LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
CAPÍTULO IV
EUCARISTÍA
Y COMUNIÓN ECLESIAL
41. Esta peculiar eficacia para promover la
comunión, propia de la Eucaristía, es uno de los motivos de la
importancia de la Misa dominical. Sobre ella y sobre las razones
por las que es fundamental para la vida de la Iglesia y de cada
uno de los fieles, me he ocupado en la Carta apostólica sobre la
santificación del domingo Dies
Domini,(86)
recordando, además, que participar en la Misa es una obligación
para los fieles, a menos que tengan un impedimento grave, lo que
impone a los Pastores el correspondiente deber de ofrecer a
todos la posibilidad efectiva de cumplir este precepto.(87)
Más recientemente, en la Carta apostólica Novo
millennio ineunte, al trazar el camino pastoral de la
Iglesia a comienzos del tercer milenio, he querido dar un
relieve particular a la Eucaristía dominical, subrayando su
eficacia creadora de comunión: Ella –decía– « es el lugar
privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada
constantemente. Precisamente a través de la participación
eucarística, el día del Señor se convierte también en el día
de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su
papel de sacramento de unidad ».(88)
42. La salvaguardia y promoción de la
comunión eclesial es una tarea de todos los fieles, que
encuentran en la Eucaristía, como sacramento de la unidad de la
Iglesia, un campo de especial aplicación. Más en concreto, este
cometido atañe con particular responsabilidad a los Pastores de
la Iglesia, cada uno en el propio grado y según el propio oficio
eclesiástico. Por tanto, la Iglesia ha dado normas que se
orientan a favorecer la participación frecuente y fructuosa de
los fieles en la Mesa eucarística y, al mismo tiempo, a
determinar las condiciones objetivas en las que no debe
administrar la comunión. El esmero en procurar una fiel
observancia de dichas normas se convierte en expresión efectiva
de amor hacia la Eucaristía y hacia la Iglesia.