REFLEXIONES  

4 - Agosto

18º DOMINGO

TIEMPO ORDINARIO


 " "Guardaos de toda clase de codicia"

 

 


 

REFLEXIÓN 1

LA FILOSOFÍA DEL PESCADOR

Estamos muchas horas delante del televisor. Gran parte de ese tiempo se emplea en ver anuncios. A través de ellos se nos va metiendo un estilo de vida "envidiable": ricos, triunfadores, grandes mansiones, fiestas, coches de ensueño... Algunos, que no saben distinguir entre realidad y ficción, maldicen su mala suerte; les parece que los que más tienen son más felices. Y es que, dicen, el dinero no da la felicidad, pero ayuda a conseguirla.

Todo depende donde pongamos la felicidad: en el "ser" o en el "tener". Cuando llegamos a entender que es más importante lo que soy, que lo que tengo, la vida, que las cosas, estoy en ese punto en el que muchas angustias, ansiedades y sufrimientos desaparecen.

No somos felices cuando codiciamos lo de los otros, cuando les envidiamos, cuando no aceptamos la propia realidad.

En nuestra sociedad, el dinero, la posición social, la influencia, son expresión de éxito, de realización personal.

Qué pocos construyen esa posición sobre la justicia, la solidaridad, el compartir con los desfavorecidos. Cuántos la construyen sobre la opresión, la injusticia, el egoísmo, el desprecio a los demás y las malas artes.

¿Se puede ser feliz viviendo con lo necesario, sin ese ansia, ese sinvivir de tener cada vez más? ¿Se puede ser feliz sin estar siempre comparándonos con los otros?

Si no somos capaces de aceptar nuestra realidad y sacarle el mayor partido, nos amargaremos la existencia. Procuramos crecer, mejorar en todos los sentidos, pero sin renunciar a vivir, sin esclavizarnos.

Tener más y más, ¿va a alargarnos la vida hasta la eternidad? Los ricos, los poderosos, los envidiados, también mueren.

Unos dejan en herencia dinero y posesiones, que pronto se liquidan: otros, han enseñado a vivir, a ser felices y a hacer felices a los demás. No cotiza en bolsa, pero es más duradero.

El creyente sabe que el dinero, el poder, la influencia, acaban con la muerte, pero la vida sigue y en esa nueva vida no sirve nada de lo acumulado en esta.

Si aprendiéramos la filosofía de aquel pescador que estaba sentado a la puerta de su casa fumando la pipa, después de haber estado pescando con su barquichuela...

Otro pescador le recrimina porque está sentado, fumando, contemplando el mar y no sigue pescando.

¿Porqué estás sentado sin hacer nada? Podrías pescar más para ganar más dinero y comprar más barcas, así ganarías más y podrías comprarte una flotilla, y después... Y después ¿qué?, preguntó el pescador. Después podrías sentarte a la puerta de tu casa, fumar tu pipa y contemplar el mar. ¿Y qué estoy haciendo ahora?, respondió el pescador.

Lo verdaderamente importante procede de Dios y tiene valor de eternidad.

 

 

 

REFLEXIÓN  2

EL NIVEL DE VIDA

Muchas cosas han cambiado en poco tiempo sobre nuestro pequeño planeta. Ha quedado atrás el enfrentamiento entre superpotencias. Al Este ya no hay enemigos sino aliados. Desacreditado el sistema marxista, conquistan el consenso universal, el mercado libre y la sociedad de consumo. Lo importante ahora es diseñar un nuevo orden internacional. Concentrar todos los esfuerzos en reconstruir nuestro viejo solar continental. Esa Europa comunitaria que se ha convertido en la meta hacia la que hay que avanzar con decisión.

Pero se olvida que, de nuevo, el gran perdedor es el Tercer Mundo. Según todos los indicios, los marginados de la tierra se quedan sin asidero ideológico y sin futuro revolucionario. Y, por otra parte, «solidaridad» es una palabra demasiado larga e incómoda para tener cabida en la vida trepidante de Occidente.

