"CIEGOS
Y CEGUERAS"
El
Evangelio de hoy me ha hecho pensar en esas personas
invidentes, ciegas , que están viniendo estos días a
descansar en la Manga.
No
soy yo el indicado para hablar de su situación: las
dificultades por las que pasan, los sufrimientos que les
acarrea, el ánimo o desánimo con el que viven su
calvario. Yo, veo.
Supongo
que habrá de todo: desde aquellos que, llenos de fe,
van caminando con su bastón y sus acompañantes y, por
dentro, esa fe les llena de luz y de fuerza para seguir
adelante, hasta los que viven su estado entre la
desesperación y el rechazo de Dios, a quien echan la
culpa de su ceguera.
Pero
hay otro tipo de cegueras. Hay cada vez más personas
que cierran sus puertas al que es la Luz del mundo;
cristianos que un día recibieron los sacramentos y en
ellos a Cristo y que ya no le necesitan, han cambiado la
Luz con mayúscula, la que no se apaga, por pequeñas
luces de cerilla, que lucen y calientan un instante;
están aquellos que ni siquiera saben que existe esa Luz
grande y se bastan con sus cerillas, sus velas o sus
antorchas; otros saben que existe Jesucristo y que los
suyos dicen que, siguiéndole, son felices aun en los
momentos duros y de sufrimiento, pues encuentran en él
su luz y su fuerza, pero no se lo creen, dicen que todo
es un montaje, que la vida tiene un fin y que lo que
disfrutes aquí es lo que te llevas, y el sufrimiento es
una lotería que cae.
Casi
ninguno de los deportados a Babilonia creían en la
posibilidad de un retorno a su tierra, excepto en unos
pocos, corría entre ellos la desesperanza. Por eso esos
pocos creyeron en las palabras de Jeremías:
"Gritad de alegría... proclamad, alabad y decid:
el Señor ha salvado a su pueblo".
Allí,
en Jericó, el ciego Bartimeo tenía ganas de
encontrarse con Jesús y cuando le llamó, "soltó
el manto, dio un salto y se acercó a Jesús":
"Maestro, que pueda ver".
Marcos
nos ha dado una catequesis sobre el proceso de la fe.
Primero
tenemos
que ser conscientes de nuestras cegueras, de nuestra
vida tantas veces anodina, sin sentido, infravalorada.
En
segundo momento, tenemos que sentir el deseo de
acercarnos a Jesús, que es la Luz. Pero como no se vea
esa luz en los que se dicen cristianos, será muy
difícil sentir deseo.
Cuando
sintamos ese deseo y digamos: "Hijo de David, ten
compasión de mí", se acercará y nos dirá.
"¿Qué quieres que haga por ti?" -
"Maestro, que pueda ver".
Él
nos comunicará su luz, su vida y la nuestra se llenará
de claridad y de sentido. Finalmente, nos engancha y le seguimos,
como el ciego de Jericó.
Somos
cristianos, seguidores de Jesucristo, posiblemente de
toda la vida; tenemos su luz, aunque a veces nos asaltan
dudas y aparecen las sombras.
La
Eucaristía es un buen momento para renovar nuestra luz
y eliminar sombras.
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