"UNA
ENCUESTA, UN COMPROMISO, UN MISTERIO"
Después de la Cuaresma, la
Pascua y las solemnidades que siguen inmediatamente al
período pascual –Pentecostés, Santísima Trinidad, Corpus
Christi y Sagrado Corazón de Jesús— reanudamos
nuevamente el itinerario litúrgico del tiempo
“ordinario”.
Y el Evangelio de este domingo
me trae a la memoria una experiencia de mi niñez que se
me quedó muy grabada. Recuerdo que, cuando yo estudiaba
la primaria, nuestro profesor nos mandó un día hacer una
encuesta. Era la tarea que debíamos llevar la siguiente
vez a la clase de religión. Cada uno de nosotros
teníamos que preguntar a treinta personas –familiares,
vecinos y gente de la calle— quién era Jesús para ellos.
Por la tarde de aquel mismo día,
inicié mi recorrido “periodístico”. Yo vivía en un
pueblecito de unos 25.000 habitantes, muy católico.
Todas las respuestas fueron, pues, doctrinalmente muy
correctas.
Pero yo creo que, si
realizáramos hoy la misma encuesta en Norteamérica o en
las grandes ciudades de cualquier país de la Europa
“pluralista” y secularizada –por no decir de Asia—,
escucharíamos respuestas bastante variopintas: desde el
hombre excepcional, el maestro y modelo de buenas
costumbres, el revolucionario y reformador de la
sociedad; pasando por el Cristo poético y romántico al
estilo “hippy” –el Jesus Christ Super Star de los años
setentas— o el Jesús deformado por las diversas
filosofías e ideologías; hasta llegar al Cristo visto
por hombres y mujeres de fe, pero de distinto credo y
religión. Un teólogo católico contemporáneo, el P.
Javier García, presenta un abanico muy interesante de
posibilidades en su libro: “Jesucristo, Hijo de Dios,
nacido de mujer”.
Jesús fue el primero, en la
historia del cristianismo, en llevar a cabo una encuesta
o un “sondeo de opinión” acerca de su propia persona. Y
sus discípulos se manejaron en aquella ocasión con
bastante desenvoltura.
Pero los resultados de la
sociología y de las encuestas no le interesan a Jesús.
Lo que a Él realmente le importa es la respuesta
personal: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” –les
pregunta a sus apóstoles—. Sin duda, esa pregunta les
provocó un silencio embazoso. Hasta que Pedro, armándose
de valor, se pronunció en nombre de los Doce: “Tú eres
el Mesías de Dios”.
Pues también ahora Jesús nos
plantea este mismo interrogante a cada uno de nosotros,
a ti, que estás leyendo ahora este artículo: “Y tú,
¿quién dices que soy yo?”. Aquí no se valen las
respuestas evasivas, ambiguas o de mero “compromiso”. Ni
tampoco espera Cristo respuestas teóricas, académicas y
doctrinalmente “correctas”. Él no quiere ver qué es lo
que “sabemos” sobre Él, sino lo que realmente creemos y
testimoniamos –con nuestra fe, nuestras obras y nuestra
vida entera— acerca de Él.
De verdad, ¿quién es Jesucristo
para nosotros? Es un interrogante existencial, que hay
que responder desde el fondo de nuestra conciencia, a
solas con Cristo, mirándole directamente a los ojos. Y
hay que darla con el corazón. Es una pregunta que
requiere un verdadero compromiso personal y vital con el
Señor. Una respuesta que debe cambiar toda nuestra
existencia, nuestros criterios y comportamientos
“mundanos”, para comenzar a asemejarnos un poco más a Él
en nuestras palabras, gestos, pensamientos y acciones
concretas de cada día.
Pero a continuación viene la
siguiente escena, que es desconcertante para nuestras
categorías humanas: “El Hijo del hombre tiene que
padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos
sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al
tercer día”. Pedro le acaba de proclamar el Mesías de
Dios. La narración del evangelio de san Mateo es mucho
más fuerte que la de Lucas.
Después de la confesión de
Pedro, en efecto, Jesús lo felicita, lo llama
bienaventurado y le otorga los poderes del Primado sobre
los demás apóstoles. Enseguida, Jesús les comunica el
primer anuncio de la pasión. Y Pedro trata de disuadirlo
y de apartarle de ese camino. Es entonces cuando Jesús
reacciona de un modo enérgico llamándolo “Satanás”
porque no entiende las cosas de Dios; es decir, el valor
de la cruz.
Seguir a Jesús no es –glosando
las palabras de aquel famoso rey azteca— como “estar en
un lecho de rosas”. Ser discípulo de Cristo, ser
auténtico cristiano, no siempre es cosa fácil. Porque
muchas veces nos exige ir “contra corriente” y plantar
cara a la mentalidad humana, a veces demasiado humana –o
sea, “mundana”, sensual y naturalista— propia del mundo
y de la cultura de nuestro tiempo. Ser un cristiano de
verdad es un compromiso exigente. Y en ocasiones también
misterioso. Porque Dios nos desconcierta y sus modos de
actuar no son como los de los hombres, ni siempre
inteligibles para nuestra razón.
Vivir el Evangelio exige mucha fe porque Dios es
misterioso y casi siempre se nos presenta envuelto en el
misterio. Y exige también mucha valentía, generosidad y
amor porque, para hay que seguir a Jesús por la vía de
la cruz: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí
mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo”.
Tenemos que pasar por el misterio de la cruz, del dolor
y del sufrimiento para poder llegar hasta Él, para tener
vida eterna, para ayudarle en la redención de la
humanidad. Y sólo con mucha fe y con un amor muy grande
y generoso, la cruz no será para nosotros un motivo de
escándalo, sino un instrumento bendito de salvación y de
santificación.
¡Una encuesta, un compromiso, un
misterio! Éste es el reto que Cristo hoy nos presenta.
Ojalá que nuestra respuesta sea valiente, generosa,
decidida, consecuente. Entonces podremos llamarnos y ser
en verdad auténticos “cristianos”. O sea, seguidores de
un Cristo crucificado y resucitado.
Autor: P . Sergio Córdova
| Fuente: Catholic.net |