EL
CRUCIFICADO, REY DEL UNIVERSO
Los
reyes del mundo van rodeados de grandes séquitos, de
armas, de delegados, de fasto y pompa, de terciopelos,
de valiosas joyas, de lujosos tronos, esplendorosos
salones.
Copiando
este modelo, nuestras imágenes de Cristo Rey lo colocan
más cerca de cualquier rey humano que de ninguna otra
cosa; hemos olvidado las diferencias entre Cristo Rey y
cualquier otro rey de los que nos habla el Evangelio.
Los
Evangelios nos presentan un Rey cuyo trono es la cruz y
cuyo cetro es un clavo que atraviesa su mano. Demasiado
fuerte, demasiado escandaloso, demasiado insoportable
para el hombre.
Si
hay algo enormemente lejano de lo que es ser rey, según
la razón y el sentir humano, es este Jesús de la cruz.
Si hay algo aparentemente imposible de juntar es que Jesús
sea Dios y Rey en la Cruz.
A
los primeros cristianos les costó no poco asimilar este
Dios, este Rey que presentaba su máximo esplendor
clavado en una cruz. San Pablo tendrá que recordar que
«predicamos un Mesías crucificado, para los judíos un
escándalo, para los paganos una locura» (1Co/01/23).
De
todos es conocido el dibujo burlón que, en las
catacumbas, presentaba un crucificado con cabeza de
asno; o la acusación tan frecuentemente lanzada contra
aquellos primeros cristianos de «ateos»; todo ello era
consecuencia de una misma causa: no era lógico, no tenía
sentido que se presentase a uno que había muerto
crucificado, como a Dios.
Reconocer
la realeza de Jesús es un gesto humanamente imposible
ante este Jesús que se presenta como un hombre
humillado, abatido, crucificado y muerto. ¿Es posible
que los hombres acepten a este Jesús tratado de esa
manera infamante como el único capaz de llevarles a la
felicidad, a la vida...?
Porque
esta es la fe cristiana: ante un hombre que está siendo
ejecutado como un malhechor entre malhechores, el
cristiano proclama que ese y no otro es nuestro
Salvador, que ese y no otro es nuestro Dios.
Ahí
está el problema: la inscripción puesta sobre la cruz
de Jesús agonizante -«Este es el Rey de los judíos»-
expresa la enorme paradoja que hay en el corazón de la
fe cristiana. Nadie puede extrañarse, por tanto, de las
diversas reacciones de todos aquellos que contemplan a
Jesús y que tan maravillosamente relata el evangelio de
hoy.
Jesús
en la cruz, visto desde el pueblo, las autoridades judías,
los soldados romanos, y los dos malhechores crucificados
con él.
Aquí
están todas las reacciones de todos los hombres de
todos los tiempos. Aquí está también la nuestra. Debiéramos
saber descubrirla.
1ª.
«Estaba el pueblo mirando». El pueblo presencia la
escena probablemente esperando a ver en qué quedaba
todo aquello.
La
gente siempre lo reduce todo a espectáculo. Y así
elude todo compromiso. Nunca quiere pensar ni decidirse.
O mejor dicho: se decide siempre por lo que dicen y
hacen los demás, sin tener nunca una opinión propia.
¿Dónde vas, Vicente?... «Hosanna al Hijo de David».
«¡Crucifícale!».
2ª.
La autoridades hacen sarcásticos comentarios sobre Jesús:
«A otros ha salvado, que se salve a sí mismo, si él
es el Mesías de Dios». Hay que reconocer que saben «poner
el dedo en la llaga»; que lo que dicen está lleno de lógica;
y precisamente por eso, porque están convencidos de que
Dios tiene que ser como su lógica les dicta, son
incapaces de reconocer a Dios tal y como él se
presenta.
3ª.
Los soldados romanos, encargados de la ejecución, se
burlan de aquel hombre que moría bajo el título de «Rey
de los judíos». Ellos sirven a un rey de este mundo y
por tanto saben estupendamente bien lo que era un rey.
Pensar que aquel hombre fuese rey era un disparate
descomunal en el que ellos, lógicamente, no iban a
caer.
¿Quiénes
son los soldados romanos de hoy? Aquel que está
convencido de que una ideología humana es realmente
salvadora y se entrega a ella con alma y vida. Es el
militante de un partido al que entrega su conciencia.
4ª.
«Uno de los malhechores crucificados lo insultaba
diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo
y a nosotros. Representa a todos aquellos que
condicionan la aceptación de Jesús a la solución de
su problema. Familiares de enfermos... personas en
circunstancias desgraciadas...
5ª.
Sólo la última intervención es favorable a Jesús.
Uno de los ajusticiados hace justicia al ajusticiado Jesús
y descubre quién es. Cuatro contra uno. Un balance
desalentador para el único verdadero Reino. «Pero el
otro lo increpaba: -¿Ni siquiera temes tú a Dios
estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo,
porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio,
éste no ha faltado en nada».
De
los dos ladrones, solamente uno reconoce a Jesús. A
pesar de que las situaciones sean idénticas, las
actitudes son completamente distintas. Esto demuestra
que la situación de pobreza o de sufrimiento no es
suficiente para explicar la acogida o el rechazo al
evangelio.
Hay
dos enfermos de cáncer en la misma habitación: uno
blasfema y dice que Dios es injusto permitiendo esas
cosas; el otro descubre a Cristo crucificado en su mismo
sufrimiento.
¿Qué
cosa es aquella que vuelve capaz al ojo humano para
contemplar la vida y especialmente los dramas que
contiene, como él supo mirarlos? Esta es la fe, la luz
de Dios que debemos desear por encima de todas las cosas
y debiéramos pedir en primer lugar.
-«Hoy
estarás conmigo en el Paraíso». Paraíso significa «jardín
delicioso». Eso sería el mundo si tuviéramos la fe de
este hombre. Nuestra falta de fe es la que desplaza el
«jardín delicioso» para más allá de la muerte.