PALABRA DE DIOS 

Domingo XIº

Tiempo Ordinario (c)

 

"Al que ama mucho,
mucho se le perdona"


 

PRIMERA LECTURA
2 Samuel 12, 7-10. 13

PRESENTACIÓN

Todos conocemos la célebre historia de David, Urías y su mujer Betsabé.

Urías, en el campo de batalla, David en el palacio y Betsabé en su casa.

David se ha prendado de ella, la llama a palacio y, de su relación, ella espera un hijo.

David hace lo posible para que Urías se acueste con su mujer  y, así, atribuirle a él el hijo que espera; como no lo consigue, hace que lo pongan en la primera fila de la batalla para que muera. Así sucede. David se queda con la viuda.

El profeta Natán le cuenta a David una parábola a cerca de un hombre rico que tenía de todo y un hombre pobre que únicamente tenía un corderillo, criado en la casa como uno más de la familia. Cuando le vienen al hombre rico unos amigos, les invita a comer y para ello le quita el corderillo al hombre pobre.

Ante el golpe de ira que le sacude a David, le dice el profeta: "Ese hombre eres tú".

El Señor le recuerda, por medio del profeta Natán, todo lo que le ha dado a David y como él le ha correspondido.

David toma conciencia del horror e injusticia de sus actos y dice simplemente: "He pecado contra el Señor".

Y el profeta le confirma el perdón del Señor: "El Señor ha perdonado ya tu pecado".

SEGUNDO LIBRO DE SAMUEL 12, 7-10. 13

El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás

En aquellos días, Natán dijo a David: "Así dice el Señor, Dios de Israel: "Yo te ungí rey de Israel, te libré de las manos de Saúl, te entregué la casa de tu señor, puse sus mujeres en tus brazos, te entregué la casa de Israel y la de Judá, y, por si fuera poco, pienso darte otro tanto.

¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal? Mataste a espada a Urías, el hitita, y te quedaste con su mujer. Pues bien, la espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote con la mujer de Urías.""

David respondió a Natán: "¡He pecado contra el Señor!"

Natán le dijo: "El Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás."

Palabra de Dios

 

SALMO RESPONSORIAL
Salmo 31

PRESENTACIÓN

"Dichoso el hombre que está absuelto de su culpa
a quien le han sepultado su pecado."

Un pecador da gracias a Dios. Con todo, esta frase expresa la experiencia de todos los creyentes. A la Cabecera del salmo se dice: "de David"; y se manifiesta bien la actitud de quien es prototipo del pecador arrepentido, que reconoce su pecado y es perdonado.

Este salmo 31 recalca la importancia del reconocimiento del pecado para poder arrepentirse y ser perdonado.

Dios es amor, Perdón y Misericordia; Dios ama al pecador, pero es necesario reconocer el pecado, arrepentirse y pedir perdón

"Había pecado, lo reconocí;
no te encubrí mi delito;
Propuse: "Confesaré al Señor mi culpa",
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

El salmo describe esta experiencia con un auténtico canto de liberación. Sólo el Señor es el lugar seguro, donde uno queda libre de los peligros, donde recibe el abrazo del Dios Liberador.

"Tú eres mi refugio, me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación"

Quien siente que su pecado ha sido sepultado, tras reconocerlo y rechazarlo; quien se siente rodeado del Dios Amor, Perdón y Misericordia, dará testimonio de ese perdón.

"Alegraos justos y gozad con el Señor;
aclamadlo los de corazón sincero"

(SALMO 31 )

Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.

Dichoso el que está absuelto de su culpa, 
a quien le han sepultado su pecado; 
dichoso el hombre a quien el Señor 
no le apunta el delito. 
R.
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.

Había pecado, lo reconocí, 
no te encubrí mi delito;
propuse: "Confesaré al Señor mi culpa", 
y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. 
R.
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.

Tú eres mi refugio, me libras del peligro, 
me rodeas de cantos de liberación. 
R.
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.

Alegraos, justos, y gozad con el Señor; 
aclamadlo, los de corazón sincero. 
R.
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.

