NUESTRO
DESTINO ES LA VIDA
Noviembre
es un mes serio, aunque esperanzador. El día primero
recordamos a los Santos, los que ya están gozando de
Dios. El día 2, tuvimos un recuerdo especial por los
Difuntos. Hoy las lecturas nos hablan otra vez de la
vida futura a la que todos estamos destinados.
Jesús
ya está en Jerusalén. Después de su largo
"camino de subida" que nos ha presentado
Lucas, y que hemos ido siguiendo durante muchos
domingos, las últimas escenas suceden junto al Templo y
nos ayudan a reflexionar sobre el más allá, nuestro
destino final.
En
la la lectura tenemos un hermoso ejemplo, tomado del AT,
sobre la fe en la vida futura. En la persecución de Antíoco
IV, que, con una mezcla de halagos y amenazas, intenta
seducir a los israelitas y conducirles a la religión
oficial pagana, olvidando la Alianza, una buena mujer,
madre de siete hijos, da un ejemplo admirable de
entereza y fidelidad. Lo de comer o no carne prohibida
era un detalle: se trataba de mantenerse fieles al
conjunto de la fe en Dios.
De
la "catequesis" que la madre había dado a sus
hijos, estos han asimilado sobre todo el argumento de la
vida futura: "el rey del universo nos resucitará
para una vida eterna", "Dios mismo nos
resucitará: tú, en cambio, no resucitarás para la
vida". Y de esa convicción sacan fuerzas para
perseverar en su fidelidad.
Es
la actitud que nos invita a expresar el salmo
responsorial: "al despertar me saciaré de tu
semblante, Señor". Al final de la vida, al
"despertar" a la realidad última, nos espera
el rostro del Padre y sus brazos abiertos, si hemos sido
fieles.
También
el evangelio, con la respuesta de Jesús a los saduceos,
nos presenta la fe en el más allá.
Los
saduceos, de los que el evangelio habla pocas veces,
pertenecían a las clases altas de la sociedad. No creían
en la otra vida y en la resurrección, y le plantearon a
Jesús una pregunta capciosa que parece ridiculizar toda
la perspectiva, basándose en la famosa "ley de
levirato", por la que el hermano del esposo debe
casarse con la viuda si esta no ha tenido descendencia:
¿de quién será esposa en el cielo una mujer que se ha
casado sucesivamente con siete hermanos?
La
pregunta no es importante. La respuesta de Jesús, sí.
Les dice, ante todo, que en la otra vida el matrimonio
no tendrá como finalidad la procreación, porque allí
la humanidad no necesita renovarse, porque todo es vida
y no hay muerte. Y, sobre todo, les asegura que los que
"han sido juzgados dignos de la vida futura son
hijos de Dios y participan en la resurrección, porque
Dios es Dios de vivos". No explica cómo es la otra
vida (ciertamente, resucitar no significará volver a la
vida de antes, sino entrar en una nueva realidad). Lo
que sí nos dice es que nuestro destino es la vida, no
la muerte. Un destino de hijos, llamados a vivir de la
misma vida de Dios, y para siempre, en la fiesta plena
de la comunión con él.
No
somos muy dados a mirar al futuro, preocupados como
estamos por el presente y sus problemas. Según en qué
círculos, hablar de "la otra vida" produce
reacciones parecidas a las de los saduceos: se intenta
olvidar o ridiculizar esa perspectiva. Y, sin embargo,
es de sabios recordar en todo momento de dónde venimos
y a dónde vamos. Las lecturas de hoy nos invitan a
tener despierta esta mirada profética hacia el final
del viaje, que, pronto o tarde, llegará para cada uno
de nosotros.
En
medio de una sociedad que parece a veces bloqueada en la
perspectiva terrena de acá abajo, hoy se nos urge a que
sepamos alzar la mirada y recordemos cuál es la meta de
nuestro camino. La fe en la vida a la que Dios nos
destina, tal como nos ha asegurado Jesús, es la que ha
dado luz y fuerza a tantos millones de personas a lo
largo de la historia, y la que también a nosotros nos
ayuda en nuestra vida de fidelidad humana y cristiana,
abiertos al Absoluto de Dios, que es el destino de
nuestra historia personal y comunitaria. Sigue siendo un
misterio. No pretendemos imaginar cómo es el más allá.
Pero creemos a Cristo Jesús, el Maestro que Dios nos ha
enviado, que nos asegura que los que se incorporan a él,
vivirán para siempre.
Cuando
Jesús anunció la Eucaristía, nos dijo que este
sacramento iba a ser una garantía y un anticipo de la
vida definitiva: "Si uno come de este pan, vivirá
para siempre, yo le resucitaré el último día... el
que me come, vivirá por mí, como yo vivo por el
Padre". Vamos bien encaminados, si somos fieles a
la convocatoria eucarística dominical, con lo que
significa de actitud también fuera del templo: Jesús
mismo, Palabra y Alimento, nos va dando fuerzas y nos
prepara para el encuentro definitivo con él, o sea, con
la vida plena.
J.
ALDAZÁBAL (+)
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