LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
CAPÍTULO III
APOSTOLICIDAD DE LA EUCARISTÍA Y DE LA
IGLESIA
32. Toda esto demuestra lo doloroso y fuera
de lo normal que resulta la situación de una comunidad cristiana
que, aún pudiendo ser, por número y variedad de fieles, una
parroquia, carece sin embargo de un sacerdote que la guíe. En
efecto, la parroquia es una comunidad de bautizados que expresan
y confirman su identidad principalmente por la celebración del
Sacrificio eucarístico. Pero esto requiere la presencia de un
presbítero, el único a quien compete ofrecer la Eucaristía in
persona Christi. Cuando la comunidad no tiene sacerdote,
ciertamente se ha de paliar de alguna manera, con el fin de que
continúen las celebraciones dominicales y, así, los religiosos y
los laicos que animan la oración de sus hermanos y hermanas
ejercen de modo loable el sacerdocio común de todos los fieles,
basado en la gracia del Bautismo. Pero dichas soluciones han de
ser consideradas únicamente provisionales, mientras la comunidad
está a la espera de un sacerdote.
El hecho de que estas celebraciones sean
incompletas desde el punto de vista sacramental ha de impulsar
ante todo a toda la comunidad a pedir con mayor fervor que el
Señor « envíe obreros a su mies » (Mt 9, 38); y debe
estimularla también a llevar a cabo una adecuada pastoral
vocacional, sin ceder a la tentación de buscar soluciones que
comporten una reducción de las cualidades morales y formativas
requeridas para los candidatos al sacerdocio.
33. Cuando, por escasez de sacerdotes, se
confía a fieles no ordenados una participación en el cuidado
pastoral de una parroquia, éstos han de tener presente que, como
enseña el Concilio Vaticano II, « no se construye ninguna
comunidad cristiana si ésta no tiene como raíz y centro la
celebración de la sagrada Eucaristía ».(66)
Por tanto, considerarán como cometido suyo el mantener viva en
la comunidad una verdadera « hambre » de la Eucaristía, que
lleve a no perder ocasión alguna de tener la celebración de la
Misa, incluso aprovechando la presencia ocasional de un
sacerdote que no esté impedido por el derecho de la Iglesia para
celebrarla.