XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 1-15:
¡Dinos,
Señor! ¿Cómo hacer para que sobre?
Autor: Padre Javier
Leoz
1.- Cinco panes y dos
peces, cuando hay fe y buena disposición para compartir,
son suficientes para colmar, calmar las aspiraciones y
las carencias de aquellos/as que llaman a nuestra
puerta. Lo más fácil escurrir el bulto. Lo más necesario
y efectivo: hacer frente a tantas situaciones que son
las nuevas caras y los nuevos rostros de Cristo que
caminan a nuestro lado.
¡Dinos Señor!
Dónde ir y a quien alimentar con nuestras
presencias y palabras, con gestos y compromiso.
Los nombres y las
calles donde multiplicar y hacer presente el pan y los
peces de nuestra misericordia y delicadeza.
Los corazones
solitarios necesitados de la masa, de la harina que es
el pan de nuestra compañía.
¡Dinos cómo!
Permanecer atentos al sufrimiento humano sin
necesidad de huir despavoridos en dirección contraria o
de cerrar los ojos para no sentir pena alguna.
Compartir parte de
nuestra riqueza sin, a continuación, mirar el vacío que
dejó en nuestros bolsillos.
Salir de nosotros
mismos sin pensar que, es de necios, poner en la mesa de
la fraternidad el pan fresco de cada mañana o las horas
gratuitamente gastadas.
Cómo hacer posible ante
los ojos del mundo la justicia cuando, cada día que
pasa, parece utópico y poco menos que un imposible
¡Dinos Señor!
Una palabra ante la situación de la violencia
para poder llevar el pan de la Paz
Una palabra ante el
drama del egoísmo para que podamos ofrecer los peces de
la hermandad
Una palabra ante la
enfermedad para que compartamos el pan de la salud
¡Dinos cómo!
Dar de comer a quien no busca precisamente tu
pan sino aquel otro que endurece, perece y que en esta
vida caduca
Presentar el mensaje de
tu vida cuando hay tanta hartura de golosinas que
embaucan, endulzan y malogran el paladar de la
humanidad.
Trabajar, y no caer en
ese empeño, para que la fuerza del hombre no esté en lo
que aparentemente se multiplica sino en aquello que, por
dentro, de verdad le enriquece y que en el mundo
escasea.
¡Dinos Tú
Señor!!
¡Dinos cómo Señor!!
¡Cómo con tan poco pudiste Tú hacer tanto! cuando,
nosotros con tanto, llegamos a tan poco.
2.- Es cuestión, ahora
(allá donde nos encontremos) pongamos sobre la mesa, los
cinco panes y los dos peces que todos tenemos en
propiedad. Que no pensemos que con ello, será
insuficiente.
Lo importante es, en la
medida de nuestras posibilidades, poner todo lo que
somos y parte de lo que tenemos en beneficio de alguien
necesitado. Dios, hará el milagro.
Los cinco y panes, y
los dos peces, son las pocas o las muchas capacidades
que podemos tener, el consejo oportuno, la palabra de
aliento, la ayuda oportuna, la compañía a quien se
siente solo, el silencio solidario con el que sufre.
3.- Todos, ¡todos!,
tenemos nuestros “personales cinco panes y dos peces”
con los que contribuir a mejorar muchas situaciones
enquistadas o delicadas.
Desde luego, quien
nunca tiene, es aquel que nunca se mueve ni hace nada
por los demás.
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XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 1-15:
Recoged
los trozos sobrantes
Autor:
P.
Raniero Cantalamessa, ofmcap
Durante varios domingos el Evangelio está tomado del discurso
que pronunció Jesús sobre el pan de vida en la sinagoga de
Cafarnaúm, y que refiere el evangelista Juan. El pasaje de este
domingo viene del episodio de la multiplicación de los panes y
los peces, que hace de introducción al discurso eucarístico.
No
es casualidad que la presentación de la Eucaristía comience con
el relato de la multiplicación de los panes. Con ello se viene a
decir que no se puede separar, en el hombre, la dimensión
religiosa de la material; no se puede proveer a sus necesidades
espirituales y eternas, sin preocuparse, a la vez, de sus
necesidades terrenas y materiales.
Fue
precisamente ésta, por un momento, la tentación de los
apóstoles. En otro pasaje del Evangelio se lee que ellos
sugirieron a Jesús que despidiera a la multitud para que fuera a
los pueblos vecinos a buscar qué comer. Pero Jesús respondió:
«¡Dadles vosotros de comer!» (Mateo 14, 16). Con ello Jesús no
pide a sus discípulos que hagan milagros. Pide que hagan lo que
pueden. Poner en común y compartir lo que cada uno tiene. En
aritmética, multiplicación y división son dos operaciones
opuestas, pero en este caso son lo mismo. ¡No existe
«multiplicación» sin «partición» (o compartir)!
