"LAS DOS COMITIVAS"
Desde hace pocos
años han comenzado a proliferar entre nosotros los
tanatorios o tanatosalas. Son una traducción a
nuestra cultura española de esos Funeral homes,
procedentes de EE.UU. Y con una gran rapidez, la
mayoría de nuestros difuntos acaban en esas
instituciones, dotadas de unas instalaciones muy
superiores a las de nuestras casas. Quizá no nos
hemos dado cuenta, pero este hecho ha modificado
nuestra cultura sobre la muerte: ya no vivimos este
hecho entre las apreturas de la casa del difunto,
con el cadáver situado en la misma habitación en
donde había fallecido. La muerte parece haberse
distanciado de nuestra vida cotidiana; hoy se
desarrolla en unos ámbitos más amplios y cómodos, el
cadáver queda separado del resto de los vivos por
una aséptica luna..., e incluso podemos irnos un
rato a la cafetería a tomar un café y fumar un
cigarrillo. El ambiente denso de la muerte en el
hogar se ha diluido y puede tener hasta una cierta
atmósfera de reunión social, en la que nos volvemos
a encontrar con familiares y amigos a los que hacía
tiempo que no veíamos: «A ver si nos vemos en una
ocasión más alegre» suele ser un comentario
frecuente en estos casos.
El relato del
evangelio de hoy presenta plásticamente dos
comitivas que salen al encuentro. Una de ellas es
una comitiva de muerte: a la puerta de la ciudad de
Naín, un gentío considerable de la ciudad acompaña
al féretro de un joven, hijo único de su madre, que
además era viuda. Con un crescendo claro, Lucas
presenta el drama que vive aquella pequeña ciudad:
un joven ha muerto, y además era hijo único de una
mujer viuda.
Todos los
comentaristas de los evangelios insisten en la
tragedia que significaba para una mujer viuda la
pérdida de su hijo único: «La muerte de su hijo es,
en realidad, su propia muerte; ella será, a lo sumo,
sujeto de compasión y de limosna, pero desde ahora
carece de identidad; sin su hijo varón no es nadie».
Este comentario explica la preocupación de la Biblia
por las viudas y huérfanos como las personas más
desamparadas: en un mundo sin seguridad social, la
situación de la mujer viuda que ha perdido sus hijos
era de un total desamparo.
A la puerta de la
ciudad, esa comitiva de muerte se encuentra con otra
comitiva que viene en dirección contraria: Jesús
acompañado por sus discípulos y mucho gentío. Naín,
visto hoy a distancia, sigue siendo un pequeño
pueblo que, con sus luces encendidas en la noche,
parece ese nacimiento en el que siempre hemos
soñado. Una sencilla iglesia recuerda hoy el lugar
donde se produjo el encuentro de esas dos comitivas:
la comitiva de muerte, que acompañaba a esa pobre
viuda y la comitiva de vida que acompaña a Jesús.
Allí se produjo el encuentro entre el dolor y el
desamparo de aquella pobre viuda y la misericordia y
el amor del que pasó por la vida haciendo el bien:
«¡Muchacho, a ti te digo, levántate». Y Jesús se lo
entregó a su madre.
El relato de Naín
guarda un gran paralelo con el relato del libro de
los Reyes de la primera lectura. Precisamente Naín
se encuentra a poca distancia de aquel Sidón en que
tuvo lugar el episodio de Elías. Los episodios de la
vida del profeta Elías, recogidos en el primer libro
de los Reyes, han sido calificados como «las
florecillas de Elías»: porque están redactadas con
un candor, una inocencia y una frescura comparables
a las Florecillas del poverello de Asís.
En los dos casos se
trata de la muerte del hijo único de una viuda, en
los dos casos el hijo vuelve a la vida, es entregado
a su madre. Y acaban los dos relatos con una
exclamación: en el primer caso, la mujer sunamita
exclama: «Ahora reconozco que eres un hombre de Dios
y que la palabra del Señor en tu boca es verdad»; en
Naín son «todos» los que dan gloria a Dios
sobrecogidos porque «un gran profeta ha surgido
entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo». Es
además importante subrayar que en este relato de
Naín es la primera vez que Jesús es calificado por
Lucas como "Señor", un título que los judíos
reservaban únicamente para Yavé.
