REFLEXIONES  

 

REFLEXIÓN 1

 


PAN DE VIDA

Jesús acaba de realizar el milagro de la multiplicación de los panes y comienza un largo discurso sobre el pan de vida. A partir del hambre vulgar de la gente que acude a escuchar a Jesús, y a partir del pan que ha multiplicado, vamos a progresar hacia otra hambre y otro pan. Jesús pregunta: "¿Para qué alimento trabajáis?". Dejémonos interrogar profundamente; nuestras hambres revelan lo que somos. Queremos comer, desde luego, pero queremos mucho más: conocer, contemplar cosas hermosas, amar, tener un trabajo interesante. Esas son nuestras hambres y los alimentos por los que trabajamos.

Jesús se esfuerza en orientar a su auditorio hacia las hambres profundas, hacia el hambre de vivir intensamente y de vivir eternamente: "No os preocupéis únicamente de las hambres pasajeras, sentid en lo más íntimo de vuestro ser el hambre de una vida que no pasa". Le cuesta trabajo sacarles de sus ilusiones en una provisiones fáciles y maravillosas. Se niega al match que le proponen: "Nos has dado pan. Moisés nos dio maná. Sois iguales, ¡haz tú un signo mayor!". ¿Quién sabe si nosotros, en secreto, no estaremos esperando signos mayores? Demuestra, Señor, que existes, que eres omnipotente, que la oración es escuchada, que los sacramentos producen su efecto. ¡Demuéstralo! ¡Haz signos! Quizás sea ésa nuestra hambre. Hambre de ventajas de la religión, hambre de lo maravilloso. Escuchemos entonces con gusto a Jesús.

- El signo es el pan que os he dado, lo mismo que era también signo el maná. Signos de un alimento superior para un hambre mayor; hay un pan de vida que da la vida más intensa que podríais desear, la vida en este mundo y la vida eterna.

- ¡Danos de ese pan!

- Soy yo.

El pan es el símbolo de la vida. Jesús nuestro pan es Jesús nuestra vida. Dios quiere que tengamos un hambre terrible de lo que él soñó para nosotros y para ese hambre nos da a Jesús. Este es el proyecto de Dios en el que hemos de entrar. Pero ¿cómo? Entramos en el proyecto de Dios cuando creemos en aquel que él ha enviado, cuando tenemos no ya unas pequeñas hambres, sino un inmenso deseo, y cuando creemos que Jesús es el pan de este hambre.

ANDRE SEVE

 

 

 

 

REFLEXIÓN  2


UN VACÍO DIFÍCIL DE LLENAR

Yo soy el pan de vida.

La palabra «religión» suscita hoy en muchos una actitud defensiva. En bastantes ambientes, el hecho mismo de plantear la cuestión religiosa provoca malestar, silencios evasivos, un desvío hábil de la conversación. Se entiende la religión como un estadio infantil de la humanidad que está siendo ya superado. Algo que pudo tener sentido en otros tiempos pero que, en una sociedad adulta y emancipada, carece ya de todo interés.

Creer en Dios, orar, alimentar una esperanza final son, para muchos, un modo de comportarse que puede ser tolerado, pero que es indigno de personas inteligentes y progresistas. Cualquier ocasión parece buena para trivializar o ridiculizar lo religioso, incluso, desde los medios públicos de comunicación. Se diría que la religión es algo superfluo e inútil. Lo realmente importante y decisivo pertenece a otra esfera: la del desarrollo técnico y la productividad económica. A lo largo de estos últimos años ha ido creciendo entre nosotros la opinión de que una sociedad industrial moderna no necesita ya de religión pues es capaz de resolver por sí misma sus problemas de manera racional y científica. Sin embargo, este optimismo «a-religioso» no termina de ser confirmado por los hechos. Los hombres viven casi exclusivamente para el trabajo y para el consumismo durante su tiempo libre, pero «ese pan» no llena satisfactoriamente su vida.

El lugar que ocupaba anteriormente la fe religiosa ha dejado en muchos hombres y mujeres un vacío difícil de llenar y un hambre que debilita las raíces mismas de su vida. F. Heer habla de «ese gran vacío interior en el que los seres humanos no pueden a la larga vivir sin escoger nuevos dioses, jefes y caudillos carismáticos artificiales». Quizás es el momento de redescubrir que creer en Dios significa ser libre para amar la vida hasta el final. Ser capaz de buscar la salvación total sin quedarse satisfecho con una vida fragmentada. Mantener la inquietud de la verdad absoluta sin contentarse con la apariencia superficial de las cosas. Buscar nuestra religación con el Trascendente dando un sentido último a nuestro vivir diario.

