REFLEXIONES  

 

 


 

REFLEXIÓN 1

 "PALABRAS, PALABRAS... Y LA PALABRA "

Radios, televisiones revistas...y palabras, muchas palabras.

¿No estamos hartos ya de tantos anuncios que nos venden de todo, hasta la felicidad, el éxito y el prestigio?

No nos cansan ya tantos adivinadores, echadores de cartas, arregladores de futuros, videntes...?

¿Y los que viven de meterse en la vida privada de todos, metiendo el dedo en las heridas?

¿Y las promesas que nunca se cumplen? ¿y las mentiras para mantenerse en el poder?

¡Cuántos malos profetas! ¡Cuántos pájaros de mal agüero!

Y cuántas veces a quienes han denunciado las malas palabras y las malas artes, los que han hablado de que es posible vivir en justicia y libertad, de que la verdad es el mejor camino, aunque a veces duela escucharla, de que la persona no es un objeto de consumo al vaivén de los intereses de unos y de otros, de que el perdón, seguido del "no peques más", es el camino de la reconciliación... han sido ignorados, no se ha hecho caso de su buena noticia, muchas veces han sido quitados de enmedio, casi siempre, violentamente.

Así le pasó al profeta Jeremías. El Señor lo había elegido antes de formarse en el seno de su madre para una misión: ser portador de su Palabra; palabra de denuncia del pecado, palabra de llamada a la conversión, palabra de esperanza.

Será perseguido, lucharán contra él, le tocará sufrir tanto que en algún momento dirá: "¡Ojalá no hubiera nacido!". Pero llevará la palabra de Dios y no podrán con él.

Jesús también presentó en la sinagoga de su pueblo la misión que traía; las palabras las tomó del profeta Isaías. Venía a liberar a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a liberar a los oprimidos, a anunciar el año de gracia y perdón.

Sin embargo sus paisanos han rechazado sus palabras: ¿quién se cree que es el hijo de José?, que no se las dé de profeta; si no pueden aprovecharse de él no les sirve.

Y Jesús tiene que denunciar su conducta: "Ninguno es profeta en su patria"; hasta los paganos como la viuda de Sarepta y Naamán el sirio tuvieron más fe que ellos.

Y también a él se lo quisieron quitar de enmedio arrojándolo por el barranco, pero no pudieron, no había llegado su hora.

Hoy la palabra de Dios nos llama a no ser como aquellos paisanos de Jesús. Él es la Palabra hecha carne, él es el liberador y el salvador del mundo, de todos. Dice el evangelio de San Juan: "Vino a los suyos y los suyos no le recibieron", pero también dice que "a los que le recibieron les dio poder para hacerse hijos de Dios".

No nos quedemos en las palabras humanas, cuando tenemos a la Palabra de Dios hecha hombre en la que está la vida.

 

 

 

REFLEXIÓN  2

"PROFETA "

Lo que es Cristo Jesús para nosotros, sobre todo en la proclamación de los evangelios en las eucaristías dominicales, es el Profeta, el Maestro enviado por Dios. Este parece el tema central de hoy.

Ya Jeremías -elegido aquí entre los varios posibles del A.T.- aparece caracterizado como un profeta auténtico. En tiempos difíciles se le encarga que haga oír la voz de Dios en medio del pueblo y ante las autoridades. Mal aceptado por muchos -sobre todo por las clases dirigentes- se le puede considerar como el prototipo de un profeta fiel a su vocación y a su identidad, aunque fracasara en su misión y no le hicieran mucho caso. Imagen de tantos profetas, de entonces y de ahora, que reciben una difícil tarea en tiempos con frecuencia críticos.

Pero, junto a la misión, Dios les asegura su ayuda: "yo estoy contigo". Les da su fuerza, su Espíritu, para que no desfallezcan en su empeño. Porque la voz de un profeta es muchas veces voz contra corriente. Es la voz de uno que ha experimentado la presencia de Dios y da testimonio ante el pueblo: a veces anunciando la buena noticia; otras, denunciando los caminos equivocados del pueblo. A menudo su voz resulta incómoda a una sociedad aletargada o anestesiada por tantos valores secundarios.

Lo que se manifestó en el Bautismo y en la escena de Caná, como leíamos los domingos anteriores, se sigue clarificando el domingo pasado y éste: Jesús de Nazaret es el auténtico Profeta y Maestro de la humanidad. El único cuya Palabra es salvadora de veras. En la sinagoga de Nazaret y hoy y aquí para nosotros.

El es el Ungido, el lleno de la fuerza del Espíritu de Dios, para cumplir la misión más difícil, la de un Mesías que hace oír la voz de Dios y que salva a la humanidad entregando con fidelidad radical su propia vida.

Es interesante resaltar que tampoco Jesús -como antes Jeremías y después tantos y tantos profetas también de nuestro tiempo- es acogido por los oyentes: tras un entusiasmo pasajero, es rechazado y perseguido, una vez que han visto la incomodidad de su mensaje. Jesús, signo de contradicción, entonces y ahora.

Sus paisanos hubieran preferido que hiciera milagros, que curara a los enfermos, no que les pusiera en evidencia denunciando su falta de fe. Es una reacción que irá creciendo hasta acabar con la muerte de Jesús. Pero ni aún eso logró acallar la voz del Profeta por excelencia: al cabo de veinte siglos seguimos escuchándola, y nosotros, los aquí presentes, somos la prueba de que millones de personas en todo el punto quieren escuchar, domingo tras domingo, o día tras día, la luz y la fuerza salvadora de esta Palabra.

