EL
PELIGRO DE LAS HINCHAZONES
-«Dos
hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo,
otro, publicano». Hasta aquí, todo bien. Al Señor
debió de gustarle eso. Porque, aunque había llegado a
decir aquello de «cuando reces, métete en tu habitación,
cierra la puerta, y Dios que ve en lo escondido, te
escuchará» o aquello otro de «los verdaderos
adoradores adoran en espíritu y en verdad», lo cierto
es que Jesús, desde muy niño «iba con sus padres al
templo». Es más, un día ante el mal uso que del
templo hacían los vendedores, proclamó sin titubeos:
«Mi casa es casa de oración». A Jesús, por lo tanto,
le gusta que en su templo recemos todos. Lo que ya no
parece gustarle tanto es algún estilo» de oración: «El
fariseo, erguido... decía en su interior: doy gracias
porque no soy como los demás...».
Efectivamente,
este hombre, más que orar a Dios «se oraba a sí mismo».
Erigiéndose en «Dios de sí mismo», se autoproclamaba
diferente. No reconocía lo negativo que solemos tener
los hombres: «Son rapaces injustos, adúlteros...», y
exhibía otros trofeos que otros no tienen: «Ayuno dos
veces por semana y pago el diezmo de cuanto poseo». Ahí
lo tenéis: singular narciso, perfecto pavo real,
ejemplar único, no necesita ningún retoque. Vive en la
plenitud.
(Tengo
miedo, Señor, de caer en una situación semejante, de
infectarme con ese microbio de la vanidad farisaica e
irme inflando como un globo, pensando que me basto a mí
mismo y que no necesito a nadie, ni siquiera a Dios).
Porque
ése es el gran fallo de la oración del fariseo. Ni
habla a Dios, ya que lo que hace es cantarse a sí mismo
sus virtudes. Ni escucha a Dios, ya que el propio
sonsonete de sus autoalabanzas le impiden oír cualquier
otra voz que no sea la suya. (Ya sé, Señor, que
tampoco tengo que ocultar y negar mis «talentos». Que
ahí están y tú me los has dado. Pero sé que, más
que considerarlos como «trofeos», haré bien en verlos
como «deberes», como «responsabilidades». Y si, en
algún caso, con ellos he tenido «aciertos», no estará
de más pensar que seguramente me he quedado a mitad de
camino.)
Jesús,
en cambio, elogió la oración del publicano. No «porque
se quedó allá atrás y hería su pecho sin atreverse a
levantar los ojos al cielo». Porque esas actitudes
externas también pueden caer en el «fariseísmo».
Sino porque, de verdad, «de profundis», se reconocía
pecador: «Compadécete de mí, que soy un gran pecador».
Frente a la «hinchazón» del fariseo, este hombre
reconocía su profundo «vacío interior». En alguien
que se siente hinchado, difícilmente entra ninguna
cosa; mientras que el hombre que se reconoce «vacío»,
ya está en buenas actitud para recibir las ayudas.
Sobre todo puede entrar Dios, que es capaz de llegar
hasta las más bellas y difíciles encarnaciones. Señor,
yo quiero «volver siempre justificado a mi casa». Por
eso te pido con todo mi corazón:
-Que
nunca piense que soy mejor que los demás hombres,
aunque los vea «ladrones, injustos y rapaces».
-Que
tampoco me sienta satisfecho porque cumpla ciertas leyes
y normas con insistente frecuencia.
-Que
tenga, sobre todo, conciencia siempre de ser pecador,
necesitado por lo tanto de acudir a Ti para decirte: «Desde
lo hondo a ti grito, Señor. Señor, escucha mi voz...».
ELVIRA
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