INCRÉDULOS
Con
este pasaje termina lo que podemos llamar una etapa de
la predicación de Jesús, o de la presentación que
Marcos va haciendo a lo largo de su evangelio de Jesús
y su obra, junto con las reacciones que provoca.
Y
termina con un panorama de fracaso: la incredulidad
precisamente de los más cercanos. El mismo Jesús se
extraña de la poca fe de los suyos. Es un retrato muy
humano, nada mitificado.
No
"puede" hacer milagros, porque ve que no
tienen fe.
Apoyado
por la primera lectura, el tema que hoy nos interpela es
el de la incredulidad. Sería bueno que tuviéramos
presente, como desarrollo sistemático y moderno, la
carta de los obispos vascos en Cuaresma-Pascua de 1988
sobre "Creer en tiempos de increencia", donde
hacen un magnífico análisis del hecho de la increencia,
de sus raíces e itinerarios, así como de los
compromisos a que invita a la comunidad eclesial.
-Por
qué no creyeron en El.
Las
reacciones ante Jesús son a veces de incomprensión
(sus familiares), de superficialidad interesada (por los
milagros), de desconfianza (sus paisanos), de hostilidad
declarada (los enemigos)...
También
algunos creen en El, y pueden ser objeto de su acción
salvadora, como hoy hemos leído. Pero la tónica
general, es de increencia, cumpliéndose aquello de que
"vino a su casa y los suyos no le recibieron"
(Jn 1,11), o lo que ya anunció Simeón, de que Jesús
iba a ser piedra de escándalo y señal de contradicción.
El
asombro ante lo que oían llevó a los paisanos de Jesús
a formular la pregunta justa: ¿quién es éste? ¿de dónde
saca todo eso? (pregunta que aparece varias veces en
Marcos: 1, 27; 4, 41; 6, 3; 8, 27). Pero sus esquemas
mentales no les dejaron encontrar la respuesta
verdadera. Desconfiaron de él y no le acogieron.
Sin
violentar los textos se pueden adivinar dos motivos de
esta increencia:
a)
Jesús aparece como demasiado sencillo como para ser el
enviado de Dios: ¿cómo puede hablar Dios a través de
un obrero humilde, sin cultura, a quien además conocen
desde hace años? ¿cómo puede venir la salvación mesiánica
con rasgos tan cotidianos? Le llaman "el hijo de
María": no sabemos si con tono despectivo, o
sencillamente para constatar la humildad de su origen
familiar. María no es una dama "distinguida"
de la sociedad. (También Ella, la Madre, nos da, como
su Hijo, a lo largo del evangelio, y para los cristianos
de hoy, un ejemplo de sencillez y de calidad,
precisamente desde una vida cotidiana, sin milagros ni
grandes discursos).
b)
Pero además seguramente interviene otro factor: el
mensaje de Jesús no es como el de los escribas que
explican más o menos sabiamente la Ley. Es un mensaje
muy personalizado y exigente: se presenta a sí mismo
como el enviado de Dios, y ofrece las líneas del Reino
con una carga notoria de compromiso. Si le aceptan,
tienen que aceptar también su mensaje. En esta dirección
va la lectura preparatoria de Ezequiel, profeta en
tiempos difíciles de destierro, que anunciaba también
palabras incómodas, que no estaban demasiado dispuestos
a escuchar lo que más o menos se habían instalado bien
en la falta de esperanza o en el contorno pagano del
destierro.
-Seguimos
sin querer creer. Sin detenernos en todas las raíces y
formas de la increencia moderna (cfr. la carta antes
aludida de los obispos vascos), tal vez no sea superfluo
repasar sencillamente las dos direcciones que el
evangelio mismo apunta.
A
veces Dios nos habla desde la cotidianidad y la
sencillez extrema, sin aparato ni espectacularidad (de
prestigio o de ciencia). Es verdad que hoy, al contrario
de los de Nazaret, parece que estamos más dispuestos a
descubrir la voz de Dios precisamente en la sencillez de
una Iglesia pobre y despojada de todo ropaje de
prestigio económico o social. Pero, ¿llegamos a la fe?
(También Pablo se nos presenta hoy casi gloriándose...
de su debilidad. Totalmente entregado al Reino, pero
desde la pobreza y hasta de las dificultades personales.
No somos superhombres, sino personas débiles, y
seguramente, cada uno con su "espina"
particular que le molesta y le marca y le convence de
que no es en sus propias fuerzas en las que debe
confiar).
Si
no estamos dispuestos a hacer mucho caso al mensaje de
Dios, tampoco haremos mucho caso de estos mensajeros
sencillos y humildes, como Teresa de Calcuta o el vecino
de al lado, que nos está dando un testimonio clarísimo,
si quisiéramos verlo.
Otras
veces la voz de Dios nos puede venir con la vestidura
solemne de un concilio o sínodo, o de una encíclica de
un Papa.
Pero
si no nos interesa demasiado seguirla, dejaremos de oírla
por mil razones, poniendo en marcha nuestros
"mecanismos de defensa". En el fondo nos
hacemos un Dios a nuestra medida, y cuando a El se le
ocurre -que es muchas veces- saltarse nuestras
programaciones y nos sorprende con un estilo que no
esperábamos, no queremos reconocerle; por ejemplo,
desprestigiaremos al mensajero (somos unos maestros en
desacreditar al que no nos interesa tener que hacer
caso) y así no tenemos que escucharle.
Esto
pasa en las cosas solemnes (reacciones ante documentos
del episcopado o del Papa), o en la vida de cada día.
Catalogamos a las personas en nuestro fichero mental, y
ya pueden hacer milagros, que no tiene remedio nuestro
desinterés o desconfianza. Deberíamos saber reconocer
la presencia de Cristo y su voz profética en los signos
sencillos y humanos del pan y vino de nuestra Eucaristía,
y en las personas de esta comunidad (no de otra ideal),
y los pastores concretos que tenemos, y en esta Iglesia
que formamos todos, y que es imperfecta y débil, y en
la cotidianidad de la vida, que es dónde a Dios le
gusta "aparecérsenos", como en los tiempos bíblicos.
J.
ALDAZABAL (+) |