REFLEXIONES  

15- Septiembre

24º DOMINGO

TIEMPO ORDINARIO


 " " Ese acoge a los pecadores y come con ellos"

 

 


 

REFLEXIÓN 1

DE LA JUSTICIA, AL AMOR Y LA MISERICORDIA

Se dice que una sociedad es avanzada cuando la justicia es independiente, libre, sin presiones de ninguna clase. Es difícil encontrarla cuando los poderes públicos quieren controlarla y arrimarla a sus propios intereses. Cuando la política se mete en el mundo de la justicia, ésta se desvirtúa.

Junto al poder judicial está el poder legislativo; debe elaborar leyes justas, que los jueces tendrán que aplicar. Cuando las leyes que aprueban los parlamentos son injustas, como, por ejemplo, la imposición de la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía, en los términos en los que se han aprobado los libros, los jueces lo van a tener difícil.

Las sociedades humanas nos tenemos que mover en estos parámetros: ley - cumplimiento - tranquilidad; ley - incumplimiento - castigo.

Y este mismo esquema se pasó a la vida de fe, a la relación del hombre con Dios. Dios es el Juez Justo por excelencia. Él también nos ha dado su Ley. Cumplimos, premio: cielo; no cumplimos, castigo: infierno.

La vida se convertía en un sinvivir; nuestra existencia discurría entre miedos. Los directores espirituales, al menos en mis tiempos de joven, nos recordaban constantemente que, por mucho que te escondieras, Dios te veía. Os acordáis de aquello: "Mira que te mira Dios, mira que te está mirando; mira que vas a morir, mira que no sabes cuándo". Y, ciertamente, no se interpretaba aquella mirada como la de un Padre bueno que te quiere.

¿Dónde quedó aquella tradición en la que, ya en el Antiguo Testamento, Dios se revelaba, sobre todo, como Amor y Misericordia? Gracias a Dios la vamos recuperando, aunque haya algunos que todavía mantengan que con las amenazas y el castigo se es mejor, se cumple mejor.

¿Pecado más grande que aquel del pueblo de Israel en el desierto, cuando transformó en ídolo con forma de becerro de oro al Dios que lo había sacado de la esclavitud de Egipto y lo llevaba a la tierra de la libertad? Y, sin embargo, ante la súplica de Moisés, se arrepiente de haber pensado eliminarlos.

Dios no quiere el pecado, pero ama al pecador y espera que se arrepienta y vuelva. Lo acoge con los brazos abiertos.

Como el pastor del Evangelio que va en busca de la oveja perdida y, cuando la encuentra, se la coloca sobre los hombros.

Como la mujer que remueve toda la casa para encontrar la moneda que ha perdido.

Dios no es el vigilante; es el pastor que recorre campos, montes y barrancos para encontrarnos. Nos busca por toda la casa hasta que da con nosotros y nos ofrece su perdón.

Si nos encuentra, si da con nosotros, es decir, si nos arrepentimos y volvemos a Él, ¿cuánta alegría!; como la del padre de la parábola cuando se lanza en brazos de su hijo, aunque tendría que haber sido al revés; cuando le da las sandalias nuevas, el vestido nuevo, el anillo de hijo; cuando le organiza la gran fiesta.

Este es el Dios que nos ha revelado Jesucristo, sobre todo con el gran signo de dar su vida por nosotros en la cruz.

Alguno puede sacar una conclusión equivocada: "pequemos, que Dios es bueno y perdona".

Más bien tendríamos que decir: Si Dios es tan bueno y me perdona cuando, en mi debilidad, peco, voy a responder a su amor con el mío; voy a cumplir su voluntad, no por miedo al castigo, sino porque es lo mejor que puedo darle en agradecimiento.

Dios es Justo, pero, por encima, es Amor y Misericordia.

 

 

 

REFLEXIÓN  2

CAMINOS

Son cada vez más las personas que, habiendo abandonado la práctica religiosa  tradicional, sienten sin embargo la nostalgia de Dios. Hay algo que desde lo más hondo de  su ser les invita a buscar el Misterio último de la vida.

Desearían encontrarse con un Dios Amigo, verdadera fuente de vida y alegría. Pero,  ¿dónde encontrar signos de su presencia? ¿Qué caminos seguir para iniciar su búsqueda?  ¿Qué novedad introducir en una vida superficial tan alejada de cualquier experiencia  religiosa? 

El primer camino puede ser la naturaleza. A pesar de los estragos que se han cometido  contra ella, el hombre puede vislumbrar todavía en el cosmos a su Creador. Ese universo  que nos rodea, escenario fascinante donde se refleja de mil formas la belleza, la fuerza y el  misterio de la vida, puede ser una invitación callada para orientar el corazón hacia aquel que  es el origen de todo ser. La llegada del otoño con sus colores teñidos de nostalgia y su  invitación al recogimiento, ¿no será para nadie presencia humilde del Misterio insondable? 

Otro camino para elevar nuestro espíritu hacia Dios puede ser la experiencia estética. El  disfrute de la belleza artística invita y remite hacia la absoluta belleza y gloria de Dios. En  medio de una vida tan agitada y dispersa que nos impide escuchar nuestros deseos y  aspiraciones más nobles, ¿no puede ser el goce musical una experiencia que cree en  nosotros un espacio interior nuevo e inicie un movimiento regenerador y una actitud más  abierta hacia el Misterio de Dios? 

