REFLEXIONES  

Domingo XIº

Tiempo Ordinario (c)

 

"Al que ama mucho,
mucho se le perdona"

 


 

REFLEXIÓN 1

" PERDÓN POR ADELANTADO "

A veces vienen personas al Sacramento de la Penitencia y te dicen: "No sé ni a qué vengo, porque yo no tengo ningún pecado". Pero lo más seguro es que no lo han pensado lo suficiente.

Ya lo dijo Jesús a quienes querían apedrear a la adúltera: "El que esté libre de pecado que le tire la primera piedra".

Simón ha invitado a comer a Jesús, pero no le ha acogido; no tiene necesidad de él. No le ha puesto la jofaina para lavarle los pies, no le ha dado el beso de la paz, no le ha perfumado. No tiene, para él, categoría.

Simón es fariseo, de los que cumplen; no es como ésa que acaba de entrar.

La mujer no dice nada, sólo se expresa a través de gestos: primero, la decisión de entrar en casa del fariseo; es bien conocida como pecadora pública.

¿Cómo se atreve a entrar en la casa de fieles cumplidores de la Ley? Dentro hay alguien a quien quiere profundamente, a pesar de su pecado.

Una vez dentro de la casa, no tiene reparo en llorar arrodillada delante de Jesús, en besarle los pies y perfumarle. No le importa el "qué dirán".

Estamos acostumbrados a pensar que lo más importante es el arrepentimiento y el cambio y que después viene el perdón.

Hoy se nos da otra pista: el amor lleva al perdón y al cambio de vida. "Sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor".

El amor lleva a reconocer el pecado: David, rey según el corazón de Dios", tropieza y cae gravemente; reconoce su pecado y experimenta el amor de Dios Misericordioso.

Dios está dispuesto al perdón antes que nosotros nos arrepintamos y le pidamos perdón. El viernes pasado, solemnidad del Sdo. Corazón de Jesús, decía la segunda lectura, tomada de las cartas de San Pablo: "Siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros".

Para Simón, Jesús es un maestro más de Israel al que quiere oír; para la pecadora es mucho más: es aquel que puede liberarle de sus pecados y esclavitudes, es el Mesías, el Señor, ante quien se presenta con todo su bagaje de fe y de pecado, con la confianza de que Jesús puede perdonarle su gran deuda.

Porque tiene mucho amor, sus muchos pecados están perdonados; porque tiene mucha fe, se ha salvado.

Reconozcámonos pecadores, pues lo somos; acerquémonos con fe y amor a quien tiene en sus manos el perdón, dispuesto a dárnoslo, y ,con ese perdón recibido, caminemos con alegría por las sendas de vida nueva marcadas por el Señor.

 

 

 

 

REFLEXIÓN  2

"DICHOSO EL QUE ESTÁ ABSUELTO DE SU CULPA"

El salmo 31, rezado después de la primera lectura, puede ser un buen punto de partida para la meditación de la Palabra de Dios de este domingo.

Verdaderamente es un hecho maravilloso la misericordia de Dios para aquellos pecadores que habiendo reconocido el pecado en sus vidas piden con corazón sincero el perdón de sus pecados.

El texto del libro de Samuel que hemos escuchado, nos habla de la misericordia de Dios ante la sinceridad del arrepentimiento de David por su pecado de abuso de autoridad como rey, tomando posesión de la mujer de Urías y enviando a éste a la muerte. La denuncia del pecado de David por parte de Dios a través del profeta Natán tiene como consecuencia aquella dinámica de reconocimiento, arrepentimiento y petición de perdón por la culpa cometida por David y la respuesta de absolución por parte del Señor.

En el Evangelio vemos a la mujer que ama mucho porque son muchos los pecados que le han sido perdonados, marchándose ésta perdonada y en paz por el Señor, y esto ante el juicio crítico del fariseo que invitó a Jesús en su casa.

San Pablo nos ayuda a profundizar en lo que verdaderamente es el motivo del perdón de nuestras culpas: la fe en Jesucristo. La adhesión total de nuestras vidas a la vida de Cristo es el porqué de nuestra justificación, ya que él nos amó y se entregó hasta dar su vida en la cruz, por el perdón de nuestros pecados.

Es para todos motivo de agradecimiento saber que nuestro Dios es Amor, que perdona todas nuestras culpas. También es para todos motivo de responsabilidad decir y decirnos que la presencia del pecado en nuestras vidas es real, que nos hace daño, daña a los hermanos y ofende a Dios. Si en algo nos ayuda la acogida de la Palabra de Dios es porque ilumina el interior de nuestras vidas, las juzga y las salva, porque nuestro Dios, el Dios de Jesucristo, no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva salvo.

El sacramento del Perdón de Dios, de la Reconciliación, de la Penitencia... es don del Señor para los miembros de la Iglesia, en la que encontramos el perdón de los pecados. La asiduidad en la celebración de este sacramento quiere decir ser consciente de la misericordia de Dios hacia mi vida de cristiano necesitada de perdón por las propias incoherencias.