Hoy sigue habiendo
entre nosotros comitivas de muerte. Pero también es
verdad que estamos haciendo todo lo posible para
diluir esas comitivas. Se ha escrito que la muerte
constituye el gran tabú de nuestro tiempo; que el
tabú que en el pasado pesaba sobre la sexualidad,
sobre Eros, ha sido trasladado ahora a la muerte, a
Thanatos. Por una parte, los medios de comunicación
resaltan, incluso de forma sangrante y cruel,
determinadas muertes y existe una especie de culto a
la violencia en muchas películas. Pero, por otra,
hacemos lo posible por ocultar y escamotear el hecho
de la muerte.
No se puede negar
que la proliferación de los tanatorios significa una
estilización del dramatismo de la muerte; esta ha
dejado de formar parte de nuestra vida cotidiana,
porque cada vez se muere menos en el hogar y los
muertos son llevados a los tanatorios... Hacemos un
paréntesis en nuestra vida, hemos suprimido los
lutos y las muestras de dolor, y nos reincorporamos
al vértigo de nuestro trabajo.
La comitiva de la
muerte se ha diluido, pero queda ahí, en lo profundo
de cada corazón humano, que sigue experimentando su
tragedia y su desgarrón, aunque no lo pueda
manifestar, porque a nadie le gusta hablar de los
muertos y nos sentimos incómodos ante su recuerdo.
Y ante estas
comitivas secretas de muerte, sigue hoy saliendo al
encuentro la comitiva de vida de Jesús. La mujer
sunamita se quejaba amargamente a Elías: «¿Has
venido a mi casa para avivar el recuerdo de mis
culpas y hacer morir a mi hijo?».
Qué triste es
pensar que para muchas personas la presencia de Dios
en su vida se caracteriza por esos rasgos: la muerte
del ser querido es un castigo de Dios y hace surgir
nuestros sentimientos de culpabilidad porque no
hemos hecho con él lo que deberíamos haber hecho.
Estas frases del libro de los Reyes no aparecen en
el relato de Naín.
Es importante
subrayar que la primera vez que Lucas califica a
Jesús como «el Señor» fue para decir que «le dio
lástima y le dijo -a la viuda- no llores». La
primera vez que Jesús es calificado con el título
reservado a Yavé no es para decir que él aviva los
sentimientos de culpabilidad o hace morir a un ser
humano; es para decirnos que «le dio lástima» que
sintió en su corazón la misma pena que toda persona
siente ante la muerte del hijo de una pobre viuda.
Recuerdo una visita
que hice a una iglesia gótica en Nuremberg: antes
fue católica y hoy pertenece a la Iglesia
evangélica. En su puerta había una espléndida frase
de ese gran cristiano de nuestro siglo, Albert
Schweitzer, que supo reunir en su vida la
interpretación de la música de órgano de Bach, la
reflexión teológica y la actividad caritativa en sus
últimos años en una leprosería en Gabón: «Hay mucha
frialdad entre nosotros, porque no nos atrevemos a
mostrarnos tan cordiales como realmente lo somos». A
ese Jesús, precisamente en el momento en que es
llamado «Señor», «le dio lástima», se mostró con esa
cordialidad que llevaba dentro de su ser.
Hoy, como siempre,
necesitamos que entren en contacto esas dos
comitivas. Una gran tarea de nuestra cultura es la
de saber reintroducir la muerte en las coordenadas
de la vida, porque forma parte inseparable de ella y
no la podemos reprimir ni hacerla tabú: no podemos
escamotear la comitiva de la muerte.
Y también hace
falta comitivas de la vida: comitivas de personas
que sean capaces de sentir el dolor ajeno, que sean
capaces -ante el que sufre y está solo, ante los
enfermos, ante los que han perdido un ser querido-
de sentir que se les enternece el corazón, que son
capaces de mostrarse tan cordiales como realmente lo
son. No vamos a poder devolver la vida a quien está
muerto. Pero podemos entregar a tanta madre viuda, a
tanto ser humano con el corazón destrozado, nuestro
propio corazón, capaz de expresarse y entregarse con
esa cordialidad que llevamos dentro de nosotros.
J. GAFO