LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
CAPÍTULO V
DECORO DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
48. Como la mujer de la unción en Betania, la
Iglesia no ha tenido miedo de « derrochar »,
dedicando sus mejores recursos para expresar su reverente
asombro ante
el don inconmensurable de la Eucaristía.
No menos que aquellos primeros discípulos encargados de preparar
la « sala grande », la Iglesia se ha sentido impulsada a lo
largo de los siglos y en las diversas culturas a celebrar la
Eucaristía en un contexto digno de tan gran Misterio. La
liturgia cristiana ha
nacido en continuidad con las palabras y gestos de Jesús y
desarrollando la herencia ritual del judaísmo. Y, en efecto,
nada será bastante para expresar de modo adecuado la acogida del
don de sí mismo que el Esposo divino hace continuamente a la
Iglesia Esposa, poniendo al alcance de todas las generaciones de
creyentes el Sacrificio ofrecido una vez por todas sobre la
Cruz, y haciéndose alimento para todos los fieles. Aunque la
lógica del « convite » inspire familiaridad, la Iglesia no ha
cedido nunca a la tentación de banalizar esta « cordialidad »
con su Esposo, olvidando que Él es también su Dios y que el «
banquete » sigue siendo siempre, después de todo, un banquete
sacrificial, marcado por la sangre derramada en el Gólgota. El
banquete eucarístico es verdaderamente un banquete « sagrado »,
en el que la sencillez de los signos contiene el abismo de la
santidad de Dios: «
O Sacrum convivium, in quo Christus sumitur! » El
pan que se parte en nuestros altares, ofrecido a nuestra
condición de peregrinos en camino por las sendas del mundo, es «
panis angelorum »,
pan de los ángeles, al cual no es posible acercarse si no es con
la humildad del centurión del Evangelio: « Señor, no soy digno
de que entres bajo mi techo » (Mt 8,
8; Lc 7,
6).Ç