La
celebración
eucarística,
obra del
«Christus
totus»
Christus
totus in
capite
et in
corpore
36. La
belleza
intrínseca
de la
liturgia
tiene
como
sujeto
propio a
Cristo
resucitado
y
glorificado
en el
Espíritu
Santo
que, en
su
actuación,
incluye
a la
Iglesia.[109]
En esta
perspectiva,
es muy
sugestivo
recordar
las
palabras
de san
Agustín
que
describen
elocuentemente
esta
dinámica
de fe
propia
de la
Eucaristía.
El gran
santo de
Hipona,
refiriéndose
precisamente
al
Misterio
eucarístico,
pone de
relieve
cómo
Cristo
mismo
nos
asimila
a sí: «
Este pan
que
vosotros
veis
sobre el
altar,
santificado
por la
palabra
de Dios,
es el
cuerpo
de
Cristo.
Este
cáliz,
mejor
dicho,
lo que
contiene
el
cáliz,
santificado
por la
palabra
de Dios,
es
sangre
de
Cristo.
Por
medio de
estas
cosas
quiso el
Señor
dejarnos
su
cuerpo y
sangre,
que
derramó
para la
remisión
de
nuestros
pecados.
Si lo
habéis
recibido
dignamente,
vosotros
sois eso
mismo
que
habéis
recibido
».[110]
Por lo
tanto, «
no sólo
nos
hemos
convertido
en
cristianos,
sino en
Cristo
mismo ».[111]
Así
podemos
contemplar
la
acción
misteriosa
de Dios
que
comporta
la
unidad
profunda
entre
nosotros
y el
Señor
Jesús: «
En
efecto,
no se ha
de creer
que
Cristo
esté en
la
cabeza
sin
estar
también
en el
cuerpo,
sino que
está
enteramente
en la
cabeza y
en el
cuerpo
».[112]