REFLEXIONES  

Domingo Xº

Tiempo Ordinario (c)

 

"No llores"

 

 


 

REFLEXIÓN 1

" ANESTESIA "

Le dio lástima...

Es increíble la necesidad que parece tener nuestra sociedad de exhibir trágicamente el sufrimiento humano en las primeras páginas de los periódicos y las pantallas de la televisión.

La fotografía de una mujer llorando a su marido enterrado en una mina, la imagen de un niño agonizando de hambre en cualquier país del Tercer Mundo o la de unos palestinos acribillados a balazos en su propio campo de refugio, se cotizan en muchos miles de dólares.

Todos los días leemos las noticias más crueles y contemplamos imágenes de destrucciones en masa, asesinatos, catástrofes, muertes de víctimas inocentes, mientras seguimos despreocupadamente nuestra vida.

Se diría que hasta nos dan una «cierta seguridad», pues nos parece que esas cosas siempre pasan a otros. Todavía no ha llegado nuestra hora. Nosotros podemos seguir disfrutando de nuestro fin de semana y haciendo planes para las vacaciones del verano. Cuando la tragedia es más cercana y el sufrimiento afecta a alguien más próximo a nosotros, nos inquietamos más, no nos sentimos cómodos, no sabemos como eludir la situación para poder encontrar de nuevo la tranquilidad perdida.

Porque, con frecuencia, es eso lo que buscamos. Recuperar nuestra pequeña tranquilidad. A ratos, deseamos que desaparezcan el hambre y la miseria en el mundo. Pero simplemente para que no nos molesten demasiado. Deseamos que nadie sufra junto a nosotros, sencillamente porque no queremos ver amenazada nuestra pequeña felicidad diana.

De mil maneras, nos esforzamos por eludir el sufrimiento, anestesiar nuestro corazón ante el dolor ajeno y permanecer distantes de todo lo que puede turbar nuestra paz. La actitud de Jesús nos desenmascara y nos descubre que nuestro nivel de humanidad es terriblemente bajo.

Jesús es alguien que vive con gozo profundo la vida de cada día. Pero su alegría no es fruto de una cuidada evasión del sufrimiento propio o ajeno. Tiene su raíz en la experiencia gozosa de Dios como Padre acogedor y salvador de todos los hombres.

Por eso, su alegría no es una anestesia que le impide ser sensible al dolor que le rodea. Cuando Jesús ve a una madre llorando la muerte de su hijo único, no se escabulle calladamente. Reacciona acercándose a su dolor como hermano, amigo, sembrador de paz y de vida.

En Jesús vamos descubriendo los creyentes que sólo quien tiene capacidad de gozar profundamente del amor del Padre a los pequeños, tiene capacidad de sufrir con ellos y aliviar su dolor.

El hombre que sigue las huellas de Jesús siempre será un hombre feliz a quien le falta todavía la felicidad de los demás.

PAGOLA

 


 

 

 

REFLEXIÓN  2

"¡MUCHACHO, A TI TE LO DIGO: LEVÁNTATE!"

El término «resucitar» equivale, bíblicamente, a «ponerse en pie» o «despertar del sueño». Según la fe cristiana, «resucitar» es entrar en la vida plena y definitiva: por medio de la resurrección, Dios da al ser humano su propia vida, la eterna.

Los cuatro evangelios relatan algunas resurrecciones operadas por Cristo para confirmar que los tiempos mesiánicos ya han llegado. Mateo y Marcos cuentan la resurrección de la hija de Jairo; Juan narra la de Lázaro; y Lucas describe dos: la del hijo de la viuda de Naín y la de la hija de Jairo (Cafarnaún). Estos textos indican que Jesús es «la resurrección».

Ante el dolor que causa la muerte, Jesús siente compasión, ofrece compañía y presta ayuda. La viuda a la que se le muere su «hijo único» es el símbolo de la humanidad dolorida. Al levantarse el muchacho por la palabra de Jesús, el pueblo reconoce que «Dios ha visitado a su pueblo». Los discípulos y el gentío son testigos privilegiados de la acción del Señor.

