CUANDO
TODO SE DERRUMBA, NOS QUEDAS TÚSiempre
ha habido "profetas" de los últimos tiempos,
del fin del mundo. Uno de los momentos más cercanos lo
tuvimos con ocasión del fin del siglo y del comienzo de
un nuevo milenio. Cuántos pronosticaban que todo
terminaría de un momento a otro.
Muchos
quisieran, ante un mundo cada vez más dominado por el
mal, la injusticia, las desigualdades, las
violencias..., que Dios interviniera, que destruyese
este mundo e iniciara otro, ese mundo ideal que todos
anhelamos.
Pero
Dios, creándonos a su imagen y semejanza,
haciéndonos libres, corre con el riego de que usemos
mal la libertad y de que no seamos sus imágenes.
Ya
le dijo a Noé que no enviaría otro diluvio sobre la
tierra; y Jesús nos recordó en la parábola del trigo
y la cizaña que van a crecer juntos hasta el día de la
siega.
También
entre aquellos cristianos de la comunidad de Tesalónica
había crecido la idea, algunos se la atribuían a San
Pablo, de que el fin del mundo y, con él, la vuelta del
Señor, eran inminentes. Algunos optaron por prepararse
para este momento: nada de trabajar, nada de hacer nada,
esperar. Mientras tanto, la comunidad tenía que cargar
con su mantenimiento y, como no tenían nada que hacer,
andaban metiéndose en todo.
San
Pablo deja bien claro que no se sabe cuándo volverá el
Señor y, mientras tanto, que cada uno trabaje para
ganarse el propio pan, como lo hace él; y el que no
quiera trabajar, que tampoco coma.
Jesús,
en el Evangelio, también se refiere al fin de los
tiempos: por una parte, Jerusalén y su templo; por
otra, el fin del mundo.
Decir
a un judío del tiempo de Jesús que de su templo no va
a quedar piedra sobre piedra, era ofenderle en lo más
sensible. Sin templo, sin culto, sin sacrificios y
ofrendas...; en el fondo, para ellos, estar sin templo
era estar sin Dios, ya habían tenido esa experiencia
durante el destierro.
Dios
vive en medio de nosotros aunque no haya templos, aunque
se prohíba practicar la religión, aunque se persiga a
los que tienen fe. Jamás podrán acabar con los templos
de Dios, porque cada persona es templo suyo.
Jesús
habla de momentos difíciles, de persecuciones, guerras
y violencias. Así sucedió antes y después de la
destrucción de Jerusalén y su templo y así sigue
sucediendo, pero también dice Jesús: "el final no
vendrá enseguida".
El
Señor volverá glorioso al final de los tiempos, no
sabemos cuándo; nosotros caminamos a su encuentro con
la esperanza de llegar a él.
En
este camino que es la historia y, en particular, la
historia de la Iglesia, habrá momentos difíciles de
persecuciones y violencias; momentos en los que habrá
que dar la cara por Cristo; momentos en los que todo
aquello que era tan importante para nosotros: templos,
liturgias, costumbres, tradiciones..., puedan destruirse
y hacerlas desaparecer. No perdamos la esperanza.
Cuando
todo se derrumbe, nos queda el Señor. Al final, con
Él, salimos ganando.
Recordamos
las palabras de Jesús: "Ni un solo cabello de
vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia
salvaréis vuestras almas".