Este
vínculo entre el pan material y el espiritual era visible en la
forma en que se celebraba la Eucaristía en los primeros tiempos
de la Iglesia. La Cena del Señor, llamada entonces agape,
acontecía en el marco de una comida fraterna, en la que se
compartía tanto el pan común como el eucarístico. Ello hacía que
se percibieran como escandalosas e intolerables las diferencias
entre quien no tenía nada que comer y quien se «embriagaba» (1
Co 11, 20-22). Hoy la Eucaristía ya no se celebra en el contexto
de la comida común, pero el contraste entre quien tiene lo
superfluo y quien carece de lo necesario no ha disminuido, es
más, ha asumido dimensiones planetarias.
Sobre este punto tiene algo que decirnos también el final del
relato. Cuando todos se saciaron, Jesús ordena: «Recoged los
trozos sobrantes para que nada se pierda». Nosotros vivimos en
una sociedad donde el derroche es habitual. Hemos pasado, en
cincuenta años, de una situación en la que se iba al colegio o a
la Misa dominical llevando, hasta el umbral, los zapatos en la
mano para no gastarlos, a una situación en la que se tira el
calzado casi nuevo para adaptarse a la moda cambiante.
El
derroche más escandaloso sucede en el sector de la alimentación.
Una investigación del Ministerio de Agricultura de los Estados
Unidos revela que una cuarta parte de los productos alimentarios
acaba cada día en la basura, por no hablar de lo que se destruye
deliberadamente antes de que llegue al mercado. Jesús no dijo
aquel día: «Destruid los trozos sobrantes para que el precio del
pan y del pescado no baje en el mercado». Pero es lo que
precisamente se hace hoy.
Bajo
el efecto de una publicidad machacona, «gastar, no ahorrar» es
actualmente la contraseña en la economía. Cierto: no basta con
ahorrar. El ahorro debe permitir a los individuos y a las
sociedades de los países ricos ser más generosos en la ayuda a
los países pobres. Si no, es avaricia más que ahorro.
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XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 1-15:
Ser un
milagro
Autor:
Mons. Jesús Sanz
Montes, ofm
Prosigue este domingo el
Evangelio del domingo pasado cómo Jesús percibió otro tipo de
carencia, más elemental quizás pero igualmente evidente, entre
aquella multitud que le seguía: no sólo no tenían pastor y por
lo tanto había que enseñarles, sino que tampoco tenían pan, y
entonces, igualmente había que alimentarles: “Jesús, al ver que
acudía mucha gente dijo a Felipe: ¿con qué compraremos panes
para que coman éstos?”. En medio de la extrañeza de Felipe llega
Andrés y apunta un conato de solución: aquí hay un muchacho que
tiene cinco panes de cebada y dos peces, ¿pero qué es eso para
tantos?
La evidente provocación estaba
servida, y ante la desmedida empresa de tener que alimentar a
tantos con tan poco, era lógica aquella reacción de los
discípulos: nos supera, no sabemos qué hacer ni por dónde
empezar. Como dice el Evangelio de Marcos: “vamos nosotros a
comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?”.
Jesús hizo ese milagro ante
todos, y quedó manifiesta la grandeza de Dios... pero a través
de la pequeñez humana: fue realizado con la ayuda humilde del
muchacho que encontró Andrés: con sus cinco panes y sus dos
peces. Es un impresionante testimonio de cómo Jesús no ha
querido mostrarnos un rostro de Dios autosuficiente y despectivo
respecto de sus hijos, sino que –por así decirlo– ha querido
tener necesidad de nuestra pequeña colaboración humana para que
su grandeza divina pueda ser manifestada.
Otras hambres de otros panes
tiene planteadas nuestra querida humanidad: la paz, el trabajo,
la justicia, el amor, el respeto, la esperanza, la fe, la
verdad... y un largo etcétera tan inmenso como grande es la
humanidad. Son muchas las hambres de los hombres. Quizás haya
quien espere de Dios un milagro sonoro y tumbativo, un milagro
de Dios y a lo divino. Mientras que Jesús nos seguirá diciendo
como entonces: dadles vosotros de comer, buscad el pan adecuado
para esas hambres concretas. Entonces sentiremos el mismo
estupor y desbordamiento que sintieron los discípulos en el lago
de Galilea. Jesús sigue haciendo milagros, pero éstos pasan por
nuestras manos, nuestro corazón, nuestros ojos, nuestros labios:
Él necesita también hoy nuestros panes y nuestros peces, para
dar de comer a la multitud de tan diversas hambres. El milagro
somos nosotros, que ofreciendo nuestra pequeñez, Dios convierte
en grandeza, en signo. Y también hoy la gente quedará saciada.
¿No vemos el hambre? ¿No nos vemos como el pan que las manos de
Jesús reparten? Dejémonos tomar, partir y repartir, dejémonos
ser milagro para los demás.
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