PRESENTACIÓN
La breve parábola del
grano de mostaza (4, 30-32) encuentra su sentido en el
contraste y en la continuidad entre la humildad del
punto de partida (un pequeño grano) y la magnitud del
punto de llegada (el árbol). El Reino, el Reino
grandioso, está ya presente en esta pequeña semilla, o
sea, en la vida y en la predicación de Jesús y más tarde
en la vida y en la predicación de la comunidad
cristiana. Pensamos en la actuación de Jesús: una misión
que camina poco a poco hacia el fracaso y un rebaño que
se va encogiendo; pueden surgir las dudas y las crisis:
¿cómo compaginar esta situación con la pretensión de
universalidad que proclama el Reino? Esta semilla
-afirma Jesús- encierra dentro de sí una enorme
potencialidad.
Se trata, por tanto, de
una lección de confianza válida para entonces y válida,
quizás más todavía, para la experiencia de minoría y de
diáspora que vive la Iglesia en el seno de la humanidad.
Pero no se trata solamente de confianza. Jesús quiere
recordar el compromiso que exigen la importancia y el
significado de la situación presente: es importante esta
ocasión, este encuentro con Cristo; el Reino de Dios
está en esta semilla. La humildad de la situación no
debe convertirse en motivo de dejadez y de abandono. No
se trata de rechazar una cosa sin importancia (como
podría sugerir quizás la pequeñez exterior), sino de
rechazar ocasiones de consecuencias incalculables. "La
enseñanza de esta parábola no concierne propiamente al
futuro. No pretende enseñarnos que el Reino de Dios
habrá de venir con toda seguridad, o que vendrá pronto,
o que el misterio de Jesús dará ciertamente frutos
maravillosos. Se trata de hacernos comprender el
significado decisivo del tiempo presente". Así pues, la
parábola nos enseña a tomar en serio "nuestras"
ocasiones, las ocasiones que se ofrecen aquí y ahora,
por muy humildes y terrenas que parezcan. Son, en el
fondo, ellas las que esconden la presencia del Reino.
Dos conclusiones. Como
el Reino está aquí, en medio de las oposiciones y de los
fracasos, entonces no tenemos que huir de la historia
(aunque ésta sea fragmentaria, equívoca y mezquina). El
discípulo sabe ver en todo esto la presencia de Dios. En
cierto sentido -y ésta es la segunda conclusión- en el
Reino de Dios se desperdician muchas cosas (intentos
repetidos, obstinados, como el gesto del sembrador); no
se puede ahorrar. Pero se trata sólo de un despilfarro
para los que razonan según los cálculos mezquinos de los
hombres.
Realmente en el amor no
se desperdicia nada, ni tampoco en la actividad de Dios:
sólo hay riqueza de obstinación y de fantasía. Dios (y
el amor que se le parece) no pretende que cada gesto
tenga un fruto, que cada esfuerzo obtenga su recompensa.
El amor vale por sí mismo, lo mismo que la atención a
los hombres, la obstinación en la solidaridad, la
esperanza. Dios se da sin reservas.
MAGGIONI
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LECTURA DEL
SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 4, 26-34
En aquel tiempo decía Jesús a las
turbas:
-El Reino de Dios se parece a un
hombre que echa simiente en la tierra.
El duerme de noche, y se levanta de
mañana; la semilla germina y va
creciendo, sin que él sepa cómo. La
tierra va produciendo la cosecha ella
sola: primero los tallos, luego la
espiga, después el grano. Cuando el
grano está a punto, se mete la hoz,
porque ha llegado la siega.
Dijo también:
—¿Con qué podemos comparar el Reino
de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un
grano de mostaza: al sembrarlo en la
tierra es la semilla más pequeña, pero
después, brota, se hace más alta que las
demás hortalizas y echa ramas tan
grandes que los pájaros pueden cobijarse
y anidar en ellas.
Con muchas parábolas parecidas les
exponía la Palabra, acomodándose a su
entender. Todo se lo exponía con
parábolas, pero a sus discípulos se lo
explicaba todo en privado.
Palabra
de Dios
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