PRESENTACIÓN
Estamos
en casa de un fariseo. Todo tiene que ser conforme a la Ley.
En esa casa son observantes.
Jesús
ha sido invitado a comer, y ha ido.
Lo
que no era previsible es que una mujer, pecadora pública,
Simón la conocía bien, se atreviera a entrar. Aquel no era
su sitio.
Ella,
pecadora, lava los pies de Jesús con sus lágrimas, los
seca con su cabellera y los perfuma.
Sus
lágrimas y gestos, ¿son de arrepentimiento o de
agradecimiento porque se siente perdonada antes de que
Jesús pronuncie sus palabras de perdón? Se le ha perdonado
porque ha amado.
El
fariseo no se siente pecador, ni ama; él no ha ofrecido a
Jesús ni el agua para los pies, ni el beso de saludo y
acogida, ni la unción.
Para
aquellos fariseos el perdón estaba condicionado al
arrepentimiento y al cambio de conducta.
Jesús
pone por encima el amor. Y, así, al perdón le sigue el
cambio de vida.
El
amor de Dios misericordioso y lleno de perdón, llevará al
arrepentimiento verdadero y a la transformación.
Su
fe es la que le ha salvado.
Los
fariseos y los suyos han concluido que Jesús no era el
Mesías; la gente sencilla, los humildes, los necesitados de
perdón, creen que es el enviado de Dios Misericordioso.
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS
7, 36-8,3
Sus
muchos pecados están perdonados, porque tiene
mucho amor
En aquel
tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a
comer con él. Jesús, entrando en casa del
fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de
la ciudad, una pecadora, al enterarse de que
estaba comiendo en casa del fariseo, vino con
un frasco de perfume y, colocándose detrás
junto a sus pies, llorando, se puso a regarle
los pies con sus lágrimas, se los enjugaba
con sus cabellos, los cubría de besos y se
los ungía con el perfume. Al ver esto, el
fariseo que lo había invitado se dijo:
"Si este fuera profeta, sabría quién es
esta mujer que lo está tocando y lo que es:
una pecadora."
Jesús tomó
la palabra y le dijo: "Simón, tengo algo
que decirte."
Él
respondió: "Dímelo, maestro."
Jesús le
dijo: "Un prestamista tenía dos
deudores; uno le debía quinientos denarios y
el otro cincuenta. Como no tenían con qué
pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los
dos lo amará más?"
Simón
contesto: "Supongo que aquel a quien le
perdonó más."
Jesús le
dijo: "Has juzgado rectamente."
Y, volviéndose
a la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta
mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me
pusiste agua para los pies; ella, en cambio,
me ha lavado los pies con sus lágrimas y me
los ha enjugado con su pelo. Tú no me
besaste; ella, en cambio, desde que entró, no
ha dejado de besarme los pies. Tú no me
ungiste la cabeza con ungüento; ella, en
cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por
eso te digo: sus muchos pecados están
perdonados, porque tiene mucho amor; pero al
que poco se le perdona, poco ama."
Y a ella
le dijo: "Tus pecados están
perdonados."
Los demás
convidados empezaron a decir entre sí: "¿Quién
es éste, que hasta perdona pecados?"
Pero Jesús
dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado,
vete en paz."
Después
de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de
pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del
reino de Dios; lo acompañaban los Doce y
algunas mujeres que él había curado de malos
espíritus y enfermedades: María la
Magdalena, de la que habían salido siete
demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de
Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban
con sus bienes.
Palabra del Señor.
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