UN
CAMINO DE LIBERTAD Hay
algunos no cristianos, y también cristianos, que
entienden la vivencia de la fe como una permanente
renuncia.
Como
soy cristiano, no puedo hacer esto, ni lo otro, ni lo de
más allá; p.e. no puedo vivir el sexo como me
apetecería, no puedo hacerme rico sin mirar el cómo,
no puedo aprovecharme de los demás... Más aún,
algunos llegan a envidiar a los que no tienen ni ley, ni
moral, ni religión, porque parecen ser los
triunfadores.
Para
estos, ser cristianos encorseta y oprime; es todo menos
ser libres.
Sin
embargo, San Pablo nos lo ha dicho bien claro:
"Para vivir en libertad, Cristo nos ha
liberado".
Algunos
se creen libres cuando dan rienda suelta a sus pasiones,
apetencias y bajos instintos. En el fondo, son esclavos
de sí mismos, no están creciendo como personas.
Ser
cristianos es una elección personal, pues, aunque de
pequeños nos bautizaron y, después, vinimos con
nuestros padres a la iglesia, hicimos la catequesis,
recibimos y celebramos los sacramentos..., hasta que no
nos decidimos libre y personalmente por Jesucristo, su
vida, su palabra, su misterio, no hemos hecho nuestra la
fe recibida.
Soy
libre de ser cristiano o no, pero, si decido serlo, es
porque creo que el seguimiento de Cristo me hace más
persona, más humano, me libero de presiones externas,
personas, cosas, situaciones... Jesucristo, verdadero
Dios y verdadero hombre, es la medida del hombre
perfecto.
Si
sigo a Cristo, remonto vuelo y, cuanto más lastre tire,
más alto llegaré. Soy libre de elegir la libertad.
Elegir
a Cristo es elegir vivir en el amor porque él es el
Amor de Dios encarnado, porque nos enseñó que el
verdadero sentido de la vida es el amor, entendido como
entrega total, hasta la muerte, por el bien y la
salvación de todos.
Elegir
a Cristo es generosidad, seguimiento incondicional, sin
apegos, como él, que no tiene donde reclinar la cabeza.
Aunque los demás no entiendan que has encontrado la
vida y debes seguirla, dejando que "los muertos
entierren a sus muertos". Mirando siempre adelante,
hacia la meta del Reino de Dios, que esperamos y que, en
nuestro caminar cotidiano, debemos ir haciendo ya
realidad. No se puede caminar hacia el Reino y estar
constantemente mirando hacia atrás, quejándonos de la
dureza del camino, de lo que vamos dejando, de las
renuncias que vamos haciendo, porque todo esto son
lastres que no nos dejan caminar ligeros, que no nos
dejan remontar vuelo.
Pidamos
al Señor en la Eucaristía que nos haga entender este
camino de libertad y nos dé fuerzas para ser generosos
a la hora de seguirlo.
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