«PERO
YO OS DIGO...».
Un día, ya lo sabéis,
dijo Jesús: «El amor resume toda la ley y los profetas».
Quizá, por eso, los coetáneos de Jesús y ese hombre
anárquico y «bon sauvage» que en el fondo somos todos,
pensó: «he aquí a alguien que viene a liberarnos de la
ley».
Pero ese hombre,
«soñador de falsas liberaciones» se equivocó: «Yo no he
venido a abolir la ley, sino a darle plenitud». Ya lo
oís: vino a enseñarnos a buscar su «verdadero sentido».
Conviene recordar cómo
estaban las cosas. La religión judía se basaba en la
obediencia ciega a Yavéh; y la voluntad de Yavéh estaba
manifestada en la ley. De este modo, un buen judío era
un observante escrupuloso de los preceptos concretos que
emanaban de la ley. La ley mosaica era, por tanto, algo
sagrado.
Y eso está muy bien,
amigos. El mismo Jesús se sometió gustosamente a las
leyes. Así, le vemos aparecer en la sinagoga los
sábados, acudir en peregrinación a Jerusalén en las
fiestas, celebrar el rito de la pascua judía, rezar como
todos los judíos, los salmos --«dichoso el hombre que
sigue tus leyes, Señor»--, y, cuando curaba a un
leproso, lo enviaba después, a los sacerdotes, como
mandaba la ley.
Lo malo es que ese
respeto del pueblo judío por la ley, adquirió dos serios
desenfoques. Uno, el cumplimiento de la ley se hacía por
motivos de «terror»: «Que no nos hable Dios, que
moriremos». Y dos, las leyes se tomaban de un modo «tan
literal, minucioso y obsesivo» que llegaron a
convertirse en gestos meramente externos, superficiales
y mecánicos.
Esas dos posturas son
las que trata de corregir Jesús. Dios no es un Dios para
el temor, sino para el amor. Si algo explicó claramente
Jesús es que «Dios es Padre»: «Dios cuida de los lirios
y los pajarillos. ¡Cuánto más de vosotros, pues bien
sabe él lo que necesitáis!» O en otro lugar: «Podrá una
madre abandonar al hijo de sus entrañas, pero Dios no os
abandonará jamás». Por eso añadía: «Os concederá
cualquier cosa que le pidáis en mi nombre». Y nos enseñó
a rezarle, llamándole: «Padre nuestro».
Esto supuesto, ¿cómo
querer contentar a ese «padre» con el cumplimiento
meramente formal, externo y frío de las cosas que a El
le gustan, es decir, de «sus preceptos»? El cumplimiento
de sus leyes tiene que arrancar de nuestro corazón.
«Amor con amor se paga». Y eso es lo que quiere decirnos
Jesús con esas «antinomias» (?) que El proclama: «Habéis
oído que se os dijo... Pues yo os digo». Efectivamente,
«se nos dijo: no matarás», acto brutal y externo. Pero
«Jesús nos dice» que debemos extirpar el rencor y el mal
deseo en nuestro interior. Del mismo modo, «se nos dijo:
no cometáis adulterio», una infidelidad externa
igualmente y consumada contra el amor. Pero Jesús nos
invita incluso a que desarraiguemos las malas
intenciones y apetencias de nuestro corazón. También «se
nos dijo que no juráramos ni por el cielo ni por la
tierra». Pero Jesús quiere más. Quiere que hablemos con
transparencia y sencillez, como hacen los niños que no
tienen «tapujos». Por eso añadió: «Vosotros decid "sí,
sí" o "no, no"».
En una palabra, lo que
Jesús quiere es que nosotros miremos la ley no «como una
raya de prohibiciones de la que no hay que pasar», sino
como «una meta de ideales a la que debemos aspirar».
Jesús quiere «la verdad interior» de nuestras acciones,
no la mera «apariencia».
ELVIRA