A nosotros nos cuesta también reconocer la voz profética en los demás, desde el Papa hasta el vecino de al lado. Siempre encontramos mil excusas para "defendernos" de la incómoda voz que supone el testimonio de los demás que nos invita a ser más consecuentes en nuestro camino (¿no es éste el hijo de José? ¿no será porque es un Papa alemán? ¿no era un poco fanática la Madre Teresa? ¿no será un poco anormal este vecino o vecina que se muestran tan íntegros en medio de este mundo tan corrompido?...).

Además de esta actitud de seguimiento de Jesús -como discípulos y oyentes atentos del Maestro- se podría concretar otra aplicación: también nosotros, por nuestra condición de pueblo de bautizados, somos profetas en medio del mundo.

Como Jesús fue ungido por el Espíritu, así la Iglesia recibió esta fuerza de Dios en Pentecostés, para empezar dinámicamente su misión evangelizadora. Y también cada uno de nosotros, en el Bautismo y en el sacramento de la Confirmación -el sacramento del don del Espíritu- hemos recibido la misma misión y la misma fuerza de lo alto, para ser un pueblo de profetas, testigos, anunciadores de la salvación de Dios en medio de nuestro mundo: la familia, el trabajo, las amistades, la comunidad religiosa, la política...

Nos cuesta a todos realizar con fidelidad este encargo. Y sentimos la tentación de "dimitir": como hubieran hecho con gusto Jeremías o el mismo Jesús, para no "complicarse" la vida. Pero, con la ayuda de Dios, tendríamos que seguir fielmente el camino que Dios nos traza.

Nuestra Eucaristía comporta los dos aspectos: nos hace sentarnos cada vez a la escuela de Jesús, el Maestro, para ir asimilando su mentalidad y su escala de valores. Y luego nos envía a la vida, a dar testimonio a los demás -no con palabras, sino más bien con nuestra actuación cristiana- de lo que creemos y de lo que hemos celebrado en la Eucaristía.

J. Aldazábal (+)

 

 

 

 

REFLEXIÓN  3

"LA ARRIESGADA MISIÓN DEL PROFETA"

En continuidad con el evangelio del pasado domingo, Jesús se presenta como profeta: y por ello le contradicen, le sacan de la sinagoga, casi le despeñan desde la montaña. Hoy debe explicarse correctamente el sentido de ser profeta: su misión es la de predicar oportuna e inoportunamente la Palabra de Dios, como "columna de hierro, muralla de bronce" (cfr. 1a. lectura).

Jesús, el profeta definitivo, pronuncia la palabra de Dios, una palabra que no es agradable a sus conciudadanos, y empieza a ser signo de contradicción. Unos piensan que es un hombre cualquiera (el hijo del carpintero), otros se sienten ofendidos por unas palabras nada halagadoras pronunciadas por el nuevo profeta. Es que la palabra de Dios no siempre cae bien, denuncia, quema. Pero al fin triunfa: "yo estoy contigo para librarte" (Jer.). Jesús, conducido hasta el barranco de la montaña (predicción del Calvario) se abre paso libremente por entre los enemigos (Resurreción).

-UN PUEBLO DE PROFETAS. La misión de Jesús (es un tema muy querido de Lucas) no queda encerrada dentro de Israel. Es profeta destinado a todas las naciones, como deja entrever en la sinagoga de Nazaret: Pablo, el maestro de Lucas, abandonará la sinagoga para dirigirse a los paganos. La misión profética de Jesús se comunica a la Iglesia, a todos los bautizados.. Llevamos la Palabra de Dios en el corazón y en los labios. Y hemos dicho que esto es una tarea arriesgada. Porque no todos aceptan la Palabra de Dios. Creer resulta difícil y el hombre hallará siempre una excusa para no hacerlo.

I/PROFETICA: Una Iglesia no profética es la que se acomoda a los valores del mundo, la que no inquieta, la que no molesta, la que halaga (sobre todo a los poderosos); en definitiva, la que no es sal (que escuece) ni luz (que puede convertirse en fuego para quemar). No es esta Iglesia instalada, la Iglesia de Jesús. El creyente es arriesgado, combate en la lucha de la fe y del Evangelio, y lo hace a sabiendas de que va contracorriente en una sociedad que desea bienestar, poder, placeres, que no son los valores del Reino, del Evangelio.

-EL AMOR ES LO MAS GRANDE. El profeta cristiano no es un denunciador amargado y resentido (a veces ciertas denuncias proféticas parecen manifestar este carácter): El cristiano es alguien que sabe y practica que "el amor es lo más grande", por encima de la fe y la esperanza. Por esto el creyente, siempre y en toda ocasión, es comprensivo, servicial, no tiene envidia, no presume ni se engríe: disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites.

Podemos decir que el profeta cristiano es un hombre no-violento; si fuese violento no seria ya cristiano. La segunda lectura de Pablo a los Corintios nos invita a conjugar la denuncia con el amor, la lucha con la esperanza y la paciencia. Un día, incluso el don de profecía se acabará. El amor subsiste por siempre. En definitiva, SER PROFETA SIGNIFICA LLAMAR A TODOS A VIVIR EN EL AMOR.

P. LLABRES