REFLEXIONES  

 

REFLEXIÓN - 1

COMPROMETIDOS CON LO QUE CREEMOS

Si examinamos nuestra vida cristiana, algunos, talvez, tendremos que concluir diciendo que es un tanto anodina, acomodaticia, de tradición y cumplimiento.

Demasiados años insistiendo en lo cultual y moral, nos han hecho olvidar la dimensión testimonial y transformadora del seguimiento de Jesucristo.

Y, cuando la sociedad se hace plural en ideas y creencias, nos encontramos sin palabras para dar razón de nuestra fe y sin fuerzas para nadar contracorriente.

La vivencia de la fe en todas sus dimensiones, tanto en el ámbito internos de la comunidad cristiana, de la Iglesia, como en la presencia creyente en la sociedad, nunca ha sido fácil.

Los primeros cristianos vivían su fe en un mundo pagano y nosotros en un mundo que se paganiza.

Los que nos ven que sólo venimos a la iglesia y defendemos unas posturas morales, que algunos quieren confundir con posicionamientos sociopolíticos, dirán que somos un residuo de épocas pasadas en las que Dios era únicamente necesario para solucionar problemas. Los que nos vean como personas comprometidas con lo que creemos, que vivimos y defendemos el Evangelio de Jesucristo, con todas sus consecuencias para la vida de cada día, no pasarán de nosotros: o nos admirarán o nos despreciarán; o nos seguirán o nos combatirán para imponer otras ideas.

La división de la que habla Jesús en el Evangelio de San Lucas, no es sólo de ayer; también algunos la sienten hoy. En cuántas familias se da esa división entre unos que creen y otros que no; más aún, en algunas familias y colectivos no se respetan las ideas y las creencias de los otros; no se puede dialogar, expresar lo que se siente, porque enseguida surge la discusión y la agresividad. Y en esto tenemos culpa todos. Y es que cada uno nos creemos poseedores de la verdad y se la queremos imponer a los otros. A nosotros nos quieren imponer comportamientos que no podemos aceptar desde nuestra fe en Cristo y nosotros, a veces, queremos imponer a los no creyentes la verdad de Jesucristo, que se ofrece a todos, pero que no se obliga a nadie. 

Nosotros somos seguidores de Jesucristo porque creemos y porque queremos; él es el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado por nuestra salvación, aunque algunos digan, como en una carta al director de un periódico, que no es "demostrable científicamente" que Jesús era el Hijo de Dios.

La fe es fiarse y nosotros nos fiamos de las palabras de Jesús, del testimonio de los que vivieron con él y fueron testigos de su vida, de su palabra y de su muerte y resurrección, de esa nube ingente de testigos que han creído a lo largo de la historia de la Iglesia y han conformado su vida con su fe, del testimonio de tantos mártires que han dado su vida por aquello que consideraban el mayor tesoro, la perla más preciosa.

Como nos decía la carta a los hebreos, "corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos". Tengamos siempre en el punto de mira a Jesucristo, que sufrió por nosotros más de lo que podamos sufrir.

Y, como nos decía también la carta a los hebreos, "no os canséis ni perdáis el ánimo".

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

PALABRAS QUE INTERPELAN

Lucas sigue describiendo el camino del cristiano, que es el de Cristo. El domingo pasado era la vigilancia su característica. Hoy es la fortaleza, la opción clara que exige, la decisión firme de seguir o no a Cristo. Ser cristianos en medio del mundo en que vivimos no es fácil.

En la primera lectura se nos presenta brevemente la figura de un profeta, Jeremías, al que no le resultó nada fácil cumplir su misión. El, que por temperamento hubiera predicado con gusto palabras de dulzura y felicidad, recibió de Dios el encargo de anunciar un futuro sombrío para su pueblo, y aconsejarle decisiones que no eran nada del agrado de las autoridades, sobre todo militares. Por eso intentaron eliminarle, hacer callar su voz. Jeremías hundido en el fango del pozo: todo un símbolo.

También la carta a los Hebreos nos presenta la vida cristiana en su lado dinámico y batallador. Como una carrera, ante un estadio lleno de gente: nos contemplan miles de personas, nuestros antepasados en la fe y los contemporáneos: ¿cómo corremos? ¿cómo recibimos y traspasamos el "testigo" de nuestra fe en esta carrera de relevos que es la vida de la comunidad cristiana? No resulta nada espontáneo ni cómodo ser cristianos. Muchas veces nos asalta el cansancio y el miedo. El autor de la carta propone la fuente de la fortaleza: "fijos los ojos en Jesús, pionero de la fe". También a El, a Cristo, le resultó difícil cumplir su carrera, pero nos dio el ejemplo mejor de fe en Dios, y ella le dio la fuerza para seguir hasta el final, hasta la muerte. A nosotros nos invita a seguir el mismo camino: "corramos en la carrera que nos toca sin retirarnos... no os canséis, no perdáis el ánimo... no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado".

Seguir a Cristo requiere una opción personal consciente. En el evangelio de hoy nos lo dice el mismo Cristo con imágenes muy expresivas. No ha venido a traer paz, sino guerra. El mismo que luego diría: "mi paz os dejo, mi paz os doy", nos asegura que esa paz suya debe ser distinta de la que ofrece el mundo. Nos asegura que ha venido a prender fuego en el mundo: quiere transformar, cambiar, remover. Y nos avisa que esto va a dividir a la humanidad: unos le van a seguir, y otros, no. Y eso dentro de una misma familia. Cristo -ya lo anunció el anciano Simeón a María- se convierte en signo de contradicción.

Si sólo buscamos en el evangelio, y en el seguimiento de Cristo, un consuelo y un bálsamo para nuestros males, o la garantía de obtener unas gracias de Dios, no hemos entendido su intención más profunda. El evangelio, la fe, es algo revolucionario, dinámico, hasta inquietante.