Cuando se viven días, semanas y años enteros, sin vivir de verdad, sólo con la preocupación de «seguir funcionando», no debería de pasar inadvertida la invitación interpeladora de Jesús: «Yo soy el pan de vida».

JOSE ANTONIO PAGOLA

 

 

 

 

OTRAS REFLEXIONES

XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 1-15:
¡Dinos, Señor! ¿Cómo hacer para que sobre?
Autor: Padre Javier Leoz  

 

1.- Cinco panes y dos peces, cuando hay fe y buena disposición para compartir, son suficientes para colmar, calmar las aspiraciones y las carencias de aquellos/as que llaman a nuestra puerta. Lo más fácil escurrir el bulto. Lo más necesario y efectivo: hacer frente a tantas situaciones que son las nuevas caras y los nuevos rostros de Cristo que caminan a nuestro lado.

¡Dinos Señor! Dónde ir y a quien alimentar con nuestras presencias y palabras, con gestos y compromiso.

Los nombres y las calles donde multiplicar y hacer presente el pan y los peces de nuestra misericordia y delicadeza.

Los corazones solitarios necesitados de la masa, de la harina que es el pan de nuestra compañía.

¡Dinos cómo! Permanecer atentos al sufrimiento humano sin necesidad de huir despavoridos en dirección contraria o de cerrar los ojos para no sentir pena alguna.

Compartir parte de nuestra riqueza sin, a continuación, mirar el vacío que dejó en nuestros bolsillos.

Salir de nosotros mismos sin pensar que, es de necios, poner en la mesa de la fraternidad el pan fresco de cada mañana o las horas gratuitamente gastadas.

Cómo hacer posible ante los ojos del mundo la justicia cuando, cada día que pasa, parece utópico y poco menos que un imposible

¡Dinos Señor! Una palabra ante la situación de la violencia para poder llevar el pan de la Paz

Una palabra ante el drama del egoísmo para que podamos ofrecer los peces de la hermandad

Una palabra ante la enfermedad para que compartamos el pan de la salud

¡Dinos cómo! Dar de comer a quien no busca precisamente tu pan sino aquel otro que endurece, perece y que en esta vida caduca

Presentar el mensaje de tu vida cuando hay tanta hartura de golosinas que embaucan, endulzan y malogran el paladar de la humanidad.

Trabajar, y no caer en ese empeño, para que la fuerza del hombre no esté en lo que aparentemente se multiplica sino en aquello que, por dentro, de verdad le enriquece y que en el mundo escasea.

¡Dinos Tú Señor!! ¡Dinos cómo Señor!! ¡Cómo con tan poco pudiste Tú hacer tanto! cuando, nosotros con tanto, llegamos a tan poco.

2.- Es cuestión, ahora (allá donde nos encontremos) pongamos sobre la mesa, los cinco panes y los dos peces que todos tenemos en propiedad. Que no pensemos que con ello, será insuficiente.

Lo importante es, en la medida de nuestras posibilidades, poner todo lo que somos y parte de lo que tenemos en beneficio de alguien necesitado. Dios, hará el milagro.

Los cinco y panes, y los dos peces, son las pocas o las muchas capacidades que podemos tener, el consejo oportuno, la palabra de aliento, la ayuda oportuna, la compañía a quien se siente solo, el silencio solidario con el que sufre.

3.- Todos, ¡todos!, tenemos nuestros “personales cinco panes y dos peces” con los que contribuir a mejorar muchas situaciones enquistadas o delicadas.

Desde luego, quien nunca tiene, es aquel que nunca se mueve ni hace nada por los demás.

 

XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 1-15:
Recoged los trozos sobrantes
Autor: P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

Durante varios domingos el Evangelio está tomado del discurso que pronunció Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de Cafarnaúm, y que refiere el evangelista Juan. El pasaje de este domingo viene del episodio de la multiplicación de los panes y los peces, que hace de introducción al discurso eucarístico.

No es casualidad que la presentación de la Eucaristía comience con el relato de la multiplicación de los panes. Con ello se viene a decir que no se puede separar, en el hombre, la dimensión religiosa de la material; no se puede proveer a sus necesidades espirituales y eternas, sin preocuparse, a la vez, de sus necesidades terrenas y materiales.

Fue precisamente ésta, por un momento, la tentación de los apóstoles. En otro pasaje del Evangelio se lee que ellos sugirieron a Jesús que despidiera a la multitud para que fuera a los pueblos vecinos a buscar qué comer. Pero Jesús respondió: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mateo 14, 16). Con ello Jesús no pide a sus discípulos que hagan milagros. Pide que hagan lo que pueden. Poner en común y compartir lo que cada uno tiene. En aritmética, multiplicación y división son dos operaciones opuestas, pero en este caso son lo mismo. ¡No existe «multiplicación» sin «partición» (o compartir)!

