REFLEXIONES  

 


 

REFLEXIÓN - 1

LUZ Y TINIEBLAS

"Vosotros sois la luz del mundo"; "alumbre así vuestra luz a los hombres"; "cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz..., tu oscuridad se volverá mediodía"; "el justo brilla en las tinieblas como una luz".

Ha sido insistente la Palabra de Dios de hoy en el tema de la luz.

La luz es el lugar de la sinceridad, de la transparencia, de la verdad, de la generosidad... La oscuridad es el lugar de lo escondido, de lo que se oculta, del delito, de la maldad...

Vosotros sois luz, nos dice Jesús, y por tanto, los que nos ven, los que nos conocen, los que se acercan a nosotros, sea por la causa que sea, deben ver en nuestras actitudes, en nuestros comportamientos, que somos cristianos.

El profeta Isaías nos ha marcado de una manera muy clara el camino de la luz, que no es otro que el de las obras de misericordia, que, en lenguaje actual, podríamos llamar las obras de justicia.

Tal vez hemos olvidado aquello de:

- Visitar y cuidar a los enfermos.

- Dar de comer al hambriento.

- Dar de beber al sediento.

- Atender a los que no tienen hogar.

- Procurar ropa a los necesitados (pero que no esté para tirar).

- Ayudar a los encarcelados y exiliados (emigrantes).

- Acompañar a los que pierden un ser querido.

O aquellas otras que llamábamos obras de misericordia "espirituales"

- Enseñar al que no sabe.

- Dar un buen consejo al que lo necesita

- Corregir al que se equivoca.

- Perdonar las injurias.

- Consolar al triste.

- Sufrir con paciencia los defectos del prójimo.

- Rogar a Dios por los vivos y los difuntos.

Pero no podemos dejar de pensar que en la sociedad actual una manera de ser luz es denunciar y desenmascarar las obras de las tinieblas, es decir, las obras que van contra la voluntad de Dios.

La cultura de la muerte, llámesele guerra, violencia de todo tipo, terrorismo, eutanasia activa, aborto... son obras de tinieblas; la destrucción de la familia, según el plan de Dios, es obra de las tinieblas; la opresión, la falta de libertad, los atentados a la dignidad de las personas y de las naciones, las desigualdades tan enormes entre pobres y ricos, personas o países, son obra de las tinieblas; los extremismos religiosos excluyentes, son obras de las tinieblas, también cuando existen entre cristianos y católicos.

Y, sobre todo, nuestro pecado, que produce y consiente esas obras de las tinieblas.

La Eucaristía es para el cristiano fuente de luz, pues, al alimentarnos de la Palabra de Cristo y de su Cuerpo y su Sangre, debemos ir transformándonos en Él mismo, que, como dice San Juan: "Yo he venido al mundo como luz y, así, el que cree en mí no andará en tinieblas. 

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

SAL Y LUZ

Continuamos hoy la proclamación del sermón de la montaña, que ciertamente no nos ofrece un programa pasivo.

Por si las bienaventuranzas del domingo pasado alguien las hubiera interpretado como una invitación a la pereza resignada, Jesús nos enseña, con las tres comparaciones de la sal, de la luz y de la ciudad, a actitudes dinámicas y comprometidas dentro de la sociedad en que vivimos. Son tres comparaciones sencillas, pero intencionadas, y que comportan ser testigos y profetas y levadura en medio del mundo, no precisamente con discursos, sino con el estilo de la vida.

-La suavidad y la eficacia de la sal. No es difícil entender el sentido que puede tener la palabra de Cristo sobre la sal. La sal sirve para conservar los alimentos y para dar gusto a la comida.

Un cristiano, en su familia, en su trabajo, en su ambiente, ciertamente puede contribuir a dar gusto y sabor a la existencia y a conservar sus mejores valores. A veces lo que falta a la vida del hombre moderno, a pesar de todos sus adelantos, es la alegría, o el humor, o el amor, a la ilusión de vivir, a una pizca de sabiduría desde la visión de Dios que da sentido a todo.

Naturalmente, no hará falta ayudar a que todavía se dé más importancia a otros ingredientes que dan sentido a la vida, y que ya están excesivamente asumidos hoy: el interés económico, la ambición por el poder...

Como sal en medio de los demás, un cristiano, o una comunidad cristiana, pueden contribuir calladamente (la sal no se impone ni por su violencia ni por su excesiva abundancia) a dar a la vida de la sociedad un gusto de evangelio, que en el fondo es a la vez un valor cristiano y radicalmente también humano. Es una comparación parecida a la de la levadura en medio de la masa de pan.

Pero también cabe el peligro del que habla Jesús: que la sal misma se vuelva sosa, porque ha perdido su identidad, y entonces es totalmente inútil. ¿Qué hace como cristiano uno que no sabe dar a la historia el color justo y estimulante de evangelio cristiano?

-Luz para los demás. Con dos comparaciones más, Jesús nos urge a que seamos luz para la sociedad. El mismo que dijo: "yo soy la Luz", nos dice ahora "vosotros sois la luz del mundo". Los cristianos, -la Iglesia, una comunidad religiosa o parroquial en medio del barrio, cada familia cristiana, cada persona- deberíamos ser portadores de esa antorcha de luz que nos encargó Cristo: la Palabra de Dios, la Buena Noticia de la salvación, la convicción del amor de Dios, el estilo de vida evangélico, que es el que da un sentido de esperanza a la existencia.

