LA
IGLESIA VIVE DE LA
EUCARISTÍA
CARTA ENCÍCLICA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA
DEL SUMO PONTÍFICE
SAN JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA EUCARISTÍA
EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
INTRODUCCIÓN
3. Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la
Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio
pascual, está
en el centro de la vida eclesial.
Se puede observar esto ya desde las primeras imágenes de la
Iglesia que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: « Acudían
asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la
fracción del pan y a las oraciones » (2, 42).La « fracción del
pan » evoca la Eucaristía.
Después de dos mil años seguimos reproduciendo aquella imagen
primigenia de la Iglesia. Y, mientras lo hacemos en la
celebración eucarística, los ojos del alma se dirigen al Triduo
pascual: a lo que ocurrió la tarde del Jueves Santo, durante la
Última Cena y después de ella. La institución de la Eucaristía,
en efecto, anticipaba sacramentalmente los acontecimientos que
tendrían lugar poco más tarde, a partir de la agonía en
Getsemaní.
Vemos a Jesús que sale del Cenáculo, baja con los discípulos,
atraviesa el arroyo Cedrón y llega al Huerto de los Olivos. En
aquel huerto quedan aún hoy algunos árboles de olivo muy
antiguos. Tal vez fueron testigos de lo que ocurrió a su sombra
aquella tarde, cuando Cristo en oración experimentó una angustia
mortal y « su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que
caían en tierra » (Lc 22,
44).La sangre, que poco antes había entregado a la Iglesia como
bebida de salvación en el Sacramento eucarístico, comenzó
a ser derramada;
su efusión se completaría después en el Gólgota, convirtiéndose
en instrumento de nuestra redención: « Cristo como Sumo
Sacerdote de los bienes futuros [...] penetró en el santuario
una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de
novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una redención
eterna » (Hb 9,
11-12).