EL
SEÑOR PASA
El que es ciego de nacimiento, por mucho que le
expliquen, no podrá imaginar la belleza del bosque en
otoño; el que es sordo total, no podrá gozar del Adagio
de Albinoni.
De
la misma manera, el que no cree en la existencia de
Dios, no podrá sentir su presencia en medio de los
hombres.
Los
creyentes afirmamos que Dios se relaciona con nosotros,
se revela, entra en diálogo.
Si
cogemos el libro del Génesis y tomamos el ciclo de
Abraham, llama profundamente la atención, cómo entre
Dios y Abraham hay una relación de amistad y diálogo.
El
que vive entre ruidos, prisas, obsesiones; el que
entiende la vida como una carrera por subir, por obtener
poder, por ganar dinero, por tener cada vez más..., le
será difícil encontrarse con Dios, que prefiere el
silencio, la sencillez y la soledad.
En
el desierto, a la sombra de la encina, junto a su
tienda, se encontró Abraham con el Señor en tres
hombres que llegan a su puerta.
En
la pequeña aldea de Betania, lejos del bullicio de la
cercana Jerusalén, Marta y María acogen a Jesús, cada
cual a su manera, aunque las dos válidas, priorizando
Jesús la escucha de la Palabra.
Cuando
en el silencio y la reflexión serena el creyente se
pregunta: ¿qué quieres de mí, Señor?, escucha su
respuesta.
Nuestro
Dios no es un Padre lejano y frío, ausente de la vida
de sus hijos.
Es
un Dios cercano, tan cercano, que se hace uno de
nosotros en el Hijo, que se da en su Palabra, que se
queda con nosotros en las especies eucarísticas, pero
que llega también a nosotros en las personas que se
acercan a nuestro lado.
El
Señor se hace presente a través del que tiene hambre y
sed, del forastero y del desnudo, del enfermo y el
encarcelado.
Toda
persona es imagen de Dios y a través de ellas podemos
encontrarnos con Él, también la persona más cercana
con la que día a día convivimos y con la que entramos
en más conflictos.
Necesitamos
estar muy atentos y no distraernos con tantas cosas
banales. El Señor está pasando por delante de nuestra
puerta y no nos damos ni cuenta.
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