El ser fieles al evangelio de Jesús muchas veces también a nosotros nos produce conflictos. Estamos en medio de un mundo que tiene otra longitud de onda, que aprecia otros valores, que razona con una mentalidad que no es necesariamente la de Cristo. Y muchas veces reacciona con indiferencia, hostilidad, burla o incluso con una persecución más o menos solapada ante nuestra fe. Tener fe hoy, y vivir de acuerdo con ella, es una opción seria.

No se puede compaginar alegremente el mensaje de Cristo con el de este mundo. No se puede "servir a dos señores" (/Mt/06/24./Lc/16/13). Siempre resulta incómodo luchar contra el sentir ambiental, sobre todo si es más atrayente, al menos superficialmente, y menos exigente en sus demandas. La visión del mundo que Jesús nos va ofreciendo en las páginas de su evangelio tiene muchas veces puntos contradictorios con la visión humana de las cosas. Ser cristiano es optar por la mentalidad de Cristo. No se puede seguir adelante con medias tintas y con compromisos. En la moral, por ejemplo, el evangelio es mucho más exigente que las leyes civiles.

El evangelio es un programa de vida para fuertes y valientes. No nos exigirá siempre heroísmo -aunque sigue habiendo mártires también en nuestro tiempo-, pero sí nos exigirá siempre coherencia en la vida de cada día, tanto en el terreno personal como en el familiar o sociopolítico.

Sería una falsa paz el que lográramos demasiado fácilmente conjugar nuestra fe con las opciones de este mundo, a base de camuflar las exigencias entre ambas. La paz de Cristo, la verdadera, está hecha de fuego y de lucha. Claro que es más "pacífico" que el Papa, en sus viajes, o los obispos en sus orientaciones pastorales, no digan nada más que palabras de consuelo y halago: pero tienen que decir lo que ellos creen que es la verdad conforme al Evangelio, y eso, muchas veces, suscita reacciones violentas de oposición. En su encíclica, (de mayo de 1986) "Señor y dador de Vida", Juan Pablo II nos invita a una clara opción por la mentalidad de Cristo cara al año 2000, fiados en la fuerza de su Espíritu, en lucha contra el ateísmo y el materialismo sistemático que amenazan con invadir nuestra mentalidad. Cada vez que celebramos la Eucaristía, ciertamente nos dejamos envolver en la paz y el consuelo de Dios. Pero a la vez esta celebración nos compromete a una vida según Cristo, y a una lucha por defender nuestra fe. Escuchamos una Palabra que interpela nuestra conducta y nos señala caminos.

J. ALDAZABAL(+)

 

 

REFLEXIÓN - 3

DESCAFEINAR LA RELIGIÓN

La proliferación de sectas en el momento actual no es fruto de la casualidad. Los movimientos sectarios encuentran un clima propicio en una sociedad minada por el materialismo y el vacío espiritual, donde no es fácil encontrar respuesta a las grandes preguntas y aspiraciones del ser humano.

El desamparo y la crisis existencial invitan a muchas personas a buscar una evasión que las alivie de las presiones de la vida y una seguridad interior que les ayude a soportar las tensiones inevitables.

Los expertos suelen señalar, sobre todo, tres fenómenos psico-sociales que constituyen terreno abonado para el surgimiento de las sectas: la angustia, la frustración y la pérdida de identidad.

En primer lugar, la angustia, creada sobre todo por el rápido y convulsivo cambio de la sociedad y por la inestabilidad y la crisis de importantes instituciones como la Iglesia, la familia o la escuela, que configuraban en otros tiempos la personalidad de los individuos.

En segundo lugar, la frustración socio-cultural, que se hace sentir más en algunos colectivos como los jóvenes o las mujeres, y que despierta en no pocos el deseo de estructurar su vida de un modo absolutamente diferente.

En tercer lugar, el sentimiento de pérdida de identidad y la frialdad de las relaciones funcionales, que llevan a bastantes a buscar el calor de un hogar en el interior de un nuevo grupo afectivo.

Si las sectas resultan hoy tan atractivas es porque parecen aportar la respuesta que el hombre actual necesita.

La secta ofrece, en primer lugar, seguridad frente al desconcierto reinante. El que entra en la secta está salvado. Todo es simple y claro. Todo el mal está fuera del ámbito de la secta. Para los miembros del grupo sectario, por el contrario, todo es luz y salvación. La secta ofrece también una respuesta al sentimiento de frustración. El nuevo miembro es acogido como «alguien importante». Se le va a ofrecer la verdadera revelación a la que otros no tienen acceso. Puede, incluso, convertirse en «salvador» de los demás.

La secta recupera, además, al individuo del anonimato. Rápidamente será seducido, al menos en la primera fase, por el afecto cálido y la relación amorosa dentro del grupo. La frustración viene más tarde. Cuando el individuo se siente esclavo de una organización fanática e intransigente que desestructura su personalidad y pervierte su crecimiento humano.

Según los expertos, las sectas representan en la sociedad moderna una oleada de «rebajas religiosas» que empobrecen la trascendencia de Dios y ponen la experiencia religiosa a disposición del hombre de hoy bajo diversos métodos y climas emocionales. En medio de este clima, el cristianismo no debe olvidar que Jesús no vino a "traer paz al mundo", sino a «prender fuego». La auténtica experiencia religiosa puede aportar paz espiritual y equilibrio emocional, pero el evangelio no es una noticia tranquilizante y menos una droga. Es inútil «descafeinar» la religión. Lo importante no es «disponer» de Dios a nuestro antojo, sino responder fielmente a su Misterio.

JOSE ANTONIO PAGOLA