LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
CAPÍTULO VI
EN LA ESCUELA DE MARÍA,
MUJER « EUCARÍSTICA »
54. Mysterium fidei! Puesto que la
Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro
entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra
de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud
como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en
cumplimiento de su mandato: « ¡Haced esto en conmemoración mía!
», se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación
de María a obedecerle sin titubeos: « Haced lo que él os diga »
(Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las
bodas de Caná, María parece decirnos: « no dudéis, fiaros de la
Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en
vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo
y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la
memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida” ».
55. En cierto sentido, María ha practicado
su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera
instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno
virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La
Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está
al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María
concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la
realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo
que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo
creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el
cuerpo y la sangre del Señor.
Hay, pues, una analogía profunda entre
el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y
el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo
del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió « por
obra del Espíritu Santo » era el « Hijo de Dios » (cf. Lc 1,
30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio
eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e
Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en
las especies del pan y del vino.
« Feliz la que ha creído » (Lc 1,
45): María ha anticipado también en el misterio de la
Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la
Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte
de algún modo en « tabernáculo » –el primer « tabernáculo » de
la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los
ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como «
irradiando » su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la
mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo
recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el
inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada
comunión eucarística?