas y
comprometidas dentro de la sociedad en que vivimos. Son
tres comparaciones sencillas, pero intencionadas, y que
comportan ser testigos y profetas y levadura en medio
del mundo, no precisamente con discursos, sino con el
estilo de la vida.
-La suavidad y la
eficacia de la sal. No es difícil entender el sentido
que puede tener la palabra de Cristo sobre la sal. La
sal sirve para conservar los alimentos y para dar gusto
a la comida.
Un cristiano, en su
familia, en su trabajo, en su ambiente, ciertamente
puede contribuir a dar gusto y sabor a la existencia y a
conservar sus mejores valores. A veces lo que falta a la
vida del hombre moderno, a pesar de todos sus adelantos,
es la alegría, o el humor, o el amor, a la ilusión de
vivir, a una pizca de sabiduría desde la visión de Dios
que da sentido a todo.
Naturalmente, no hará
falta ayudar a que todavía se dé más importancia a otros
ingredientes que dan sentido a la vida, y que ya están
excesivamente asumidos hoy: el interés económico, la
ambición por el poder...
Como sal en medio de
los demás, un cristiano, o una comunidad cristiana,
pueden contribuir calladamente (la sal no se impone ni
por su violencia ni por su excesiva abundancia) a dar a
la vida de la sociedad un gusto de evangelio, que en el
fondo es a la vez un valor cristiano y radicalmente
también humano. Es una comparación parecida a la de la
levadura en medio de la masa de pan.
Pero también cabe el
peligro del que habla Jesús: que la sal misma se vuelva
sosa, porque ha perdido su identidad, y entonces es
totalmente inútil. ¿Qué hace como cristiano uno que no
sabe dar a la historia el color justo y estimulante de
evangelio cristiano?
-Luz para los demás.
Con dos comparaciones más, Jesús nos urge a que seamos
luz para la sociedad. El mismo que dijo: "yo soy la
Luz", nos dice ahora "vosotros sois la luz del mundo".
Los cristianos, -la Iglesia, una comunidad religiosa o
parroquial en medio del barrio, cada familia cristiana,
cada persona- deberíamos ser portadores de esa antorcha
de luz que nos encargó Cristo: la Palabra de Dios, la
Buena Noticia de la salvación, la convicción del amor de
Dios, el estilo de vida evangélico, que es el que da un
sentido de esperanza a la existencia.
Una luz que se esconde
en el armario no sirve para nada. A lo mismo apunta una
ciudad, que edificada sobre un monte, sirve de día y
sobre todo de noche como punto de referencia, como
orientación, con sus luces, para los que se encuentran
medio perdidos en los caminos del campo o del monte. O
los que buscan cobijo y seguridad. Los cristianos, sin
grandes pretensiones mesiánicas, deberíamos ser faros,
casa acogedora para todos los que en este mundo andan en
busca de luz, de verdad, de amor.
-Sólo el que ama es
luz. Hay veces en que las lecturas corren el peligro de
perderse en imágenes poéticas. Hoy, no. Hoy tienen otro
problema: se entienden demasiado. Isaías nos ha dicho
una palabra profética clara: ¿quién puede decir que
tiene la luz, que es luz? Los ejemplos concretos que él
trae se entienden hoy tan claramente como en su tiempo:
partir el pan con el que no tiene, no oprimir a nadie,
no caer en la maledicencia contra nuestro hermano, no
cerrarse a nadie, hospedar a los sin techo, no adoptar
nunca un gesto amenazador... Entonces, y sólo entonces,
seremos luz ("entonces romperá tu luz como la aurora...
y detrás irá la gloria del Señor"). Más aún: entonces y
sólo entonces, será agradable a Dios nuestro culto
("entonces clamarás al Señor y te responderá").
Cada uno está llamado,
no sólo a salvarse él, sino a ser luz para los demás.
Cada uno lo hará según su condición: el papa de una
manera y un cristiano "de a pie" de otra, pero todos
tenemos un programa muy activo si queremos ser sal y luz
en medio de nuestro ambiente. El mismo Cristo Jesús, a
quien hemos sabido descubrir en la proclamación de las
lecturas y en la Eucaristía, es el que nos sale al paso
en los acontecimientos y en las personas que encontramos
en la vida. Así como le hemos acogido en la Palabra y lo
haremos en la comunión, debemos acogerlo en la persona
del prójimo, sobre todo del que sufre: "cuando lo
hiciste con uno de ellos, lo hiciste conmigo", nos dirá
en el juicio del último día, como nos asegura al final
de su libro el evangelista que seguimos este año, san
Mateo. Si no conectamos la vida con la Eucaristía, la
caridad con la oración, la historia con la liturgia, no
seremos, según las lecturas de hoy, luz para nadie.
J. ALDAZABAL (+)
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