Los apóstoles serán testigos de la resurrección, núcleo de la fe primitiva. Para testimoniar que Jesús venció a la muerte, los primeros discípulos emplearon en sus confesiones de fe dos términos: «exaltación» y «resurrección». Jesucristo resucitado es la primicia de la «resurrección de la carne», anticipo de nuestra propia resurrección. La vida cristiana es igualmente anticipo de la resurrección final, puesto que es participación en la vida de Cristo resucitado.

REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Con qué actitud asistimos a los funerales?
¿Somos capaces de expresar personalmente en algún momento la fe en la resurrección?

FLORISTAN

 

 

 

 

 

REFLEXIÓN  3

"LAS DOS COMITIVAS"

Desde hace pocos años han comenzado a proliferar entre nosotros los tanatorios o tanatosalas. Son una traducción a nuestra cultura española de esos Funeral homes, procedentes de EE.UU. Y con una gran rapidez, la mayoría de nuestros difuntos acaban en esas instituciones, dotadas de unas instalaciones muy superiores a las de nuestras casas. Quizá no nos hemos dado cuenta, pero este hecho ha modificado nuestra cultura sobre la muerte: ya no vivimos este hecho entre las apreturas de la casa del difunto, con el cadáver situado en la misma habitación en donde había fallecido. La muerte parece haberse distanciado de nuestra vida cotidiana; hoy se desarrolla en unos ámbitos más amplios y cómodos, el cadáver queda separado del resto de los vivos por una aséptica luna..., e incluso podemos irnos un rato a la cafetería a tomar un café y fumar un cigarrillo. El ambiente denso de la muerte en el hogar se ha diluido y puede tener hasta una cierta atmósfera de reunión social, en la que nos volvemos a encontrar con familiares y amigos a los que hacía tiempo que no veíamos: «A ver si nos vemos en una ocasión más alegre» suele ser un comentario frecuente en estos casos.

El relato del evangelio de hoy presenta plásticamente dos comitivas que salen al encuentro. Una de ellas es una comitiva de muerte: a la puerta de la ciudad de Naín, un gentío considerable de la ciudad acompaña al féretro de un joven, hijo único de su madre, que además era viuda. Con un crescendo claro, Lucas presenta el drama que vive aquella pequeña ciudad: un joven ha muerto, y además era hijo único de una mujer viuda.

Todos los comentaristas de los evangelios insisten en la tragedia que significaba para una mujer viuda la pérdida de su hijo único: «La muerte de su hijo es, en realidad, su propia muerte; ella será, a lo sumo, sujeto de compasión y de limosna, pero desde ahora carece de identidad; sin su hijo varón no es nadie». Este comentario explica la preocupación de la Biblia por las viudas y huérfanos como las personas más desamparadas: en un mundo sin seguridad social, la situación de la mujer viuda que ha perdido sus hijos era de un total desamparo.

A la puerta de la ciudad, esa comitiva de muerte se encuentra con otra comitiva que viene en dirección contraria: Jesús acompañado por sus discípulos y mucho gentío. Naín, visto hoy a distancia, sigue siendo un pequeño pueblo que, con sus luces encendidas en la noche, parece ese nacimiento en el que siempre hemos soñado. Una sencilla iglesia recuerda hoy el lugar donde se produjo el encuentro de esas dos comitivas: la comitiva de muerte, que acompañaba a esa pobre viuda y la comitiva de vida que acompaña a Jesús. Allí se produjo el encuentro entre el dolor y el desamparo de aquella pobre viuda y la misericordia y el amor del que pasó por la vida haciendo el bien: «¡Muchacho, a ti te digo, levántate». Y Jesús se lo entregó a su madre.

El relato de Naín guarda un gran paralelo con el relato del libro de los Reyes de la primera lectura. Precisamente Naín se encuentra a poca distancia de aquel Sidón en que tuvo lugar el episodio de Elías. Los episodios de la vida del profeta Elías, recogidos en el primer libro de los Reyes, han sido calificados como «las florecillas de Elías»: porque están redactadas con un candor, una inocencia y una frescura comparables a las Florecillas del poverello de Asís.

