EN
ÉL VIVIMOS
(Dios
no hizo la muerte)
“Dios no hizo la muerte”, hemos escuchado en la
primera lectura. Y sigue insistiendo: “No se recrea en
la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que
subsistiera...”. Pero nuestra experiencia nos dice que
la muerte existe. Y no sólo las personas. Mueren los
animales y las plantas. Todo lo que en un momento ha
empezado a tener vida, acaba muriendo. Pero una cosa es
esa realidad vinculada a unas leyes naturales de este
planeta tierra, y otra cuando nos ponemos a mirar las
cosas desde Dios, que es eterno. Desde esa perspectiva,
también podemos afirmar que la muerte no existe. El
texto bíblico citado sigue insistiendo: “Dios lo creó
todo para que subsistiera”; “la justicia es
inmortal”. Quiere decir que Dios es inmortal y
perfecto. Todo lo que no sea él es imperfecto y
limitado en el tiempo. Repito esta idea: visto desde
nosotros, la muerte es un hecho incuestionable. La podríamos
llamar “la muerte biológica”. Pero visto desde
Dios, podemos afirmar también que la muerte no existe.
·
(La vida natural viene de Dios)
En
el prólogo del evangelio de san Juan leemos: “En él
había la vida”; “por medio de él se hizo todo”.
Por tanto, todo participa de su vida, aun cuando sea de
modo limitado e imperfecto. Vida vegetal, vida animal,
vida humana. Pero la vida natural de los seres humanos,
colocados en el “ranking” de los seres vivos del
planeta tierra por encima de los animales y las plantas,
está llamada a la inmortalidad. Este plan de Dios sobre
nosotros, nos ha sido revelado por nuestro Señor
Jesucristo cuando, después de hablar de su resurrección,
nos habla también de la nuestra diciendo: “En esta
vida, los hombre y mujeres se casan; pero los que sean
juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección
de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden
morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque
participan en la resurrección”. Y añade: “Dios, no
es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos
están vivos” (Lc
20,34 ss.).
·
(Y la vida sobrenatural, también)
Pero
existe todavía otro grado de “sobre-vida”, que es
la misma vida de Dios participada por nosotros, cuando
se nos dice: “A los que creen en su nombre, les da
poder para ser hijos de Dios. Éstos no han nacido de
sangre, ni de
amor
carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. Esta vida,
que llamamos sobrenatural, es una “participación de
la naturaleza divina” (2
Pedro 1, 4).
·
(Para
él,
todos
viven)
Hace
un momento he citado unas palabras de Jesús: “Para
Dios, todos viven”. O, lo que es equivalente: para
Dios, la muerte no existe. ¿Qué comparación podríamos
encontrar para entender esto más fácilmente? Ahora
que, quien más quien menos, sabe lo que es “internet”,
quedamos asombrados al ver la gran capacidad de memoria
que tiene la red. Cada día, en todo el mundo, se van
echado allí cantidades de textos, dibujos, músicas...
Parece infinita, como si pudiera contenerlo todo. Pues
imaginémonos a Dios como una supermemoria en donde esta
realmente todo, TODO. Y no de una forma progresiva, como
lo que estamos haciendo nosotros, que vivimos en le
tiempo, sino pensando cómo tiene que ser la vida de
Dios: en la eternidad, sin antes ni después.
Todos estamos allí, dentro de él, ya antes de que
nazcamos; y después de morir, también. Allí tenemos
nuestra ventanita, un archivo a nuestro nombre. Es lo
que dice san Pablo en la carta a los Efesios (1,4):
“Dios nos eligió en Cristo, antes de crear el
mundo”. Cierto que hemos de admitir, visto desde
nosotros, que nuestra vida aquí en la tierra empieza y
termina: dura un número determinado de años. En
nosotros si que hay variación, porque antes de nacer,
no tenemos conciencia de nuestro “yo”. La adquirimos
aquí en la tierra. Ahora queda por ver si, después de
la muerte, la conservaremos o la habremos perdido,
cuando las moléculas de nuestro cuerpo pierdan su
cohesión. Esto no lo podremos saber por experiencia
hasta después de la muerte. Si lo queremos saber antes,
hemos de fiarnos de las palabras de Jesucristo que he
citado cuando hablaba de nuestra vida en el más allá.
Ya es una cuestión de fe. Podríamos decir que la mayor
utilidad del cristianismo, es poder ver la trayectoria
global de nuestra vida a la luz de la revelación hecha
por Jesús de Nazaret. Por esto la llamamos
“evangelio", o sea “Buena Noticia”.
·
(La comunión, prenda de vida eterna)
La
resurrección de la niña del evangelio de hoy, la del
hijo de la viuda de Nain, la de Lázaro, y sobre todo la
de Jesús, testificada por los apóstoles, apoyan
nuestra fe. Hoy, al recibir la comunión eucarística,
podríamos recordar también como aquella mujer que creyó
firmemente que si le tocaba, ni que fuera su vestido, se
curaría. Nosotros tocaremos el vestido de pan y vino
que recubren a Jesús, y sentiremos como sale de él una
fuerza salvadora. Es la prenda de nuestra propia
resurrección; de nuestra vida para siempre.
ALBERTO
TAULÉ
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