Ya cayó el muro de Berlín, y hemos de felicitarnos por ello, pero ese otro muro, el que separa al mundo pobre del mundo rico, está más alto y mejor vigilado que nunca. Ahí siguen boyantes el intercambio desigual, la extorsión financiera, el monopolio de la tecnología y de la información científica, el envío de residuos radiactivos y basuras peligrosas que nadie quiere. Sin embargo, apenas se habla ya de imperialismo, y es que ahora «los imperialistas» somos nosotros.

Por otra parte, comienza a tomar cuerpo en Europa un «apartheid» universal ante quienes no pertenecen a nuestra comunidad. Brotes de racismo, intolerancia y discriminación, cada vez más frecuentes, castigan a los intrusos que saltan el muro con el que tratamos de defender nuestra «Europa de los mercaderes».

Casi sin darnos cuenta, Occidente va cayendo en una alarmante mezquindad e insolidaridad. Nos preocupa el colesterol, y olvidamos el hambre y la miseria de ese Tercer Mundo, cada vez más molesto y desagradable.

Hablando recientemente de este «eclipse de la solidaridad», Mario Benedetti decía que «la propia Iglesia restringe su solidaridad a la parcela de las oraciones». Ciertamente no es así. Y para desmentirlo ahí están esos miles y miles de misioneros extendidos por todo el mundo conviviendo con los más pobres de la Tierra. Pero, tal vez, hay algo cierto en las palabras del escritor uruguayo. Mientras tantos misioneros se desviven por un desarrollo más humano del Tercer Mundo, nosotros nos contentamos a menudo con celebrar fechas como el Domund rezando una oración distraída o aquilatando el donativo que tranquilizará nuestra conciencia.

La parábola del rico insensato que vive acumulando riquezas y echando a perder su vida, puede estar dirigida directamente a nosotros. Nos preocupamos mucho por mejorar nuestro nivel de vida, pero, ¿no es una vida cada vez menos solidaria y, por tanto, menos humana?

JOSE ANTONIO PAGOLA

 

 

 

 

REFLEXIÓN  3

LOS CAMINOS

Toda persona humana, de una manera o de otra, con más sencillez o más complejidad, en algún momento de su vida se pregunta por el sentido de su existencia.

Mi vida, ¿para qué?, ¿para quién?, ¿qué sentido tiene?...

Según sean las respuestas, serán nuestros comportamientos.

Pero cuando no se da ningún sentido, la respuesta y la actitud es la del libro del Eclesiastés: ¿Para qué trabajar?, ¿para qué esforzarse? No vale la pena.

Ahora bien, cuando uno orienta y da sentido a su vida, puede hacerlo en varias direcciones: hacia uno mismo; y es lo que llamamos egoísmo; es la actitud del rico de la parábola del Evangelio. Es un camino muy corto, pues acaba en uno mismo. 

Se puede dar sentido a la vida orientándola hacia los demás, es lo que llamamos altruismo. Este camino nos lleva a servir a los demás, a la sociedad y al mundo; por supuesto actitud mucho más generosa que la anterior. Existe el peligro de torcer el camino y en lugar de servir a los demás, servirse de ellos. Posiblemente, la actitud del rico de la parábola nos habla de no muy buenas artes a la hora de acumular riquezas.

Y están los que orientan su vida desde Dios y hacia Él. Es un camino de eternidad.

Quien vive desde Dios, en Él encuentra sentido a toda su vida: a las alegrías y a las penas, a los sufrimientos y dolores, a su solidaridad y entrega a los demás, a los bienes materiales, que usa para vivir, pero que no vive para ellos.

Cuando uno es su propia meta, todo se acaba con él; cuando la meta está en las personas y las cosas de esta vida, la muerte pone fin al camino; cuando Dios es la meta, el camino no se acaba, nuestra vida sigue en la eternidad de Dios