COMO
QUIEN TIENE AUTORIDAD
Después
de haber llamado a los primeros discípulos, el
evangelista Marcos nos presenta a Jesús enseñando en
la sinagoga de Cafarnaúm. Este detalle puede ofrecemos
ya un primer motivo de comentario. Y
es
que Jesús es un judío practicante, que asiste al
encuentro del pueblo creyente el sábado en la sinagoga.
Y
no
sólo asiste como simple oyente, sino que participa
activamente. En una sociedad donde la práctica
dominical está en crisis, no podemos dejar escapar
ninguna oportunidad para recordar la importancia de
participar en el encuentro de la comunidad, de celebrar
la eucaristía el domingo; y es más, de participar en
ella de forma activa, corresponsable. La Iglesia somos
todos, y todos tenemos un papel importante a ejercer,
tanto en la celebración litúrgica como en los diversos
ámbitos de la vida de la comunidad.
El detalle específico de Jesús, sin embargo, es que
los que le escucharon “se quedaron asombrados de su
doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino
con autoridad”. De entrada, el evangelista hace una crítica
solapada hacia los que tenían el oficio de enseñar en
la religión judía, una crítica que refleja ya desde
ahora la oposición que después se irá desarrollando
en todo el evangelio entre Jesús y los dirigentes judíos.
Sin embargo, lo importante es que la gente que escuchaba
a Jesús captaba que había algo nuevo, diferente, y
sobre todo auténtico, en aquel personaje: “Este enseñar
con autoridad es nuevo”.
Hablar en nombre de Dios era una constante en toda la
historia del pueblo de Israel. A lo largo de los siglos
Dios envió profetas que hablaban en su nombre. Pero
también es cierto que había que comprobar la
autenticidad de la palabra del profeta, porque sabemos
por el Antiguo Testamento que aparecieron muchos falsos
profetas. En la primera lectura, del libro del
Deuteronomio, Dios anuncia a Moisés que suscitará
entre sus hermanos un profeta como él mismo, como Moisés:
“Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que
yo le mande”. Pero también les advertía: “El
profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo
que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses
extranjeros, ese profeta morirá”. El pueblo de Israel
esperaba un Mesías, un profeta auténtico que hablase y
que trajese la salvación en nombre de Dios. Con este
comentario del evangelista, comienza a verse que Jesús
es ese Mesías esperado.
*
DE DÓNDE VIENE LA AUTORIDAD DE LA DOCTRINA NUEVA
A
continuación, y en la misma sinagoga, Marcos relata la
curación de un hombre que tenía un espíritu inmundo.
La escena es narrada con todo detalle, como una lucha
entre Jesús, “el Santo de Dios”, y el espíritu
inmundo. Esta curación es la prueba de la autoridad de
la enseñanza de Jesús. Significativamente, después de
haber dicho que enseñaba con autoridad, no se
especifica el contenido de esa enseñanza, ni los
motivos que justificaban esa admiración, sino que se
explica esa curación. Lo que quiere decir que estas
obras de Jesús son el motivo de aquella admiración y
la prueba de aquella autoridad. Que Jesús no habla como
los escribas quiere decir que él no sólo se quedaba en
las palabras, sino que las corroboraba con las obras;
sus obras son signos que muestran la salvación de Dios
que él anunciaba. El comentario de la gente al ver la
curación repite la misma reacción que se había
producido después de haberle oído hablar: “¿Qué es
esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los
espíritus inmundos les manda y le obedecen”. Es la
misma reacción ante las palabras que ante las obras,
porque son las dos caras de la misma moneda: la
predicación de Jesús está hecha de palabras y de
obras; y los signos son la mejor manera de autentificar
la doctrina nueva que Jesús enseñaba de parte de Dios.
Evidentemente, también hoy día la predicación del
evangelio de Jesús debe hacerse con palabras y obras.
En una época en la que las palabras tienen poco crédito,
están gastadas, la gente es mucho más sensible al
lenguaje del testimonio, que es la mejor manera de
hacer creíble el mensaje de Jesús en el mundo de hoy.
También nosotros debemos sacar “los espíritus
inmundos” que hay en tanta gente y en nuestra
sociedad. Revisemos nuestra coherencia en la vida de
cada día, y pidamos con la oración colecta: “Señór,
concédenos amarte con todo el corazón y que nuestro
amor se extienda también a todos los hombres”.
XAVIER
AYMERICH
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