LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
CAPÍTULO VI
EN LA ESCUELA DE MARÍA,
MUJER « EUCARÍSTICA »
57. « Haced esto en recuerdo mío » (Lc 22,
19). En el « memorial » del Calvario está presente todo lo que
Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no
falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para
beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto
y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: « !He aquí a tu
hijo¡ ». Igualmente dice también a todos nosotros: « ¡He aquí a
tu madre! » (cf. Jn 19, 26.27).
Vivir en la Eucaristía el memorial de la
muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don.
Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una
vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo
tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de
su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente
con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras
celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un
binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y
Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración
eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias
de Oriente y Occidente.
58. En la Eucaristía, la Iglesia se une
plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu
de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat
en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como
el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias.
Cuando María exclama « mi alma engrandece al Señor, mi espíritu
exulta en Dios, mi Salvador », lleva a Jesús en su seno. Alaba
al Padre « por » Jesús, pero también lo alaba « en » Jesús y «
con » Jesús. Esto es precisamente la verdadera « actitud
eucarística ».
Al mismo tiempo, María rememora las
maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación,
según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55),
anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación
redentora. En el Magnificat, en fin, está presente la
tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo de
Dios se presenta bajo la « pobreza » de las especies
sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la
nueva historia, en la que se « derriba del trono a los poderosos
» y se « enaltece a los humildes » (cf. Lc 1, 52). María
canta el « cielo nuevo » y la « tierra nueva » que se anticipan
en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su 'diseño'
programático. Puesto que el Magnificat expresa la
espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el
Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se
nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda
ella un magnificat!