En los dos casos se trata de la muerte del hijo único de una viuda, en los dos casos el hijo vuelve a la vida, es entregado a su madre. Y acaban los dos relatos con una exclamación: en el primer caso, la mujer sunamita exclama: «Ahora reconozco que eres un hombre de Dios y que la palabra del Señor en tu boca es verdad»; en Naín son «todos» los que dan gloria a Dios sobrecogidos porque «un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo». Es además importante subrayar que en este relato de Naín es la primera vez que Jesús es calificado por Lucas como "Señor", un título que los judíos reservaban únicamente para Yavé.

Hoy sigue habiendo entre nosotros comitivas de muerte. Pero también es verdad que estamos haciendo todo lo posible para diluir esas comitivas. Se ha escrito que la muerte constituye el gran tabú de nuestro tiempo; que el tabú que en el pasado pesaba sobre la sexualidad, sobre Eros, ha sido trasladado ahora a la muerte, a Thanatos. Por una parte, los medios de comunicación resaltan, incluso de forma sangrante y cruel, determinadas muertes y existe una especie de culto a la violencia en muchas películas. Pero, por otra, hacemos lo posible por ocultar y escamotear el hecho de la muerte.

No se puede negar que la proliferación de los tanatorios significa una estilización del dramatismo de la muerte; esta ha dejado de formar parte de nuestra vida cotidiana, porque cada vez se muere menos en el hogar y los muertos son llevados a los tanatorios... Hacemos un paréntesis en nuestra vida, hemos suprimido los lutos y las muestras de dolor, y nos reincorporamos al vértigo de nuestro trabajo.

La comitiva de la muerte se ha diluido, pero queda ahí, en lo profundo de cada corazón humano, que sigue experimentando su tragedia y su desgarrón, aunque no lo pueda manifestar, porque a nadie le gusta hablar de los muertos y nos sentimos incómodos ante su recuerdo.

Y ante estas comitivas secretas de muerte, sigue hoy saliendo al encuentro la comitiva de vida de Jesús. La mujer sunamita se quejaba amargamente a Elías: «¿Has venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis culpas y hacer morir a mi hijo?».

Qué triste es pensar que para muchas personas la presencia de Dios en su vida se caracteriza por esos rasgos: la muerte del ser querido es un castigo de Dios y hace surgir nuestros sentimientos de culpabilidad porque no hemos hecho con él lo que deberíamos haber hecho. Estas frases del libro de los Reyes no aparecen en el relato de Naín.

Es importante subrayar que la primera vez que Lucas califica a Jesús como «el Señor» fue para decir que «le dio lástima y le dijo -a la viuda- no llores». La primera vez que Jesús es calificado con el título reservado a Yavé no es para decir que él aviva los sentimientos de culpabilidad o hace morir a un ser humano; es para decirnos que «le dio lástima» que sintió en su corazón la misma pena que toda persona siente ante la muerte del hijo de una pobre viuda.

Recuerdo una visita que hice a una iglesia gótica en Nuremberg: antes fue católica y hoy pertenece a la Iglesia evangélica. En su puerta había una espléndida frase de ese gran cristiano de nuestro siglo, Albert Schweitzer, que supo reunir en su vida la interpretación de la música de órgano de Bach, la reflexión teológica y la actividad caritativa en sus últimos años en una leprosería en Gabón: «Hay mucha frialdad entre nosotros, porque no nos atrevemos a mostrarnos tan cordiales como realmente lo somos». A ese Jesús, precisamente en el momento en que es llamado «Señor», «le dio lástima», se mostró con esa cordialidad que llevaba dentro de su ser.

Hoy, como siempre, necesitamos que entren en contacto esas dos comitivas. Una gran tarea de nuestra cultura es la de saber reintroducir la muerte en las coordenadas de la vida, porque forma parte inseparable de ella y no la podemos reprimir ni hacerla tabú: no podemos escamotear la comitiva de la muerte.

Y también hace falta comitivas de la vida: comitivas de personas que sean capaces de sentir el dolor ajeno, que sean capaces -ante el que sufre y está solo, ante los enfermos, ante los que han perdido un ser querido- de sentir que se les enternece el corazón, que son capaces de mostrarse tan cordiales como realmente lo son. No vamos a poder devolver la vida a quien está muerto. Pero podemos entregar a tanta madre viuda, a tanto ser humano con el corazón destrozado, nuestro propio corazón, capaz de expresarse y entregarse con esa cordialidad que llevamos dentro de nosotros.

J. GAFO