Otro camino es, sin duda, el encuentro amoroso entre las personas. La amistad  entrañable, el disfrute íntimo del amor, el perdón mutuo, la confianza compartida son  experiencias que nos hacen saborear la existencia de una manera más honda, nos liberan  de la inseguridad, la soledad y la tristeza, y nos invitan a vislumbrar la ternura y acogida  incondicional de Dios. ¿No pueden nunca unos esposos disfrutar sus encuentros amorosos  presintiendo la plenitud insondable del que es sólo Amor? 

Para los cristianos, el primer camino es Jesucristo. Estoy convencido de que para muchos  que se han alejado de la Iglesia, conocer mejor a Jesús, leer sin prejuicios su mensaje,  dejarse ganar por su Espíritu y sintonizar con su estilo de vivir, puede ser el camino más  seguro para descubrir el verdadero rostro de Dios.

La parábola del hijo pródigo nos recuerda que todos vivimos demasiado olvidados de  Dios, estropeando nuestra vida de muchas maneras, lejos de aquel que podría introducir  una alegría nueva en nuestra existencia. Pero Dios está ahí, en el interior mismo de la vida,  nos espera y nos busca.

Más aún. Dios se deja encontrar hasta por quienes no se interesan por él. Recordemos  aquellas palabras sorprendentes del profeta Isaías. Así dice Dios: "Yo me he dejado  encontrar de quienes no preguntaban por mí; me he dejado hallar de quienes no me  buscaban. Dije: Aquí estoy, aquí estoy".

JOSE ANTONIO PAGOLA
(mercabá)

 

 

 

REFLEXIÓN  3

SALIR A BUSCAR

Los cristianos en las circunstancias actuales andamos desconcertados. Una ola creciente de materialismo nos invade, han muerto casi todas las viejas utopías, una política monetarista y de realismo a ultranza se impone a todos los niveles; la sociedad se seculariza a marchas forzadas, parece como si en ella la barca de Pedro –la iglesia, comunidad de comunidades- fuera a hundirse. Y ante esto, los que todavía nos encontramos en el redil tenemos la tendencia a replegarnos para formar un círculo cerrado. Muchos se han ido, y los hemos despedido con tristeza y resignación. Otros no entran en el aprisco, porque el panorama no les atrae. Quedamos unos pocos que, replegados sobre nosotros mismos, nos dedicamos a salvar-conservar lo que nos queda, ya que mucho se ha perdido. Da la impresión de que se han ido las noventa y nueve ovejas, quedando sólo una, a cuya atención y conservación estamos dedicados por entero.

Dos parábolas del evangelio de Lucas, la de la oveja perdida y la de la mujer que perdió la moneda, y una tercera, la del hijo pródigo, invitan a un cambio de táctica y de estrategia pastoral.

Por muy malos tiempos que corran, por mucha adversidad que nos rodee, por muy grande que sea la ola de secularismo que nos invada, los cristianos no podemos dedicarnos a conservar lo que tenemos, pues cada vez iremos a menos. La actitud cristiana tiene que ser arriesgada, aunque no insensata: hay que dejar a buen recaudo lo que ya tenemos y salir del aprisco para buscar la oveja perdida; hay que barrer la casa para encontrar la moneda que se escondió entre las ranuras de las piedras del suelo; hay que recibir con brazos abiertos al hijo que se fue y, cuando esto suceda, hay que hacer una fiesta grande.

Lo que sucede es que, con frecuencia, no estamos dispuestos a esto. Nos resulta incómodo salir a buscar la oveja perdida o barrer toda la casa para hallar una sola moneda. Nos parecemos al hijo mayor de la parábola que prefería la ausencia de su hermano y no vio con buenos ojos la acogida del padre. Aquel hijo mayor no aprendió lo fundamental. Mientras en una familia falta un hermano, la familia está rota. No es posible ni la alegría ni la fiesta, o éstas son pasajeras e incompletas. El plan de Dios de restaurar la familia humana, dividida desde Caín, exige una capacidad inmensa de olvido y de perdón. Y él no estaba dispuesto a perdonar, porque tampoco había aprendido a amar. Quien ama, perdona siempre, excusa siempre, olvida siempre. Por eso necesitó la lección magistral del padre, imagen de Dios, que acogió al hermano menor, mandó vestirlo de las mejores ropas, y organizó una fiesta por su vuelta.

Tal vez por esto nuestras comunidades no tengan mucha alegría: hay tantos hermanos que faltan... Falta tanto interés por ir a su búsqueda y acogerlos a su vuelta... No es extraño que, con esa estrategia de conservar y cuidar lo que tenemos, antes o después lo perdamos todo.

La promesa de Dios a Abrahán, recordada en la primera lectura de este domingo, sigue vigente: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo…” Dios habla de multiplicar y no de dividir o venir a menos. Ese Dios –que está dispuesto incluso a perdonar a su pueblo, que mientras Moisés subió al monte, se olvidó de Dios- mantiene su palabra. Pero esta promesa requiere –para que se haga realidad- nuestra participación activa, buscando la oveja y la moneda perdidas y acogiendo al hermano que se ha ido, pero vuelve arrepentido. Nuestra comunidad tiene que ser extrovertida por naturaleza. Pablo, en la segunda lectura, da gracias a Dios, porque ha experimentado en él mismo su compasión y perdón, confiándole el ministerio de anunciar el evangelio a los paganos, esos que no es que se hayan ido, sino que no han pertenecido nunca a la comunidad, y a los que hay que anunciar el evangelio. No podemos quedarnos encerrados en nosotros mismos, tenemos que salir a buscar a quienes se han ido o a los que nunca han oído el mensaje del Señor para invitarlos a la fiesta de la comunidad.

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