CREO
EN UN SOLO DIOS...
CREO EN EL PERDÓN
DE LOS PECADOS.A
lo largo de la historia cuántas personas han estado
interesadas en excluir a Dios del mundo, ya sea negando
su existencia, ya sea relegándolo a lo íntimo de la
persona, sin que salga; hoy, considerándolo como algo
residual.
Y,
sin Dios, surgen los ídolos, personas, cosas,
ideologías.... en las que ponemos toda nuestra
confianza; tanto, que las convertimos en el absoluto,
como Dios.
No
podemos encandilarnos y echarnos en brazos de quienes
nos prometen y prometen y luego no dan; no podemos poner
nuestra esperanza en las cuatro cosas que tenemos, como
si fueran un ancla segura para siempre; no podemos
dejarnos llevar por ideas que se presentan muy bonitas
y, después, se quedan en palabras vacías de contenido.
Dios
no es una idea o una teoría más; Dios es una realidad.
Cuántas veces hemos sentido su presencia, su cercanía,
su cariño. Es verdad, también, que, muchas veces,
actúa por mediaciones: personas, cosas,
acontecimientos, que nos cuestan entender.
La
Sagrada Escritura es testimonio de esa presencia y
cercanía de Dios a los hombres.
El
libro de Sabiduría nos lo ha presentado como el creador
de todo; ante Él somos muy poca cosa: "grano de
arena en la balanza", "gota de rocío
mañanero"; pero, también la Escritura, como
notaria de la vida del pueblo de Israel y del nuevo
pueblo de Dios, nos presenta a un Dios cercano: un Dios
que ama todo lo creado, que sostiene todo lo que existe,
que cierra los ojos a los pecados de los hombres para
darles tiempo al arrepentimiento, que ha dejado su
"soplo incorruptible" en sus criaturas para
que vivan con él para siempre.
Creer
en Dios no es esclavitud sino libertad; creer en Dios es
estar llenos de vida, porque el Señor es "amante
de la vida"; creer en Dios es tener una mano amiga
que comprende nuestra debilidad y pecado y sufre con
nosotros.
Creer
en Dios significa sentirnos inmersos en él. Como decía
San Pablo: "En él vivimos, nos movemos y
existimos" (Hch 17, 27).
Pero
Dios respeta nuestra libertad de estar en él o de
marchar por otros caminos; de aceptar su revelación en
la historia o de rechazarla.
Zaqueo
que, para sus paisanos, ha dejado a Dios para hacer del
dinero y la traición a su pueblo y a su Dios, su vida,
siente deseos de ver a Jesús. Eso ha bastado para que
Jesús se invite a ir a su casa. El escándalo está
servido: aquel que dicen que es el Mesías de Dios, en
casa de un pecador.
Pero
ese deseo ha llevado la salvación a Zaqueo y a su casa.
Después vendrá el cambio de vida: dar la mitad de sus
bienes a los pobres y resarcir a quienes ha engañado
dándoles cuatro veces más.
Dios
no es un castigador; ha venido a salvar lo que estaba
perdido. Dios no está para quitar la autonomía del
hombre en la marcha de la creación. Él se la dio:
"Creced y multiplicaos, dominad la tierra y
sometedla" (Gn 1, 28). Dios está ahí para que no
la destrocemos, para que no nos destrocemos.
Hagamos
nuestros los sentimientos del salmo responsorial que
hemos proclamado hoy. Anunciemos con el salmista que
Dios es clemente y misericordioso, bueno con todos,
fiel, apoyo de los que van a caer y, con él,
digámosle: "Día tras día te bendeciré y
alabaré tu nombre por siempre jamás", "Que
todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te
bendigan tus fieles".