CEGADOS
POR LAS RIQUEZASHay
personas que han hecho de las riquezas su proyecto de
vida. Toda su preocupación, todos sus esfuerzos, todo
lo que hacen, es para ganar dinero y, con él, todo lo
que se puede adquirir.
Hay
riquezas que son fruto del trabajo honrado, del tesón,
del ahorro, de la buena administración...; esas
riquezas no se hacen en poco tiempo. Muchas personas
buscan las riquezas por el camino corto. Enriquecerse
enseguida, no importan los medios empleados: engaños,
extorsiones, destrucción de la salud de los demás,
venta de las intimidades de "tele" en
"tele"... Y es que el dinero proporciona
lujos: casas, coches, barcos, fiestas, todo tipo de
cosas deseables...
Encerrados
en sus lujos, a muchos les pasa lo que al rico de la
parábola del evangelio: no se dan cuenta de la
presencia de Lázaro, el mendigo pobre. Más aún les es
de mal gusto que a la hora de la comida la televisión
les muestre las miserias y los sufrimientos del mundo.
A
parte de estos ricos hay otros, que son mayoría: los
ricos por envidia. No tienen nada, pero lo ansían todo.
De tanto mirar y desear a los ricos, también se olvidan
de los que estás detrás de ellos.
La
riqueza en sí no es buena ni mala. Es buena o mala la
manera como se ha adquirido y es bueno o malo el uso que
hacemos de ella. Si se ha adquirido la riqueza con malas
artes, toda ella está contaminada. Si la riqueza nos
hace egoístas, insolidarios, libertinos,
derrochadores..., esa riqueza ha sido un mal para
nosotros.
Aquellos
ricos del tiempo de Amós se creían bien seguros en su
riqueza; seguros en sus lechos de marfil, comiendo y
bebiendo opíparamente. ¡Qué ilusos! Sus riquezas no
iban a impedir que Sargón II, rey de Asiria, invadiera
el reino de Israel y se los llevara deportados,
despojados de todos sus bienes.
El
rico del Evangelio está, también, cegado por sus
bienes, por sus linos y púrpuras por sus comilonas
diarias. Esta ceguera le impide ver al pobre Lázaro a
su puerta. Tiene de todo, no necesita de nada ni de
nadie, ni siquiera de Dios, que le habla a través de
Lázaro, de los profetas, de la sagrada Escritura
(Moisés y los Profetas). Cerrado a Dios, el futuro, la
vida eterna, es vivir sin Él para siempre. Abraham se
lo dice muy claro: mientras tus hermanos no salgan de su
egoísmo y se abran a la Palabra de Dios, que ha hablado
por los profetas, no cambiarán aunque vayan los muertos
a hablar con ellos.
San
Pablo le ha dicho a Timoteo que no se afane por las
riquezas. Le recuerda que "sin nada vinimos al
mundo y sin nada nos iremos de él" (6, 7); que,
teniendo para comer y vestir, no necesitamos más (6,
8); que el que busca riquezas "cae en tentaciones,
trampas, y mil afanes absurdos y nocivos" (6, 9);
que la razón de todos los males es el afán del dinero
y, algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en
la fe y se atormentaron con muchos dolores" (6, 10)
Así,
pues el consejo de Pablo a Timoteo, como hemos escuchado
hoy, es: "practica la justicia, la piedad, la fe,
el amor, la paciencia, la delicadeza..." (6, 11)
Cristo,
siendo rico, se hizo pobre hasta entregar la vida por
nosotros.
Hay
que decidirse: riqueza rápida, ostentosa, pero corta y
perecedera, o la riqueza de una vida según Dios que
lleva a la "luz inaccesible" en la que Él
habita por siempre.