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LA DIFÍCIL VOCACIÓN DE LOS ELEGIDOS DE DIOS
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Isaías, se le ha
seleccionado a él esta vez, de entre los llamados del
A.T., para prepararnos a interpretar la llamada de los
apóstoles- tiene la gran experiencia de la trascendencia
de Dios.
El Todo Santo le llama.
En la visión los ángeles cantan la gloria de Dios. El
llamado tiene miedo. Como tantos otros del A.T. y del
N.T. y de nuestro tiempo. La misión que encomienda Dios
a los que llama no suele ser fácil. El encontrarse con
el Dios que te elige para enviarte a un mundo distraído
o incluso hostil, no es algo que deja indiferentes
nuestros planes y programas. Además, todos nos sentimos
débiles y pecadores.
Pero Isaías respondió
que sí: aquí estoy, mándame. Retrato de tantos y tantos
que a lo largo de los siglos han dicho y siguen diciendo
sí a Dios, para colaborar con El en la salvación de la
humanidad.
Jesús es el que más
ejemplarmente ha dicho "si" a la voluntad de Dios y ha
cumplido su vocación hasta las últimas consecuencias,
superando toda clase de tentaciones.
Los domingos pasados
centrábamos nuestra homilía en su calidad de Profeta.
Hoy aparece buscando colaboradores y llamando a los
primeros apóstoles. Apóstol, "enviado". Luego, después
de la Pascua, esos mismos enviados van a continuar la
obra evangelizadora y salvadora de Cristo por todos los
confines de la tierra.
También los apóstoles,
como Isaías, se sienten pecadores y débiles. Pedro lo
dice como portavoz de todos. Y además, se sienten
fracasados: no han pescado nada en toda la noche.
Pero la vocación de
Dios siempre comporta su ayuda y su fuerza. En nombre de
Jesús sí tienen éxito: el lago parecía vacío, pero
resulta que estaba lleno. Cristo no se sirve para
continuar y visibilizar su obra sólo de ángeles o de
santos: busca a personas sencillas, débiles, pecadoras.
Pero dispuestas a seguirle con generosidad y a entregar
sus energías y sus años para el bien de los demás.
Gracias a esos
apóstoles -y a estos cristianos, hombres y mujeres, de
siempre y de hoy, jóvenes o mayores, que creen en El y
que dan testimonio de El- la Buena Noticia llega a
muchos otros.
Todos, cada uno en su
ambiente, nos deberíamos sentir llamados. Vocacionados.
No sólo para "salvarnos" nosotros mismo, sino para
ayudar a otros a liberarse de tantas ataduras, a conocer
mejor la verdad, a gozarse en la salvación de Dios y
acogerla. Eso no se refiere sólo a la vocación
sacerdotal o para la vida religiosa. Todo cristiano es
testigo y colaborador de Cristo en este mundo, para con
las personas que están bajo su círculo de relación: un
niño puede ayudar a sus compañeros, una joven puede
ejercitar una influencia benéfica y constructiva en su
ámbito de amistad y de trabajo, los hijos para con los
padres, y los padres para con los hijos, pueden ser
testigos elocuentes de fidelidad y autenticidad humana y
cristiana. Los varios servicios y ministerios en una
parroquia o comunidad son una vocación para ayudar a los
demás.
También puede aparecer
en la vida de los llamados de hoy la tentación del
desánimo, porque somos débiles.
Con una actitud de
humildad y de generosidad, la reacción debería ser la de
Isaías: aquí estoy, mándame: y la de Pedro: soy un
pecador; y la de los discípulos: dejaron todo y le
siguieron.
Y Cristo seguirá
manteniendo su llamada, asegurándonos su ayuda: no
temas, desde ahora serás pescador de hombres.
Y la pesca puede ser
que llegue a prodigiosa. También en un mundo que no
parece tener muchos oídos para el anuncio de la
salvación de Cristo.
En la Eucaristía
tenemos ante todo la experiencia del encuentro con
Cristo, que se nos da ya en su Palabra, y con la
grandeza de Dios, lo que nos hace cantar, imitando a los
ángeles de la visión de Isaías, nuestro "Santo" de
admiración y alabanza.
Pero también nos
deberemos sentir todos "enviados" desde la Eucaristía a
la vida: a dar testimonio, o sea, a mostrar con nuestro
estilo de vida, cuál es nuestra fe y dónde estamos
convencidos que radica nuestra salvación y la del mundo
entero.
J. ALDAZABAL (+)
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