Una luz que se esconde en el armario no sirve para nada. A lo mismo apunta una ciudad, que edificada sobre un monte, sirve de día y sobre todo de noche como punto de referencia, como orientación, con sus luces, para los que se encuentran medio perdidos en los caminos del campo o del monte. O los que buscan cobijo y seguridad. Los cristianos, sin grandes pretensiones mesiánicas, deberíamos ser faros, casa acogedora para todos los que en este mundo andan en busca de luz, de verdad, de amor.

-Sólo el que ama es luz. Hay veces en que las lecturas corren el peligro de perderse en imágenes poéticas. Hoy, no. Hoy tienen otro problema: se entienden demasiado. Isaías nos ha dicho una palabra profética clara: ¿quién puede decir que tiene la luz, que es luz? Los ejemplos concretos que él trae se entienden hoy tan claramente como en su tiempo: partir el pan con el que no tiene, no oprimir a nadie, no caer en la maledicencia contra nuestro hermano, no cerrarse a nadie, hospedar a los sin techo, no adoptar nunca un gesto amenazador... Entonces, y sólo entonces, seremos luz ("entonces romperá tu luz como la aurora... y detrás irá la gloria del Señor"). Más aún: entonces y sólo entonces, será agradable a Dios nuestro culto ("entonces clamarás al Señor y te responderá").

Cada uno está llamado, no sólo a salvarse él, sino a ser luz para los demás. Cada uno lo hará según su condición: el papa de una manera y un cristiano "de a pie" de otra, pero todos tenemos un programa muy activo si queremos ser sal y luz en medio de nuestro ambiente. El mismo Cristo Jesús, a quien hemos sabido descubrir en la proclamación de las lecturas y en la Eucaristía, es el que nos sale al paso en los acontecimientos y en las personas que encontramos en la vida. Así como le hemos acogido en la Palabra y lo haremos en la comunión, debemos acogerlo en la persona del prójimo, sobre todo del que sufre: "cuando lo hiciste con uno de ellos, lo hiciste conmigo", nos dirá en el juicio del último día, como nos asegura al final de su libro el evangelista que seguimos este año, san Mateo. Si no conectamos la vida con la Eucaristía, la caridad con la oración, la historia con la liturgia, no seremos, según las lecturas de hoy, luz para nadie.

J. ALDAZABAL (+)
(mercabá)

 

 

REFLEXIÓN - 3

LA PRUEBA DE LOS HECHOS

1. Parte tu pan con el hambriento... no te cierres a tu propia carne (1. Iect.). La luz que hemos de hacer resplandecer son las buenas obras y la gente glorificará al Padre que está en los cielos. El evangelio -y la Escritura entera- desconfía de las palabras, por buenas que éstas sean y nos remite a la prueba de los hechos. Estos son los que manifiestan el fondo de nuestro corazón, como los frutos la naturaleza del árbol del que provienen (cf. Mt 7,17).

2. Nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado (2. Iect.). Es la sabiduría de Dios. Y debe ser también nuestra sabiduría y nuestro poder. El domingo pasado leíamos el texto anterior: "Este Cristo que Dios ha hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención". Por eso cuando proclamamos el evangelio, en la celebración de la Eucaristía, todos nos ponemos en pie. Por eso nos llamamos cristianos. Por eso hemos de procurar que nuestra referencia a él no sea sólo de palabra, sino de hechos. Por eso hemos de estudiar los evangelios y ponernos ante los ojos al Jesús real, al Jesús histórico, que acabó en la cruz (cf. Ga 3,1 ) . Por eso debemos escuchar los testimonios de sus primeros seguidores. Este recentramiento en Jesucristo ha sido un gran progreso en nuestra Iglesia: hemos ido dejando atrás esta devoción y aquella otra para leer, comentar y estudiar el evangelio; hemos ido dejando atrás los ejemplos de este santo y de aquel otro para fijarnos en las páginas de los evangelios que nos hablan de Jesús.

3. Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo (ev.). En un mundo complejo, en el que las referencias cristianas van perdiendo vigor, y en el que aparecemos como un "pequeño rebaño' (Lc 12,32), podríamos correr el riesgo de complacernos en nosotros mismos, porque "el Padre ha tenido a bien daros el Reino" (id.) y menospreciar a los demás, que no hacen caso de él. Es decir, de alimentar una autosatisfacción enfermiza para compensar nuestra falta de éxito y de acogida social. Estas palabras no deben enorgullecernos por el privilegio de ser sal y luz y maestros de los demás, pobres e ignorantes, que deben ser salados e iluminados por nosotros, los escogidos. Nada de esto; al contrario: nos recuerdan que no debemos perder el poder de salar (es decir, la verdadera condición cristiana de nuestra vida) y que hemos de irradiar esta luz que es Jesucristo con nuestras obras.

4. Entonces glorificarán a vuestro Padre que está en el cielo (ev.). El término de nuestro testimonio no es nuestra propia gloria, sino la gloria del Padre. No es ser reconocidos, apreciados, valorados, tenidos en estima como Iglesia. Ya lo he dicho: la Iglesia no tiene el centro de gravedad en ella misma sino en Dios (y en Jesucristo) y en los hermanos. Más que quejarnos y condenar lo mal que va el mundo y lo malos que son los demás, deberíamos discernir qué hay en su vida que glorifique al Padre del cielo, glorificar nosotros al Padre por esta glorificación de los demás, e interrogarnos sobre qué hay en nuestra vida que no ayude -o que dificulte- esta glorificación.

JOSEP M. TOTOSAUS