Este vínculo entre el pan material y el espiritual era visible en la forma en que se celebraba la Eucaristía en los primeros tiempos de la Iglesia. La Cena del Señor, llamada entonces agape, acontecía en el marco de una comida fraterna, en la que se compartía tanto el pan común como el eucarístico. Ello hacía que se percibieran como escandalosas e intolerables las diferencias entre quien no tenía nada que comer y quien se «embriagaba» (1 Co 11, 20-22). Hoy la Eucaristía ya no se celebra en el contexto de la comida común, pero el contraste entre quien tiene lo superfluo y quien carece de lo necesario no ha disminuido, es más, ha asumido dimensiones planetarias.

Sobre este punto tiene algo que decirnos también el final del relato. Cuando todos se saciaron, Jesús ordena: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Nosotros vivimos en una sociedad donde el derroche es habitual. Hemos pasado, en cincuenta años, de una situación en la que se iba al colegio o a la Misa dominical llevando, hasta el umbral, los zapatos en la mano para no gastarlos, a una situación en la que se tira el calzado casi nuevo para adaptarse a la moda cambiante.

El derroche más escandaloso sucede en el sector de la alimentación. Una investigación del Ministerio de Agricultura de los Estados Unidos revela que una cuarta parte de los productos alimentarios acaba cada día en la basura, por no hablar de lo que se destruye deliberadamente antes de que llegue al mercado. Jesús no dijo aquel día: «Destruid los trozos sobrantes para que el precio del pan y del pescado no baje en el mercado». Pero es lo que precisamente se hace hoy.

Bajo el efecto de una publicidad machacona, «gastar, no ahorrar» es actualmente la contraseña en la economía. Cierto: no basta con ahorrar. El ahorro debe permitir a los individuos y a las sociedades de los países ricos ser más generosos en la ayuda a los países pobres. Si no, es avaricia más que ahorro.

 

XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 1-15:
Ser un milagro
Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm

Prosigue este domingo el Evangelio del domingo pasado cómo Jesús percibió otro tipo de carencia, más elemental quizás pero igualmente evidente, entre aquella multitud que le seguía: no sólo no tenían pastor y por lo tanto había que enseñarles, sino que tampoco tenían pan, y entonces, igualmente había que alimentarles: “Jesús, al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe: ¿con qué compraremos panes para que coman éstos?”. En medio de la extrañeza de Felipe llega Andrés y apunta un conato de solución: aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces, ¿pero qué es eso para tantos?

La evidente provocación estaba servida, y ante la desmedida empresa de tener que alimentar a tantos con tan poco, era lógica aquella reacción de los discípulos: nos supera, no sabemos qué hacer ni por dónde empezar. Como dice el Evangelio de Marcos: “vamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?”.

Jesús hizo ese milagro ante todos, y quedó manifiesta la grandeza de Dios... pero a través de la pequeñez humana: fue realizado con la ayuda humilde del muchacho que encontró Andrés: con sus cinco panes y sus dos peces. Es un impresionante testimonio de cómo Jesús no ha querido mostrarnos un rostro de Dios autosuficiente y despectivo respecto de sus hijos, sino que –por así decirlo– ha querido tener necesidad de nuestra pequeña colaboración humana para que su grandeza divina pueda ser manifestada.

Otras hambres de otros panes tiene planteadas nuestra querida humanidad: la paz, el trabajo, la justicia, el amor, el respeto, la esperanza, la fe, la verdad... y un largo etcétera tan inmenso como grande es la humanidad. Son muchas las hambres de los hombres. Quizás haya quien espere de Dios un milagro sonoro y tumbativo, un milagro de Dios y a lo divino. Mientras que Jesús nos seguirá diciendo como entonces: dadles vosotros de comer, buscad el pan adecuado para esas hambres concretas. Entonces sentiremos el mismo estupor y desbordamiento que sintieron los discípulos en el lago de Galilea. Jesús sigue haciendo milagros, pero éstos pasan por nuestras manos, nuestro corazón, nuestros ojos, nuestros labios: Él necesita también hoy nuestros panes y nuestros peces, para dar de comer a la multitud de tan diversas hambres. El milagro somos nosotros, que ofreciendo nuestra pequeñez, Dios convierte en grandeza, en signo. Y también hoy la gente quedará saciada. ¿No vemos el hambre? ¿No nos vemos como el pan que las manos de Jesús reparten? Dejémonos tomar, partir y repartir, dejémonos ser milagro para los demás.