EL
REINO CRECE DESDE DENTRO
Dejando aparte, por
esta vez, el pasaje de Pablo, que nos presenta la vida
palpitante de un apóstol que camina por esta existencia,
en medio de momentos felices y críticos, cara al examen
final ante el tribunal de Cristo, el mensaje de la
homilía de hoy podría centrarse claramente en las dos
parábolas del evangelio, las dos referentes a la semilla
y su crecimiento.
A veces la palabra de
Dios nos conduce a unas consecuencias de tipo moral
(cómo actuar), y otras, a una perspectiva de
comprensión: cómo "ver" e interpretar la Historia de la
salvación, también en nuestra vida. Hoy es esta segunda
perspectiva la que prevalece. Las lecturas nos ayudan a
entender cómo Dios conduce nuestra historia y cuál es
nuestra actitud ante su estilo de actuación.
-La semilla que crece
sin saber cómo.
El protagonista de la
primera parábola es la semilla. No tanto el labrador o
la calidad del terreno (como en la parábola del
sembrador). La semilla tiene dentro de sí una fuerza ("virtus",
"dynamis") que es la que la hace germinar, brotar,
crecer, madurar... Cuando en nuestro actuar humano hay
una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés),
la eficacia puede crecer notablemente.
Pero cuando esa fuerza
interior es el amor que Dios nos tiene, o su Espíritu, o
la gracia salvadora de Cristo Resucitado, entonces el
Reino germina y crece poderosamente. El hombre
(nosotros, los cristianos) puede y debe colaborar, pero
la fuerza es de Dios. El es el "autor", aunque su
presencia esté escondida. La energía del Espíritu en el
mundo, en la Iglesia, en cada uno de nosotros: este es
el factor decisivo. La parábola es una invitación a que
sepamos descubrir la presencia de este Espíritu y de
esta fuerza interior. El "Reino" crece desde dentro,
porque Cristo está activo, porque su Espíritu es
protagonista. El Reino ya está en marcha, está ya
"sucediendo".
Esto es algo que
debería invitarnos a no caer en el orgullo por nuestras
técnicas, aplicadas también a la "salvación del mundo":
es bueno que apliquemos las técnicas mejores, pero el
Reino va adelante por su fuerza interior. No cabe en
nuestros ordenadores.
Como la semilla no
germina porque lo digan los sabios botánicos, ni la
primavera espera a que los libros señalen su inicio o su
actuación. La fuerza del Evangelio, la eficacia dinámica
de la Palabra de Dios, son algo que viene del mismo
Dios, no de nuestras técnicas.
Naturalmente no es una
invitación a la pereza: nuestra colaboración también
entra en el plan salvador de Dios. Y además esta
convicción de la fuerza intrínseca de los semilla nos
debe hacer colaborar con optimismo, con esperanza,
porque el Reino está en buenas manos.
La parábola apunta
también a que no nos impacientemos. La semilla tiene su
ritmo. Tal vez alrededor de Jesús también había quien
quería ver frutos inmediatos, y él les remite a esta
comparación expresiva: la semilla dará su fruto, pero
lentamente. Sin efectos espectaculares. También nosotros
podemos tener la tentación de la eficiencia a corto
plazo.
Todavía otro matiz: la
semilla germina sin que el labrador sepa cómo. En la
labor con que los cristianos contribuimos a la obra
salvadora de Cristo en este mundo, muchas veces tenemos
que conformarnos con "no entender" y no poder "medir" y
controlar el crecimiento de este Reino...
-Una semilla pequeña y
un arbusto grande.
La segunda parábola,
que es la que empalma con la lectura de Ezequiel, nos
presenta otro aspecto del estilo con que Dios conduce la
historia de la salvación, o sea, el Reino. Los medios
más humildes, los orígenes más sencillos son los que él
prefiere para realizar su obra salvadora. Como tantas
veces en el AT y el NT va eligiendo a personas y pueblos
que humanamente no tendrían ninguna garantía de éxito.
El Reino no viene como
un ejército de ocupación o una revolución espectacular:
viene como una semilla insignificante (pero llena de
vigor interior, como ha dicho la primera parábola), y
por eso crece y da fruto.
La comparación de
Ezequiel nos recuerda el fracaso del árbol grande y
orgulloso que había sido Israel, y que es tronchado.
Pero también un rayo de
esperanza: una ramita de este tronco roto, el "resto" de
ese Israel maltrecho, se convertirá en un árbol grande,
el pueblo mesiánico. No por los propios méritos, sino
por obra de Dios. Una invitación también para nosotros,
a saber ver cómo también en nuestra historia lo humilde
y sencillo, lo cotidiano y poco espectacular, puede ser
el lugar del encuentro con un Dios que salva. Solemos
apreciar las técnicas llamativas. Dios actúa con otro
estilo. Como dijo la Virgen en su Magnificat,
precisamente a los humildes y los pobres y los
hambrientos es a los que Dios enaltece, hace fecundos y
colma de bienes. Y no a los ricos y los que se crecen
poderosos.
Todo esto tiene
aplicaciones en la vida de la Iglesia, y de cada grupo,
y de cada persona concreta. Es cuestión de "saber ver"
esta presencia y este estilo de Dios en nuestra
historia. Es El quien conduce y hace eficaz el Reino. Y
busca nuestra colaboración, humilde y confiada a la vez.
Dios y su Reino no son domesticables a nuestro gusto.
Son sorprendentes. No caben en nuestros esquemas.
También en la
Eucaristía podemos encontrar reflejo de este mensaje.
Tanto la Palabra de Dios, semilla fecunda y vigorosa,
como el Cuerpo y Sangre de Cristo, el alimento que
Cristo nos da como garantía y semilla de vida eterna en
nosotros, tienen mucho de oculto, son elementos
sencillos, pero con una eficacia salvadora. Con ese
doble alimento que Cristo Resucitado nos comunica
tenemos la mejor fuerza para que la vida sea en verdad
fecunda para los demás.
J. ALDAZABAL (+)
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