 

 

SEGUNDA LECTURA
Gálatas 2, 6. 19-21

PRESENTACIÓN

Cuánto daño ha hecho a la comunidad de los creyentes en Jesucristo, Hijo de Dios, y Salvador del mundo, las malas interpretaciones y radicalizaciones de estas palabras de San Pablo:"El hombre no se justifica por cumplir la Ley". Es el famoso tema de la justificación por la fe.

¿Qué es ser justo? Vivir según la voluntad de Dios. Abraham fue un hombre justo y justificado por su fe en Dios, que le hizo ponerse en camino.

En el tiempo de la Antigua Alianza, ésta se selló, en tiempos de Moisés, con la Ley. Vivir según la voluntad de Dios era observar la Ley de Moisés.

Con la venida de Jesucristo, todo cambia. ¿Cuál es la voluntad de Dios?, que creamos en el Hijo que ha venido a salvarnos y que vivamos según su vida y sus palabras. 

Ya no tienen lugar  las normas de la ley judía, sobretodo en temas como la circuncisión, las comidas y las numerosas normas a cerca de la pureza externa y otras cosas.

No era sencillo el tema en aquellas comunidades en las que los miembros procedían unos del judaísmo y otros del paganismo.

Cristo, muerto y resucitado por nuestra salvación, y nosotros unidos a Él por el Bautismo; por él el Señor vive en nosotros.

No es el cumplimiento de la Ley mosaica sino Cristo que "me amó hasta entregarse por mí".

Si sólo sirve el cumplimiento de la Ley mosaica, ¿para qué la muerte y la resurrección de Cristo?

CARTA DE SAN PABLO A LOS GÁLATAS    2, 6. 19-21

Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí

Hermanos: Sabemos que el hombre no se justifica por cumplir la Ley, sino por creer en Cristo Jesús.

Por eso, hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la Ley.

Porque el hombre no se justifica por cumplir la Ley.

Para la Ley yo estoy muerto, porque la Ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios.

Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí.

Yo no anulo la gracia de Dios.

Pero, si la justificación fuera efecto de la Ley, la muerte de Cristo sería inútil.

Palabra de Dios

 

 

ALELUYA

Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados.

 

 

EVANGELIO
Lucas 7, 36-8, 3

PRESENTACIÓN

Estamos en casa de un fariseo. Todo tiene que ser conforme a la Ley. En esa casa son observantes.

Jesús ha sido invitado a comer, y ha ido.

Lo que no era previsible es que una mujer, pecadora pública, Simón la conocía bien, se atreviera a entrar. Aquel no era su sitio.

Ella, pecadora, lava los pies de Jesús con sus lágrimas, los seca con su cabellera y los perfuma.

Sus lágrimas y gestos, ¿son de arrepentimiento o de agradecimiento porque se siente perdonada antes de que Jesús pronuncie sus palabras de perdón? Se le ha perdonado porque ha amado.

El fariseo no se siente pecador, ni ama; él no ha ofrecido a Jesús ni el agua para los pies, ni el beso de saludo y acogida, ni la unción.

Para aquellos fariseos el perdón estaba condicionado al arrepentimiento y al cambio de conducta.

Jesús pone por encima el amor. Y, así, al perdón le sigue el cambio de vida.

El amor de Dios misericordioso y lleno de perdón, llevará al arrepentimiento verdadero y a la transformación.

Su fe es la que le ha salvado.

Los fariseos y los suyos han concluido que Jesús no era el Mesías; la gente sencilla, los humildes, los necesitados de perdón, creen que es el enviado de Dios Misericordioso.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS   7, 36-8,3

Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: "Si este fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora."

Jesús tomó la palabra y le dijo: "Simón, tengo algo que decirte."

Él respondió: "Dímelo, maestro."

Jesús le dijo: "Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?"

Simón contesto: "Supongo que aquel a quien le perdonó más."

Jesús le dijo: "Has juzgado rectamente."

Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama."

Y a ella le dijo: "Tus pecados están perdonados."

Los demás convidados empezaron a decir entre sí: "¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?"

Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz."

Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

Palabra del Señor.