"LAS RAZONES DEL CORAZÓN"
En la primera
lectura, David, el rey elegido por Dios, ha pecado
gravemente. No sólo ha cometido adulterio con
Betsabé, esposa de uno de sus generales más leales,
sino que además hizo matar al esposo engañado. Se ha
mofado así del mismo Dios, al arrogarse un derecho
abusivo sobre la vida y la muerte en beneficio de
sus deseos depravados, poniendo en entredicho la
absolutez de la realeza divina, única fuente del
auténtico derecho. Esto merece un castigo. Pero el
rey reconoce su delito y se manifiesta humildemente
arrepentido. Muestra así la profundidad de su fe,
real a pesar de su pecado. Por eso Dios lo perdona.
David quedará para siempre como el ejemplo vivo del
hombre que, sobrepasando sus miserias, se ha situado
en la dinámica divina que, sin desatender la
justicia, aplica la misericordia y el perdón a quien
se arrepiente, incluso por delitos enormes.
En la segunda
lectura, Pablo no cesa de combatir la mentalidad que
empuja al hombre a pensar que gracias a sus buenas
acciones tiene derechos ante Dios. La religión
fundada sobre la obediencia a la ley y sobre un
contrato “te he dado y tienes que darme” falsea la
verdadera relación con el Señor. Este tipo de
religión condujo al judaísmo a rechazar el mensaje
de misericordia de Jesús, para cerrarse en su frío
esquema de la legalidad vacía. La fe transforma
radicalmente esta mentalidad y nos hace abrirnos al
amor divino tal como se ha mostrado en Jesús.
En el evangelio,
una mujer -¡y qué mujer!- se atreve a estropear una
sobremesa cuidadosamente preparada. La arrogante
entrometida no sólo quebranta las leyes de la buena
educación, sino que, además, comete una infracción
de tipo religioso: un ser impuro no debe manchar la
casa de un hombre socialmente puro (un fariseo).
Por un momento
Cristo pierde su dignidad de profeta a los ojos de
su anfitrión: “Si éste fuera profeta, sabría quién
es esta mujer que le está tocando, y lo que es: una
pecadora”.
Ante la situación
que se ha presentado, Jesús utiliza el recurso de
los sabios: el método socrático de inducir la
conclusión correcta a partir de argumentos
correctos. En vez de corregir a su anfitrión, lo
invita a salir de su ignorancia y a reconocer que el
verdadero pecador es él; el fariseo que se cree
puro.
La mujer, a nadie
ha engañado: ha repetido los gestos de su oficio; la
misma actitud sensual que ha tenido con todos sus
amantes. Pero esta tarde sus gestos no tienen el
mismo sentido. Ahora expresan su respeto y el cambio
de su corazón. El perfume lo ha comprado con sus
ahorros, que son el precio de su “pecado”. Y sin
dudarlo rompe el vaso (cf. Mc 14,3), para que nadie
pueda recuperar ni un gramo del precioso perfume.
Una vez más, el gesto fino y elegante .
Salen aquí a la luz
dos dimensiones de la salvación. Por una parte,
estalla la libertad propia del amor. En esta comida
el fariseo tenía todo previsto y preparado. Pero
basta con que una mujer empujada por su corazón
entre sin haber sido invitada, y la sobremesa cambia
del todo. Por otra parte, el episodio revela la
liberación ofrecida por Jesús. El Mesías proclama
con sus actos y palabras que el hombre ya no está
condenado a la esclavitud de la ley y de una
religión alienante. El cristiano es un ser liberado
sobre la base de esa fe hecha amor práctico que
predica Jesús: “tu fe te ha salvado”.
En la antigüedad
las prostitutas eran consideradas esclavas;
socialmente no existían. Sin embargo, esta tarde una
prostituta escucha las palabras de absolución y de
canonización, porque ha hecho el gesto sacramental,
ha expresado su decisión de cambiar de vida. Así se
coloca a la cabeza del Evangelio. ¿Qué otra cosa
pueden significar las palabras de Cristo “tus
pecados están perdonados”? Es lo mismo que decir:
“María, eres una santa”.
Antonio de Padua
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