Iniciamos la celebración de la Eucaristía pidiendo perdón por nuestros pecados, por las infidelidades de los hijos de la Iglesia y por los pecados de todo el mundo. Luego gustamos la misericordia de Dios a través de su Palabra. Damos gracias por tanto amor por parte de Dios hacia la humanidad, y luego, participando de esta Eucaristía en la comunión, pedimos que se realice en nosotros lo que san Pablo vivía en su vida: Es Cristo quien vive en mí.

Jesús dijo a la mujer perdonada: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”. También a nosotros se nos dirá al final de la Eucaristía: “Podéis ir en paz”, que viene a significar: y ahora también vosotros, perdonados por Dios, en nombre del Señor y de la Iglesia, sed también embajadores de reconciliación en medio del mundo. Amén.

FELIP-JULI RODRÍGUEZ

 

 

 

 

 

 

REFLEXIÓN  3

"LAS RAZONES DEL CORAZÓN"

En la primera lectura, David, el rey elegido por Dios, ha pecado gravemente. No sólo ha cometido adulterio con Betsabé, esposa de uno de sus generales más leales, sino que además hizo matar al esposo engañado. Se ha mofado así del mismo Dios, al arrogarse un derecho abusivo sobre la vida y la muerte en beneficio de sus deseos depravados, poniendo en entredicho la absolutez de la realeza divina, única fuente del auténtico derecho. Esto merece un castigo. Pero el rey reconoce su delito y se manifiesta humildemente arrepentido. Muestra así la profundidad de su fe, real a pesar de su pecado. Por eso Dios lo perdona. David quedará para siempre como el ejemplo vivo del hombre que, sobrepasando sus miserias, se ha situado en la dinámica divina que, sin desatender la justicia, aplica la misericordia y el perdón a quien se arrepiente, incluso por delitos enormes.

En la segunda lectura, Pablo no cesa de combatir la mentalidad que empuja al hombre a pensar que gracias a sus buenas acciones tiene derechos ante Dios. La religión fundada sobre la obediencia a la ley y sobre un contrato “te he dado y tienes que darme” falsea la verdadera relación con el Señor. Este tipo de religión condujo al judaísmo a rechazar el mensaje de misericordia de Jesús, para cerrarse en su frío esquema de la legalidad vacía. La fe transforma radicalmente esta mentalidad y nos hace abrirnos al amor divino tal como se ha mostrado en Jesús.

En el evangelio, una mujer -¡y qué mujer!- se atreve a estropear una sobremesa cuidadosamente preparada. La arrogante entrometida no sólo quebranta las leyes de la buena educación, sino que, además, comete una infracción de tipo religioso: un ser impuro no debe manchar la casa de un hombre socialmente puro (un fariseo).

Por un momento Cristo pierde su dignidad de profeta a los ojos de su anfitrión: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando, y lo que es: una pecadora”.

Ante la situación que se ha presentado, Jesús utiliza el recurso de los sabios: el método socrático de inducir la conclusión correcta a partir de argumentos correctos. En vez de corregir a su anfitrión, lo invita a salir de su ignorancia y a reconocer que el verdadero pecador es él; el fariseo que se cree puro.

La mujer, a nadie ha engañado: ha repetido los gestos de su oficio; la misma actitud sensual que ha tenido con todos sus amantes. Pero esta tarde sus gestos no tienen el mismo sentido. Ahora expresan su respeto y el cambio de su corazón. El perfume lo ha comprado con sus ahorros, que son el precio de su “pecado”. Y sin dudarlo rompe el vaso (cf. Mc 14,3), para que nadie pueda recuperar ni un gramo del precioso perfume. Una vez más, el gesto fino y elegante .

Salen aquí a la luz dos dimensiones de la salvación. Por una parte, estalla la libertad propia del amor. En esta comida el fariseo tenía todo previsto y preparado. Pero basta con que una mujer empujada por su corazón entre sin haber sido invitada, y la sobremesa cambia del todo. Por otra parte, el episodio revela la liberación ofrecida por Jesús. El Mesías proclama con sus actos y palabras que el hombre ya no está condenado a la esclavitud de la ley y de una religión alienante. El cristiano es un ser liberado sobre la base de esa fe hecha amor práctico que predica Jesús: “tu fe te ha salvado”.

En la antigüedad las prostitutas eran consideradas esclavas; socialmente no existían. Sin embargo, esta tarde una prostituta escucha las palabras de absolución y de canonización, porque ha hecho el gesto sacramental, ha expresado su decisión de cambiar de vida. Así se coloca a la cabeza del Evangelio. ¿Qué otra cosa pueden significar las palabras de Cristo “tus pecados están perdonados”? Es lo mismo que decir: “María, eres una santa”.

Antonio de Padua

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