LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
CAPÍTULO III
APOSTOLICIDAD DE LA EUCARISTÍA Y DE LA
IGLESIA
30. Tanto esta doctrina de la Iglesia
católica sobre el ministerio sacerdotal en relación con la
Eucaristía, como la referente al Sacrificio eucarístico, han
sido objeto en las últimas décadas de un provechoso diálogo en
el ámbito de la actividad ecuménica. Hemos de dar gracias a
la Santísima Trinidad porque, a este respecto, se han obtenido
significativos progresos y acercamientos, que nos hacen esperar
en un futuro en que se comparta plenamente la fe. Aún sigue
siendo del todo válida la observación del Concilio sobre las
Comunidades eclesiales surgidas en Occidente desde el siglo XVI
en adelante y separadas de la Iglesia católica: « Las
Comunidades eclesiales separadas, aunque les falte la unidad
plena con nosotros que dimana del bautismo, y aunque creamos
que, sobre todo por defecto del sacramento del Orden, no han
conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio
eucarístico, sin embargo, al conmemorar en la santa Cena la
muerte y resurrección del Señor, profesan que en la comunión de
Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa ».(62)
Los fieles católicos, por tanto, aun
respetando las convicciones religiosas de estos hermanos
separados, deben abstenerse de participar en la comunión
distribuida en sus celebraciones, para no avalar una ambigüedad
sobre la naturaleza de la Eucaristía y, por consiguiente, faltar
al deber de dar un testimonio claro de la verdad. Eso retardaría
el camino hacia la plena unidad visible. De manera parecida, no
se puede pensar en reemplazar la santa Misa dominical con
celebraciones ecuménicas de la Palabra o con encuentros de
oración en común con cristianos miembros de dichas Comunidades
eclesiales, o bien con la participación en su servicio
litúrgico. Estas celebraciones y encuentros, en sí mismos
loables en circunstancias oportunas, preparan a la deseada
comunión total, incluso eucarística, pero no pueden
reemplazarla.
El hecho de que el poder de consagrar la
Eucaristía haya sido confiado sólo a los Obispos y a los
presbíteros no significa menoscabo alguno para el resto del
Pueblo de Dios, puesto que la comunión del único cuerpo de
Cristo que es la Iglesia es un don que redunda en beneficio de
todos.